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¿Es aburrida la santidad?

Cuando se habla de santidad muchas personas se asustan. Si bien Dios quiere que sus hijos vivan apartados de la corrupción y el ambiente falso y frívolo que caracteriza al mundo contemporáneo, ello no quiere decir que debamos abstenernos de todo disfrute o bienestar. La santidad no es un castigo ni un impedimento para disfrutar la vida. ¡Todo lo contrario! Más bien es un tesoro que nos libera de cargas, costumbres y decisiones que sí pueden desgraciarnos…  

El programa Mensajes de Fe y Esperanza se transmite de lunes a viernes a las 7:55 por los 800 AM (Onda Media)

Héroes con grietas

Impresiona a todos la lista de los héroes de la fe que aparece en el capítulo 11 de la epístola a los Hebreos. Sin embargo, todos ellos fueron seres humanos imperfectos que gracias a la fe que tuvieron podemos admirarles y aprender de ellos.  

No es extraño entonces que cuando comenzamos a relacionarnos con una iglesia, los creyentes nos parezcan seres de otro mundo y nos deslumbre el amor con que nos reciben. ¡Qué gente tan piadosa! Pero esa impresión dura poco. La convivencia y posteriores experiencias nos muestran también sus defectos e inconsecuencias, lo cual nos enseña que la fe es capaz de lograr que cualquier persona pueda inspirarnos y ayudarnos aunque algún área de su vida necesite ser transformada.

Abraham, Sara, Isaac, Moisés, Rahab, y hasta los mismos discípulos de Jesús no fueron los creyentes infalibles que  solemos imaginar, pues al conocer a fondo sus historias aprendemos que nuestra débil y a veces contradictoria condición humana no impide que aferrados a la fe logremos ser instrumentos exitosos en las manos de Dios para bendecir a muchos.

La fe nos convierte en personas valiosas aunque seamos imperfectos. Años atrás conocí un héroe de la fe muy humilde y con poca preparación ¡pero con tremendo espíritu misionero! Sostenía su familia trabajando como carpintero mientras su esposa cosía y bordaba. Ambos, voluntariamente, dedicaban mucho tiempo a evangelizar para que otros conocieran de Cristo. Aunque predicar el evangelio no era una amenaza para sus vidas, enfrentaron discriminación y malos entendidos. No faltaban a ninguna actividad de la iglesia, ofrendaban fielmente y hacían obra misionera sin que muchos estimáramos su heroísmo. ¿La razón? Eran tan fieles y celosos que a veces resultaban incómodos. Por ello muchos no valoraban su grandeza, pues alguna que otra vez les hincaron sus espinas.

Otra heroína de la fe, hermosísima en su juventud, no encontró compañero a la altura de sus expectativas y se dedicó ardientemente a servir a Cristo y su iglesia. Disponible —literalmente— a cualquier hora, lo mismo escribía o preparaba una obra infantil o un estudio bíblico que realizaba visitas misioneras o cuidaba un enfermo hasta en estado terminal. Si alguien necesitaba su ayuda de madrugada, ella asumía gustosa. Fue maestra inigualable de la Escuela Dominical para alumnos de cualquier edad. ¡Qué mujer! Como era muy autoritaria y exigente, a veces molestaba. No obstante, esta mujer de fe —con grietas—, sirvió a Dios fielmente y él la usó para bendecir la vida de muchos, incluyendo mi familia. El recuerdo de sus muchísimas virtudes aún me emociona.

Pudiera mencionar otros héroes de la fe que conocí personalmente, ninguno de ellos perfecto pues nadie lo es. No obstante, ¡Dios les usó para bendecir a muchos! Como nos sucederá a ti y a mí, murieron en el proceso de alcanzar un total crecimiento cristiano aunque tuvieron virtudes que aún nos bendicen al recordarles. Insisto en ello porque la iglesia de Cristo no es una congregación de gente ideal y perfecta con ínfulas de exclusividad. Tampoco es una agrupación elitista de personas superiores. Se asemeja más a una incubadora o un hospital —¿y por qué no?—, a un reformatorio, lugares en los cuales hay que atender y ayudar a las personas con mucho amor, generosidad y paciencia.

