
Después de un año y medio de pandemia la gente reacciona de diferente manera al ver que todo se complica cada día más. Unos cuestionan a Dios y demuestran más rebeldía e incredulidad, proclamando que si él en verdad existiera —y fuera tan poderoso como los creyentes afirman—, no permitiría que tales cosas sucedieran. Hay mucha gente así y debiéramos orar por ellos, para que Dios les ilumine y puedan abrir sus mentes y corazones al mensaje del evangelio.
Otros comienzan a sentir inquietudes y necesidades espirituales debido al peligro, inseguridad y temor que una circunstancia ade tal magnitud les provoca. No es fácil ver a familiares y conocidos enfermar y fallecer mientras a la vez enfrentamos los retos comunes de la vida, ahora incentivados por esta pandemia. A su vez, este es el momento en que debemos aclarar a las personas afligidas y buscando a Dios, que él ha provisto un solo camino para llegarse a él, conocerle, y no solo encontrar fuerza para enfrentar las dificultades, sino recibir el perdón de nuestros pecados y la salvación eterna. Aunque muchas personas aseguran que hay muchos caminos para llegar a Dios, el propio Jesús se encargó de aclarar todo lo contrario: hay un solo camino.
Sea como fuese, y aunque no nos enfermemos y la pandemia termine si esa es la voluntad de Dios, la gran necesidad de los seres humanos no es escapar o sanar de una enfermedad, es asegurar su destino eterno. Al fin al cabo, con pandemia o sin ella, hay algo que todos los sabemos con certeza. Creyentes o no, un día moriremos…
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