¡Guarden los clavos!

Hoy, más de veinte siglos después del nacimiento de Cristo, todavía hace falta que muchos guarden los clavos y decidan no usarlos más contra nadie. Continuamos viviendo en un mundo lleno de odio, pecaminosidad, desvergüenza, injusticias y rechazo total no solo hacia Cristo y sus enseñanzas, sino también hacia quienes les siguen a él o simplemente, no piensen en todo de la misma manera a como algunos poderosos piensan. Penosamente, entre los mismos que pretenden ser seguidores de quien a un día clavaron en una cruz horrenda —de la misma manera que hacen otros que tampoco creen en él—, pareciera que en vez de amor, perdón y mejores oportunidades de bendición y vida para todos, algunos siempre tienen clavos dispuestos para crucificar a quienes no piensen en todo como ellos mismos estimen conveniente. ¡Qué pena!  

¿Será posible que ni siquiera en Navidad los propios cristianos recordemos que quien sufrió el dolor horrendo de los clavos perforando sus manos y sus pies, enseñó que además de amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y nuestra mente, también debíamos amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos? (Mateo 22:37-40). Él dijo además algo tan fuerte, que preferimos olvidarlo porque nos cuesta demasiado obedecerlo: Pero yo os digo, Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos (Mateo 5:44-45).

Por lo tanto, sigo creyendo que pese a todo lo que aún sufrimos, especialmente los seguidores de Cristo debemos guardar los clavos. Somos tú y yo —los que declaramos seguirle a él— quienes debemos hacerlo aunque el mundo siga lleno de maldad y nos muestre su desprecio a diario. No hay otro camino ni habrá otra esperanza.

¡Qué la luz y el amor de Cristo, hermanos y amigos míos, ilumine nuestras vidas en esta navidad! Dediquémonos, pues, a guardar los clavos. Lo que el mundo necesita cada día más que nunca, es del amor de Cristo, ese amor tan ancho, largo, profundo y alto que excede a todo conocimiento (Efesios 3:18-19).  

“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz, y lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los Ejércitos hará esto” (Isaías 9:6-7)

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