La iglesia —asimilémoslo con honestidad—, puede decepcionarnos si creemos encontrar en ella personas perfectas y no vemos todo lo que Dios ya ha hecho en ellas aunque aún les falte mucho por alcanzar. Por ello la Biblia recomienda: amaos unos a los otros con amor fraternal (Rom.12:10);  soportándoos unos a otros y perdonando unos a otros (Col. 3:13);estimulémonos al amor y las buenas obras (Hebreos 10:24). En la iglesia debemos inspirarnos unos a los otros hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Efesios 4:13).  

Liberémonos del espíritu de juicio que espera demasiado de los demás o de la hipersensibilidad que nos incomoda al comprender que a nuestros hermanos y hermanas les falta mucho por aprender… ¡al igual que a nosotros! Ello nos hará bien a todos.

Hagámoslo sin que las grietas que aun otros muestran nos desanimen. Disfrutemos de aquellos aspectos por los que ya brillan, pues así nos inspirarán a superarnos también nosotros. En realidad el más elemental análisis introspectivo —si es honesto—, bastará para que los logros alcanzados por otros creyentes se hagan evidentes y nos inspiren. ¡Manos a la obra!


(Este artículo es un resumen del capítulo 5 del libro “Vivir la Fe”. Si alguien desea recibir el libro completo en formato digital, puede solicitarlo por email a la siguiente dirección: aigm1943@gmail.com)

El gran reto de las redes sociales

Aunque las redes sociales son fantásticas, cada día se asemejan más a un campo minado donde un paso errado resulta trágico. ¡Urge actuar en ellas con sabiduría y cordura! Al divulgar en ellas nuestras publicaciones, fotos y videos, cualquier actitud vanidosa o imprudente impediría el logro de nuestras mejores intenciones en un medio donde todo lo que expongamos alcanzará un público muy heterogéneo.  

¿Será correcto usarlas para crear pugnas entre creyentes o para atacar pública y duramente a quienes no sustenten nuestras mismas opiniones y creencias? ¿Es sensato hacer críticas irónicas y sarcásticas a todo lo que no armonice con nuestros criterios? Debido al alcance de las redes sociales, utilizarlas sin piedad puede convertirnos en piedra de tropiezo para muchos. Tampoco debiéramos airarnos al responder a cuanto comentario provocativo aparezca en ellas. La Biblia enseña que la blanda respuesta quita la ira; más la palabra áspera hace subir el furor (Proverbios 15:1). Si al hallar en las redes alusiones o críticas malévolas no reaccionamos respondiendo con sabiduría y espíritu cristiano, podríamos dañarnos a nosotros mismos causándonos amargura y dureza de corazón, evidenciando un penoso olvido: como seguidores de Jesús nuestras acciones —tanto mediáticas como privadas—, debieran mostrar siempre el fruto del espíritu: Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley (Gálatas 5:22-23). No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal (Romanos 12:21).

¿Podemos usar las redes para compartir las enseñanzas bíblicas y defender los principios cristianos? ¡Obviamente sí! Pero hagámoslo con bondad, modestia y generosidad. En su carta a los filipenses, Pablo ruega a un compañero fiel —de nombre desconocido—, que ayude a dos hermanas que no estaban mostrando un mismo sentir en el Señor (4:1-3). Tras recordarle que ellas combatieron junto a él y otros más por el evangelio, cataloga a todos como hermanos míos amados y deseados, gozo y corona mía, cuyos nombres están en el libro de la vida. ¿Comprendes? Pablo dice a todos: Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida por todos los hombres (Fil 4:5). La palabra gentileza proviene de un vocablo griego que significa amabilidad y buen carácter.

¿Usamos las redes para encender fuegos o para mostrar con humildad nuestra fidelidad al Señor? Como a todos nos falta mucho para alcanzar toda la plenitud de Dios (2 Corintios 9:22), evitemos atacar en ellas a quienes aún no alcanzan lo que solo por la gracia de Dios es posible recibir. Por ello Pablo insistió a los efesios: Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Efesios 4:1-3).

