
Algunos cristianos olvidamos que cualquier persona, incluso la más renuente, incrédula y ajena a la fe y las enseñanzas de Cristo, puede un día ser tocada por el Espíritu de Dios y llegar a ser tan fiel o más que nosotros mismos. Aunque sabemos que el evangelio es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree (Romanos 1:16), se nos olvida la historia de Saulo de Tarso. Siendo el más tenaz perseguidor, terminó como el predicador y escritor cristiano más influyente en los albores del cristianismo. ¡Desde entonces conocemos demasiadas historias semejantes a la suya! ¿Cómo dudar de que ahora pueda ocurrir lo mismo con quienes hoy ignoran, desprecian, critican o combaten la fe cristiana?
No podemos odiar a nadie, sino orar por todos. A diferencia de otras causas humanas, el cristianismo no intenta destruir a sus enemigos. ¿Olvidamos que Cristo exige que les amemos? Lo que él busca —y también debiéramos desear nosotros—, es que el amor y la gracia de Dios alcance sus corazones…