Reflexiones sobre la adoración

Muchas iglesias acostumbran ahora a usar música estridente y con derroche de emociones, concebida como la adoración atractiva y disfrutable que precede a la exposición de la Palabra, lo cual podría —si nos descuidamos—, trasmitir un mensaje equivocado. Si nuestras alabanzas no provocan un interés profundo y sincero por la exposición de la Biblia, no clasifican como “adoración” aunque utilicen cantos preciosos, voces melodiosas, recursos artísticos,  tecnológicos y promuevan sentimientos vibrantes.

Un pastor me contó de una iglesia donde por un tiempo excesivamente largo se mantuvo a los fieles de pie, mientras se desarrollaba una adoración jubilosa, emotiva y físicamente activa. Cuando al fin se invitó a los presentes a sentarse, escuchó a dos mujeres detrás de él —al parecer, visitantes—, comentar:

—¿Sentarnos ahora? ¿Y qué viene después?—, dijo una de ellas.   

—Prepárate —advirtió la otra—, tienen una música riquísima, pero ahora viene una perorata insoportable. ¿Nos vamos?  

En vez de disponerse a continuar adorando, ya estaban satisfechas y deseosas de irse.  

¿Sabes qué hacía en mi adolescencia si un culto se extendía, asustado porque aún faltaba el sermón? ¡Buscaba cómo entretenerme! Mi pastor descubrió un domingo que un grupo de nosotros intercambiábamos papelitos mientras él predicaba. Nos reunió… ¡y agradeció que en vez de conversar nos comunicáramos escribiéndonos, pues así no molestábamos a los demás! No obstante, insistió que debíamos vencer esa tentación.   

—Hay partes del culto cuando es demasiado irreverente entretenerse —explicó—, pues significaría como darle la espalda a Dios y seguramente ustedes no querrían hacer eso. Una es cuando se lee la Biblia y la otra cuando se predica, ¡Son momentos en el que Dios habla y todo el mundo debe callar! Si se entretienen en otra parte del culto estaría mal, pero es menos grave.

¡Qué espíritu tan compasivo y con cuánto amor nos habló el pastor! Él exigía que al leer la Biblia la congregación estuviera de pie en absoluto silencio. Si alguien llegaba en esos momentos, debía detenerse en la puerta y escuchar, evitando que cualquier ruido o movimiento interrumpiera la solemnidad de la lectura bíblica, de modo que viví esa experiencia cada domingo desde niño. Según mi pastor, leer la Biblia era como si Dios mismo estuviera hablando a la congregación, Lógicamente el sermón requería de la misma atención y disciplina por ser la explicación y aplicación de la misma.  

Dios usa tanto a los predicadores como a quienes ministran dirigiendo la alabanza, los cantantes, instrumentistas, sonidistas, coros y grupos musicales, etc. Pero obviamente las alabanzas no deben dejar a una congregación agotada y cansada, sino ávida por escuchar y aprender de la Palabra de Dios.

¿Solo se exalta la gloria de Dios con composiciones musicales y participaciones artísticas impresionantes? Definitivamente no. El interés que mostremos por la exposición bíblica es un factor que demuestra la calidad de nuestra adoración. Me preocupa que al adorar hoy dependamos cada vez más de recursos tecnológicos y música altisonante que estimule mover nuestros cuerpos por la intensidad de sus ritmos y ondas sonoras. La repetición de sonidos estridentes parece llegar al fondo del alma, pero es solo una percepción auditiva y no es necesariamente una manifestación de espiritualidad.

Cuando el profeta Amós clama de parte de Dios: ¡Fuera de aquí con esos ruidosos himnos de alabanza! No escucharé la música de sus arpas. En cambio, quiero ver una inundación de justicia y un río inagotable de rectitud (Amós 5:23-24, NTV); enseña que la verdadera adoración no es un rato místico y a la vez entusiasta de música, emociones y movimientos físicos, sino una actividad que exige de los adoradores una obediencia absoluta a los reclamos divinos.

El actual proceso corruptor y hedonista pudiera hacernos creer que para exaltar la gloria de Dios es necesario un derroche de recursos que —junto al despliegue de talentos y habilidades personales—, nos provoque disfrutar al máximo, como en cualquier espectáculo artístico. ¿Será que algunas reuniones cristianas puedan no estar exaltando a Dios sino a la destreza humana, especialmente cuando la más pura exposición bíblica quede relegada al mínimo o al tiempo cuando ya las personas están agotadas?

Adorando a Dios podemos emocionarnos hasta lo sumo tanto si tenemos instrumentos musicales como si no existen en cien kilómetros a la redonda. Lo esencial no es que usemos recursos artísticos o tecnológicos, sino que experimentemos la presencia de Dios, tan real cuando cantamos en voz alta como cuando oramos en silencio, leemos la Biblia o escuchamos con atención profunda la predicación. ¿Nos emocionaremos solo si hay redoble de platillos, volumen altisonante, manifestaciones artísticas y movimientos corporales? ¡Cuidado! También glorificamos al Señor cuando totalmente absortos, en silencio y reverencia total, escuchemos y obedezcamos la Palabra de Dios dispuestos a tomar las decisiones pertinentes —que aunque sean difíciles, provoquen lágrimas y constricción—, nos permitan complacerle a él y no a nosotros mismos.  

El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón.

Salmo 40:8

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