Las redes sociales —sin duda—, revelan con claridad quienes somos y cuáles son nuestras prioridades. Son un instrumento de alcance mundial donde todos pueden constatar tanto la bondad de nuestro carácter como la falsedad de nuestras presunciones, sin que a veces percibamos cuan claramente se hace evidente en ellas tanto nuestra piedad como desatino, nuestra espiritualidad o vacío y rebeldía interior. Ellas son transparentes al mostrar la condición espiritual y moral del mundo actual, así como también revelan cuanto puede haber de hipocresía, falsedad o mediocridad en quienes declaramos ser hijos de Dios y seguidores de Cristo.

Por último, a veces es obvio en las redes cierta dureza y juicio condenatorio para quienes no creen o piensan exactamente igual a nosotros, lo cual es contradictorio. Si seguimos a Jesús, quien al ver las multitudes desamparadas y dispersas tuvo compasión de ellas como ovejas que no tienen pastor (Mateo 9:36); ¿no deberíamos quienes nos consideramos sus seguidores mostrar también sensibilidad y compasión en vez de desprecio y juicio inmisericorde? Si bien cada cual responderá por sus pecados, quienes hemos recibido un perdón por gracia, debiéramos actuar en consecuencia.

Para mí, ser coherentes, honestos y humildes al utilizar todas las posibilidades que nos brindan las redes sociales, es el gran reto que ellas ofrecen a quienes pretendemos ser seguidores de Jesús de Nazareth.

Una misionera inolvidable

Transcurría el año 1948 cuando la norteamericana Helen Black, siguiendo el llamado de Dios dejó atrás su país y su familia para predicar a los cubanos el evangelio de Cristo. Fundó “Mi Campamento” en Manajanabo, antigua provincia de Las Villas, y realizaba allí actividades con niños y jóvenes además de impartir estudios bíblicos en diferentes iglesias. Por varios años fue profesora en los Seminarios de Los Pinos Nuevos y la Convención Bautista Oriental.

A mediados de la década de 1960 cuando la embajada norteamericana en La Habana recomendó a los misioneros estadounidenses que abandonaran el país, ella permaneció en Cuba convencida de que así obedecía la voluntad de Dios aunque se expusiera a perder el sostén económico que recibía de la organización misionera que le envió. Otros misioneros también siguieron en Cuba por algún tiempo más, pero ella fue la única que permaneció en nuestro país viviendo en su amado campamento el resto de su larga y fructífera vida. Durante más de veinte años se abstuvo de visitar su patria temiendo que si salía de Cuba, tanto su gobierno como el cubano o la organización que la envió, impedirían su regreso. Helen falleció en Santa Clara a los 85 años de edad el 3 de marzo del año 2003.

Conocí a esta piadosa mujer en septiembre de 1960 en el colegio presbiteriano “La Progresiva” de Cárdenas, donde ella ministraba ese año en el dormitorio de las estudiantes internas a la vez relacionándose e influenciando a muchas personas, pues entonces ella ya llevaba 12 años en Cuba y su don para evangelizar y enseñar a niños y jóvenes era admirado por todos. Sirvió en “La Progresiva” solo por un curso, pues la escuela fue nacionalizada por el estado cubano en mayo de 1961.

Fue entonces que ella —conociendo mi desempeño en la escuela y la iglesia—, me invitó a servir como consejero en “Mi Campamento” durante los retiros que celebraría ese verano, en los cuales también enseñaba el Dr. René Castellanos, quien era profesor en la misma escuela y mi mentor espiritual. En aquel verano, las enseñanzas de ambos y mis experiencias con los jóvenes que asistieron, resultaron decisivas para confirmar mi vocación ministerial. Entonces ignoraba que “Mi Campamento” se convertiría en mi refugio y tabla de salvación cuando inesperados y muy penosos sucesos parecían dar al traste con mi llamado al ministerio pastoral. Confundido y muy apesadumbrado, regresé allí en mayo de 1962 para buscar el consejo de Helen y pedirle que orase por mi futuro. Toqué a su puerta sin imaginar cuánto esa visita ayudaría a que mi vida se encaminara.

