Contar nuestros días

Cuando leo el Salmo 90 me intrigan las palabras contar nuestros días. ¿No es más normal contar nuestros años como naturalmente hacemos? Así que por curiosidad decidí contar mis días. Multipliqué mis 79 años ya concluidos por 365, sumándole 20 días más debido a los años bisiestos transcurridos desde 1943 cuando nací, y los días vividos desde mi último cumpleaños. ¡Mi investigación reveló 28,953 días! ¿Conoces el himno titulado: “La vida se va como el viento”?  

Como la palabra día en plural puede referirse a un período de tiempo, al leer: Enséñanos de tal modo a contar nuestros días que traigamos al corazón sabiduría (Salmo 90:12), no se refiere al proceso que narré para contar mis días, sino a lo que expresa mejor la Nueva Traducción Viviente (NTV): Enséñanos a entender la brevedad de la vida para que crezcamos en sabiduría.

Ahora recuerdo con amor y gratitud algunas personas adultas que en mi juventud me retaban y amonestaban a acercarme a Dios con humildad y reverencia, orar, leer la Biblia con seriedad y acatar fielmente sus enseñanzas. Cuando acepté sus consejos —o sus regaños—, siempre fui bendecido. Quienes más me ayudaron a crecer en mi fe entonces no fueron los amigos de la escuela cristiana donde estudié ni los jóvenes de mi iglesia, sino cristianos adultos que me compartieron con sencillez y naturalidad la sabiduría espiritual adquirida al paso de los años. Entonces creía que mi ancianidad estaba demasiado lejana. ¿Cómo fue posible que 28,953 días transcurrieran como un pensamiento (Salmo 90:9)?

Como la humanidad cada vez es más frenética y segmentada, percibo que en algunas iglesias todo parece hacerse por atraer a los jóvenes mientras estos tienden a no acercarse a los mayores como si nada pudiesen aprender de ellos. También me preocupa si en la adoración no se propician espacios de solemnidad y reverencia, sino un desempeño musical bullicioso que encanta a los jóvenes, pero no bendice igual a los adultos que añoran los antiguos himnos que inspiraron y alimentaron su espiritualidad por muchos años. ¿Acaso la adoración no debiera involucrar e impactar a todos los presentes?

Adorar incluye la exaltación de la grandeza de Dios, sus hechos portentosos y también la introspección que analiza cómo andan los días de nuestra vida, si vivimos en santidad, actuamos con sabiduría y obediencia al Señor. No todo puede ser alabanzas sin límites en la adoración. También puede haber arrepentimiento, súplicas de perdón y manifestaciones de angustia y dolor como las que leemos en los Salmos 42 y 43 ¿Te atreverías a decir que el salmista es irreverente o falto de fe al declarar su abatimiento? La adoración no es un bálsamo prodigioso que nos permita olvidar nuestros pecados o los sufrimientos que enfrentamos; tambien es un recurso inigualable para analizar delante de Dios cada acción de nuestra vida y recibir tanto su bendición como su reprensión o su perdón. Si todo es fiesta y delirio en la adoración, tal vez no estemos adorando, sino complaciéndonos a nosotros mismos.    

He escuchado varias veces de personas que asistían por primera vez a una iglesia y sintieron como que estaban en una discoteca. ¡Qué pena si así sucede! El mensaje del amor de Dios en Cristo no requiere de tanto ruido para alcanzar al corazón necesitado que busca la fe salvadora, lo cual proviene más de la obra del Espíritu Santo y del genuino testimonio de otros creyentes, que de una música ensordecedora que no apela a la espiritualidad de los presentes. No olvidemos que la adoración a Dios —aun la más exaltada— debe provocar sumisión y obediencia a los reclamos divinos y no solamente deleite al cuerpo y los oídos. Creo que algunas iglesias y sus músicos están haciendo una maligna contribución a los problemas auditivos que tendrán algunos de sus asistentes en un futuro cercano. ¿Ignoran los ministros de adoración que un nivel incesante y repetitivo de decibeles por encima del normal que resiste el oído humano (70 Db) puede dañarlo irreversiblemente?  

Como el Salmo 150 invita a usar diferentes instrumentos, incluyendo el pandero y la danza para adorar a Dios, es obvio que nuestra adoración puede ser alegre y entusiasta, incluir expresiones artísticas y utilizar diversidad de recursos. He predicado en iglesias donde hubo de todo ello y fue tan bien planeada y balanceada la adoración —dirigida tanto por jóvenes como por adultos—, que resultó una verdadera experiencia espiritual que preparó a los presentes para lo que es fundamental en el culto cristiano evangélico: la exposición de la Palabra de Dios. Por ello, quienes dirijan la adoración, los instrumentistas, cantantes y también los predicadores, deben recordar que las plataformas de nuestros templos no son escenarios teatrales. Son lugares santos desde los cuales la iglesia reunida es retada a adorar a Dios y escuchar con devoción las enseñanzas bíblicas. Incluso cuando se muestren sobre ellas alguna obra o representación artística, estas deben regirse por los mismos principios espirituales. Tanto la enseñanza allí representada como las actuaciones, el vocabulario de quienes trabajen en dicha obra y las reacciones que provoque en la congregación, deberán glorificar el nombre de Dios y estar en total sintonía con los principios y la fe que sustentamos.

No olvidemos que el fuego fatuo de las filosofías y costumbres mundanas puede confundirnos y penetrar en nuestras iglesias y conductas personales. Por ello, el llamado del Salmo 90 a contar nuestros días para que crezcamos en sabiduría es un mensaje de alerta, una amorosa advertencia. ¡Es tan breve la vida humana y hay tantos peligros acechando!

¿Te atreverías a sacar la cuenta de tus días? Te sorprenderá el número de ellos y la velocidad con que transcurrieron. Si eres joven, también recuerda que nadie sabe cuánto tiempo vivirá. Por lo tanto, a todos nos urge buscar más de Dios y adorarle con sabiduría y devoción absolutas, pues solo así podremos vivir el tiempo que resta en la carne, no conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios (1 Pedro 4:2).

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