
Temprano en la mañana me avisaron que una hermana muy fiel de nuestra iglesia encontró al levantarse que su esposo se había suicidado, por lo cual llegué a su casa poco después de su horrendo hallazgo. La viuda, sentada en la sala de su casa lloraba inconsolable, mientras otra persona le reprendía:
— ¡No, no, no! Tienes que ser fuerte. ¡No puedes estar llorar así, eres una mujer cristiana y tienes que dar un buen testimonio!
Entendí que trataba de ayudarla y animarle, pero me indigné. ¿Cómo no llorar tras casi chocar con el cadáver de su compañero de toda la vida?
Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro. En el Getsemaní se angustió hasta lo sumo, lo cual el evangelio de Lucas describe de forma desgarradora (Lucas 43:44). ¿Por qué pensar que debemos permanecer insensibles ante el dolor, el sufrimiento o las pruebas de la vida? ¿Acaso la propia Biblia no enseña que todo tiene su tiempo, incluso tiempo de llorar? (Eclesiastés 3:4)…