Helen, sorprendida, me escuchó con sensibilidad e interés. Después de orar juntos, escuchar sus consejos y dispuesto a marchar, me sorprendieron sus palabras:

—No te irás de aquí. Necesitas tranquilidad y tiempo para discernir claramente cuál es la voluntad de Dios. ¿Me ayudarías trabajando en el mantenimiento del campamento? No puedo darte un sueldo, pero sí ofrecerte techo y comida.

Para Helen la obediencia absoluta a la voluntad de Dios era un concepto fundamental. 

Esa noche, instalado en una de las cabañas de “Mi Campamento”, comenzó una etapa que determinó mi futuro. Tres meses después, en los retiros espirituales del verano conocí a quien es mi esposa y la madre de mis hijos. Superé las frustraciones sufridas y Helen también me introdujo y relacionó con dos pastores tan inmensos como humildes: Bibiano Molina y Bartolomé Lavastida.  Sus consejos y ejemplos de vida afirmaron mis convicciones y llamado al ministerio pastoral. Para ambos el tema de la obediencia absoluta a la voluntad divina también era incuestionable. Mi visita a Helen para pedirle consejo y orar con ella fue decisiva. De ahí en adelante se me presentaron una tras otra las mejores oportunidades para encausar mi futuro.

¿A cuántas personas esta misionera norteamericana llevó a los pies de Cristo durante sus 55 años de ministerio en Cuba o les inspiró una comprensión más diáfana de todo lo que implica la fe cristiana en cuanto a obediencia a Dios y la santidad de vida? Como su campamento no tuvo fronteras denominacionales ella bendijo e inspiró a muchos. Aunque solo lo sabremos en la eternidad, ¡somos una multitud! Muy firme en sus convicciones, era muy valiente y certera a la hora de confrontar a quien lo merecía. Me regañó duramente varias veces, ¡pero cuánto se lo agradezco! Era tan amorosa y tierna que su bella sonrisa abría las puertas del corazón de quienes tuvimos la bendición de conocerle, ser sus discípulos y recibir también sus atinadas reprimendas bien merecidas. ¿Cómo olvidarla? Ella cautivaba enseguida el corazón de las personas a quienes ministraba. Además, escucharla cuando oraba a Dios resultaba una experiencia espiritual de primera magnitud.

Helen también visitó y enseñó posteriormente en las iglesias donde fui pastor. Conoció y admiró a nuestros hijos quienes junto a otros jóvenes de nuestra congregación también asistieron alguna vez muy emocionados a “Mi Campamento” porque conocían muy bien lo que significaba ese lugar para sus padres. Aunque he mencionado a Helen varias veces en mis libros, este artículo es una deuda de gratitud que debí saldar hace tiempo. Sé que al leerlo, quienes la conocieron en vida se sentirán muy bendecidos. Tratarla y compartir personalmente con ella fue un hermosísimo privilegio que Dios nos concedió.

Ella, sin duda, tiene un lugar cimero en mi lista personal de héroes de la fe.

¡Gracias Señor por lo que Helen Black significó para tantos cubanos!

Sabiduría y entendimiento

Cuando sentí el llamado de Dios al ministerio pastoral en 1960 ya predicaba en misiones de mi iglesia y lideraba el departamento juvenil. Aún recuerdo nuestros retiros espirituales a la orilla del mar que concluíamos contemplando la caída del sol. Después y alrededor de una fogata, conversábamos y cantábamos. Nuestro grupo era tan ingenuo y entusiasta que nos reíamos cuando en la escuela presbiteriana donde estudiábamos (La Progresiva de Cárdenas), maestros y pastores nos advertían en los cultos matutinos que estaba por terminar una etapa de nuestras vidas tras la cual todo sería diferente.  

—¡Qué trágicos se ponen —decíamos—, ¡no hay que exagerar!

Y así terminan mis recuerdos felices de juventud porque… ¡ellos fueron profetas!

¿Qué sucedió con los jóvenes cristianos con quienes compartí aquella etapa de mi vida? Algunos emigraron al poco tiempo y otros lograron ser profesionales exitosos en el país. Entre quienes permanecimos en Cuba, muchos abandonaron u ocultaron su fe cristiana pues la entonces llamada lucha ideológica incluyó una fuerte campaña nacional contra “prejuicios y tabúes religiosos” que atrajo a muchos.    

