
Quienes por la gracia de Dios llevamos largo tiempo siguiendo a Jesucristo, jamás debiéramos experimentar desprecio o mala voluntad hacia quienes no entiendan el evangelio y lo rechacen, e incluso, actúen como enemigos declarados de la fe y los creyentes. Como Jesús dijo acerca de quienes le crucificaron: no saben lo que hacen. Nosotros, a su vez, ignoramos si tales personas —también por la gracia de Dios—, un día llegarán a la fe. ¿Acaso no sabemos que el evangelio es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree? (Romanos 1:16). Todos conocemos a personas muy incrédulas que terminaron buscando a Dios y abrazando la fe. ¡En las iglesias hay mucha gente así!
Es curioso que la primera declaración de fe en Cristo después de su muerte no vino de parte de quienes creían en él porque en esos momentos estaban llenos de dudas. Los que dijeron: Verdaderamente éste era el Hijo de Dios, fueron el centurión romano y los que estaban con él ejecutando su crucifixión (Mateo 27:54). Antes, uno de los malhechores crucificados al lado de Jesús también se abrió a la fe cuando menos lo esperaba. ¿Entonces? Miremos a las personas, incluso a las más incrédulas como lo que en realidad son: gente muy necesitada de la gracia divina… ¡y oremos porque lleguen a experimentarla!
Como predicadores que somos del evangelio de Cristo, miremos a quienes no conocen ni saben de Dios con amor, compasión y esperanza…