Aunque parecía imposible que jóvenes educados en escuelas e iglesias cristianas en Cuba aprendiendo principios y valores bíblicos aceptaran el ateísmo científico propagado después con insistencia en el país, gran parte de ellos cedió ante la corriente avasalladora y abandonaron las iglesias. Algunos alegaban mantener su fe en privado, pero tal decisión les apartó cada día más. Conozco historias tristes de quienes impulsados por la corriente vivieron mucho tiempo lejos de Dios. No obstante, cuando décadas después decidieron regresar a la fe como hijos pródigos, las iglesias los recibieron con alegría. También hubo gozo en los cielos.

 Aquellos que permanecieron fieles a Dios y a sus iglesias durante un período muy largo y difícil sufrieron en demasía, pero fueron bendecidos y fortalecidos en la fe. Comparar la vida de quienes regresaron después de tantos años con los que fueron fieles contra viento y marea, arroja un saldo positivo para los segundos. Al regresar a las iglesias muchos confesaban lo mismo: la etapa más feliz de sus vidas terminó al negar u ocultar su fe y ceder a las presiones del momento. Lógicamente, permanecer fieles a las enseñanzas de la Palabra de Dios ofrece al creyente una zona de seguridad y bienestar donde la voluntad de Dios es agradable y perfecta. 

No obstante, los peligros que enfrentó la juventud de mi época hoy son mayores, más sutiles y atractivos. Por lo tanto, Dios sigue llamando a quienes le siguen a no claudicar. Ante el deterioro moral contemporáneo debemos utilizar el don divino que la Biblia llama entendimiento, palabra que es traducción de un vocablo griego (νοῦς) que significa, mente, pensamiento, actitud, intención, propósito, discernimiento. Me maravilla que en el Diccionario de la RAE, la palabra entendimiento sea definida como potencia del alma, en virtud de la cual el ser humano concibe las cosas, las compara, las juzga, e induce y deduce otras de las que ya conoce. ¡Qué importante definición! Dios nos capacita para analizar, juzgar y deducir cual es el comportamiento que más nos favorece. También contamos con la ayuda del Espíritu Santo: el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad (Juan 16:13).

Entonces, ¿por qué a veces asumimos conductas que solo con un poco de sensatez no caeríamos en ellas? Muchos personajes bíblicos —sometidos a presiones e injusticias increíbles—, lograron obedecer a Dios enfrentando las terribles circunstancias que a su alrededor intentaron dañarles. Entre otros, Moisés, José y Daniel demostraron que se puede vivir contra la corriente y tomar decisiones sabias inmersos en ambientes amenazantes y contradictorios. 

Una y otra vez la vida nos demuestra que si aunque suframos, si estamos dispuestos a no claudicar podremos experimentar victorias inimaginables. Cuando seamos tentados a contemporizar porque el ambiente que nos rodea sea tan influyente que pueda arrastrarnos, aferrémonos a una verdad incuestionable: Cueste lo que cueste, ser fieles a Dios siempre será una decisión sabia.

Aunque Satanás se nos presente como ángel de luz, la Biblia insiste: No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar (1 Corintios 10:13).

Nunca estamos obligados a ceder al pecado y la corrupción. No permitamos que las circunstancias nos manejen a su antojo, ni tampoco cedamos a quienes intenten convencernos incitándonos a abandonar el camino. Dios sí es omnipotente y fortalece a los suyos en la lucha contra el mal. Él nos ha provisto de entendimiento para juzgar y comprender que ser fieles nos ofrece la mejor recompensa. ¿Y qué decir del Espíritu Santo quien nos guiará a toda verdad (Juan 16:13)?

No dejarse llevar por la corriente corruptora, siempre será una decisión inteligente.

Una demostración de sabiduría.


¡Atención! Este artículo es un resumen del capítulo 4 del libro: “Vivir contracorriente”.Quienes deseen recibir el libro completo en formato digital, pueden solicitarlo a: aigm1943@gmail.com

Guiando a otros a vencer la corrupción

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-Si desea rebibir en formato digital el libro: «Vivir Contracorriente», solicítelo al siguente correo electrónico: aigm1943@gmail.com

Principios irrenunciables

Cuando una iglesia cristiana deja de exigir a sus fieles que vivan en santidad, les expone a conductas cuestionables que bajo inciertas justificaciones hoy de moda corrompen y destruyen la vida de cualquiera. Así algunas congregaciones confunden la gracia de Dios con un falso espíritu bondadoso y permisivo, olvidando que tal doctrina al concedernos un perdón inmerecido, nos impulsa agradecidos a vivir en integridad y sencillez, facilitándonos así nuestro crecimiento espiritual y la total transformación de la conducta.

Sin embargo, el espíritu permisivo y acomodaticio —hoy tan común—, ofrece a los creyentes un peligroso plano inclinado donde permanecer fieles es una dificultad tan gigantesca que la caída ocurre por ley de gravedad. Por lo tanto, una fe dependiente de criterios propios y no de la revelación bíblica, potenciará nuestro orgullo impidiéndonos asumir una obediencia total a los reclamos éticos de la fe cristiana, afectando nuestro crecimiento espiritual aunque asistamos regularmente a muy atractivas y exaltadas actividades eclesiales.  

¿Corresponde tal proceder con la enseñanza bíblica? No exigir a los creyentes un serio compromiso ético que por medio del Espíritu Santo les permita abandonar las conductas impías, dificulta el proceso necesario de santificación que nos salvaguarda de la impudicia omnipresente. ¿Ignoramos que Jesús se dio a sí mismo para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras (Tito 2:14)?

En su comentario sobre la carta a los Efesios, William Barclay mencionó un desafío que algunas iglesias modernas perecen ignorar: en la iglesia primitiva los cristianos estaban convencidos de que debían ser diferentes a los incrédulos no comportándose jamás de acuerdo a las normas mundanas, lo cual no significaba apartarse totalmente de ellos ni despreciarles. Por ello era posible a simple vista identificar a los cristianos dondequiera: ¡Ellos actuaban claramente conforme a su fe!

En estos tiempos tan difíciles, bien nos valdría a todos obedecer el consejo bíblico: No se encariñen con este mundo ni con lo que hay en él, porque el amor al Padre y el amor al mundo son incompatibles. Y es que cuánto hay de malo en el mundo —pasiones carnales, turbios deseos y ostentación orgullosa—, proceden del mundo y no del Padre. Pero el mundo y sus pasiones se desvanecen, sólo el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre (2 Juan 1:15-17, Versión Hispanoamericana).

¿Lamentos proféticos?

Expresiones bíblicas como “¡Ay de los… o ay de aquel…!” usadas por Jesús y los profetas, aluden a actitudes que causan sufrimientos inpredecibles e inevitables a quienes las asuman. Así los “ayes” que encontramos en la Biblia son antípodas de las bienaventuranzas, las cuales enaltecen conductas capaces de propiciarnos una profunda satisfacción espiritual aunque enfrentemos infortunios, sacrificios o incluso persecución. Las bendiciones anunciadas por Jesús para los pobres en espíritu, los que lloran, los mansos, los que vivan correctamente, los misericordiosos, los de limpio corazón, los pacificadores y los que padecen persecución, animan a quienes muestran una ética capaz de no claudicar ni ser influenciada por el ambiente impío que les rodee. ¡Qué difícil es conservar la integridad en estos tiempos cuando es mucho más fácil —y al parecer más atractivo y conveniente—, dejarse llevar por la corriente!   

Por ello aterra percibir en ambientes eclesiales hábitos y estilos de vida que ajenos a la enseñanza bíblica, proceden de la cultura circundante. ¿Será posible? Aunque Jesús amó al joven rico que intentó seguirle, le impuso un gran requisito: deshacerse de sus bienes. Tras salvar del apedreamiento a la mujer adúltera, le advirtió: ¡No peques más! ¿Creerás que los publicanos Zaqueo y Leví ignoraban cuantos cambios radicales necesitaban sus conductas si seguían a Jesús? No, ellos lo sabían y actuaron en consecuencia. La vida de Cristo, sus enseñanzas y la historia apostólica demuestran la imposibilidad de que cada cristiano viva “a su aire”. No obstante, algunos creyentes del siglo XXI parecemos ser reacios a cargar cruces, nos ofendemos si somos despreciados y creemos que negarnos a nosotros mismos va en contra de los derechos humanos universales.  ¿Será posible que considerándonos seguidores de Jesús, todavía no hayamos entendido nada?

Atendamos esos lamentos bíblicos escritos siglos atrás por su vigencia actual al mostrarnos el corazón de Dios y su dolor ante la impiedad humana y sus consecuencias. ¡Dichos lamentos son advertencias divinas para evitarnos peligros y sufrimientos múltiples! Además, no olvidemos que nuestras buenas obras —en caso de existir— tampoco aseguran nuestra salvación, la cual solo es obtenible por gracia.

Inmersos en una sociedad secularizada donde cada cual se permite decidir bajo su propio arbitrio la legitimidad o no de sus deseos y conducta, dichos lamentos bíblicos nos ayudan muchísimo a entender el inmenso dolor divino ante la pecaminosidad humana.

“¡Ay del mundo a causa de los que incitan al pecado! Porque instigadores de pecado tiene que haberlos necesariamente; pero ¡ay de aquel que incite a pecar!”            Jesús (Mateo 18:7)

Valiosos para Dios

Frecuentemente solemos pensar que ya no somos valiosos para algunas personas que antes eran importantes para nosotros. ¿Te sucedió así alguna vez? Tras muchos años sin vernos, un compañero de la escuela primaria corrió emocionado a saludarme en una iglesia a donde fui invitado a predicar.  

—¿Y tú eres…? —le pregunté al abrazarlo, sin reconocerle.

Él, muy entristecido, me expresó su queja:

—Siempre que coincidimos en algún lugar no me reconoces… ¡Y tú eras el amigo más querido de mi infancia! ¿Signifiqué tan poco para ti?

Apenadísimo, intenté consolarlo:

—Nunca digas eso. Me reconociste porque sabías que hoy predicaba aquí. ¡Hemos cambiado tanto!

Muy atribulado, mi amigo olvidado insistió:

—Nunca pensé que no me recordarías. ¿Me borraste de tu vida?

Pocos sucesos resultan más devastadores que el hecho de sentirnos ignorados. Por ello la Biblia dice que Dios nos amó y escogió desde antes de la fundación del mundo… habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo (Efesios 1:4-5).  Saber que Dios nos conoce y tiene un plan con nuestras vidas nos eleva más allá de las estrellas. Si en la explicación científica del inicio de una vida humana la fecundación es un milagro fortuito de la naturaleza, es consolador saber que sin importar las circunstancias que rodearon nuestro nacimiento, Dios nos conocía antes de que nos formásemos en el vientre de nuestra madre.

El valor de tu vida para Dios te concede una seguridad inefable de su amor y cuidado. David, el cantor de Israel, lo sabía: Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas (Salmo 139:16).

Isaías el profeta lo proclamó: Jehová me llamó desde el vientre, desde las entrañas de mi madre… (Isaías 49:1). Dios mismo dijo a Jeremías: Antes que te formase en el vientre te conocí… (Jeremías 1:5). Pablo también lo expresó: me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia (Gálatas 1:15). Y Jesús dijo: aun vuestros cabellos están contados (Mateo 10:30).

Dios nos reconoce personalmente aunque formemos parte de una multitud. Incluso, si confundidos por mezquinos intereses nos alejamos de su presencia, habrá fiesta en los cielos el día que regresemos a él buscando su perdón y ayuda. ¡Puedes confiar en ello! Como el padre de la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-20), él corre, se echa sobre nuestro cuello y nos besa.

Así son las riquezas de la gracia de Dios. ¡No olvides eso jamás!

Job: el valor de la fe

Cualquiera creería que los sufrimientos de Job destruirían su fe y su conducta piadosa. Tras llegar sus amigos intentando consolarle —ofreciendo una lección magistral de cómo irritar más a quien sufría tan profunda aflicción—, su esposa le ordenó maldecir a Dios y morirse: ¡Pobre hombre! Pese a ello, aunque él expresó abiertamente ante ellos sus dudas y desconcierto, nos enseñó que si nuestra devoción a Dios es real y nos aferramos a la fe, podremos elevar un canto de victoria y esperanza como el suyo aun en las horas más amargas: Yo sé que mi redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de desecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios (Job 19:25). Todo podía sucederle a Job, pero su fe siempre emergía victoriosa.

Es lógico —y evidencia cordura— afligirnos cuando corresponde. ¡Hasta Jesús mostró abiertamente su agonía al acercarse la crucifixión y rogó a sus discípulos: Mi alma está muy triste hasta la muerte, quedaos aquí y velad conmigo (Mateo 26:38). Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle (Lucas 22:43). La aflicción es parte de la vida y no es negándola o disimulándola como se le vence. ¿Lo sabías?

Como Jesús advirtió claramente que en el mundo tendremos aflicción, al recibir su azote aferrémonos a la fe con todas las fuerzas del alma. Ella es un recurso poderoso, un don de Dios inefable y eficaz. Por lo tanto, todo aquello que es nacido de Dios vence al mundo: y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe (1 Juan 5:4).

El valor de la humildad

Cuando abandoné mi casa paterna en 1961, llevé conmigo un pequeño morterito de madera que conservo con cariño. Inexplicablemente, mirarlo y tomarlo en mis manos estremece mi corazón. ¿Recuerdan mis coetáneos la conmovedora canción que entonaba Juan Manuel Serrat?: Son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas… en un rincón… en un papel o en un cajón. Como un ladrón, acechan detrás de la puerta, nos tienen tan a su merced como hojas muertas que el viento arrastra allá o aquí, que nos sonríen tristes y… ¡nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve!  

Conforme transcurre nuestra vida necesitamos aprender a convivir con algunas realidades aunque nos provoquen lágrimas. Con respecto a logros personales o reconocimientos recibidos, debemos recordar que no solo los obtuvimos gracias a talentos personales que Dios nos otorgó, sino también a circunstancias en las que fue determinante la ayuda y buena voluntad de otras personas; aquellas que favorecieron nuestra formación y desarrollo espiritual. ¿Cuán larga es tu lista de benefactores? La mía, inmensa, impide que pueda mencionar a tantos que me bendijeron ya fuera enseñándome lecciones inolvidables o alertándome sobre errores, peligros o posibilidades que yo no percibía ni alcanzaba a valorar. Sin duda, tuve muchos ángeles humanos a quienes debo agradecer incontables favores y bendiciones.   

El apóstol Pablo escribió a los cristianos de Corinto: Porque ¿quién te distingue? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? (1 Corintios 4:7). Tal enseñanza nos recuerda que la humildad es una virtud tan prodigiosa que puede sorprendernos con bendiciones terrenales que tal vez nunca imaginamos. Sin embargo, el orgullo y la prepotencia —hoy casi omnipresentes—, siempre causarán la ruina espiritual de quienes rechazan como inoperantes e inaceptables los principios divinos.

Si pretendemos seguir a Jesucristo, jamás debiéramos vanagloriarnos. ¡No somos los únicos causantes de nuestros logros y triunfos espirituales! De ellos es responsable el Santo Espíritu de Dios obrando en nosotros y también aquellas personas que nos animaron a ser mejores, inspirándonos con su propio ejemplo o reprendiéndonos si lo necesitábamos. ¿Imaginas? Es probable que ninguno de ellos haya recibido un diploma por el bien que nos hicieron y puede que nosotros mismos tampoco les hayamos expresado nuestro agradecimiento en vida como ellos lo merecían. ¿Comprendes?

Entonces, ¿importará acaso que algún día alguien tire a la basura o guarde en un cajón los diplomas y reconocimientos que recibimos en nuestra vida terrenal? ¡Ellos solo son símbolos! Su esencia marchará a la eternidad con nosotros y será la mejor ofrenda que ofreceremos al Señor al escuchar de sus labios las palabras tan ansiadas: Bien, buen siervo fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré: entra en el gozo de tu Señor (Mateo 25:23).

¡Y traspasaremos las puertas del cielo radiantes de felicidad y gratitud eterna!