Música, músicos y adoración

Prediqué en un encuentro de adultos mayores de tres iglesias de La Habana, al que asistieron alrededor de 140 ancianos. ¿Creerás que fue un evento aburrido y triste? ¡Todos llegaron con una alegría desbordante a pesar de la edad y los difíciles tiempos que enfrentamos! Si hubiésemos contabilizado las edades de los asistentes, sus enfermedades, carencias, dolores emocionales y físicos, sus decepciones o dificultades, los contratiempos que enfrentan a diario, sus canas, arrugas y los bastones allí presentes para ayudar a la movilidad de algunos, el número resultante de esa lista sería incontable. No obstante, la reunión se caracterizó por un gozo inefable. Me correspondió también dirigir el canto congregacional de himnos antiguos, realizado sin acompañamiento de instrumento alguno ni música grabada. ¿Te parece acaso una idea loca? Pues… ¡aquello fue grandioso!

Me resulta difícil describir el brillo de sus ojos, el entusiasmo, la emoción y hasta las lágrimas de gozo con que tantos ancianos adoraban al Señor cantando Cuán grande es él, Grande Gozo, Día en día Cristo está conmigo y ¿Cómo podré estar triste? Dirigiéndolos me pareció que eran un enorme coro que disfrutaba a plenitud expresando en sus rostros los sentimientos más sublimes y profundos. ¡Qué experiencia tan hermosa!

Años atrás fui invitado a predicar en el aniversario de una iglesia y antes de comenzar el culto se recibió la noticia de que el grupo musical invitado al evento no llegaría a tiempo por rotura del ómnibus que les traía, tras lo cual uno de los líderes de la iglesia expresó con tristeza: 

—¡Qué pena! Eso va a afectar mucho la adoración que tenemos preparada.

Su comentario me obligó a decirle que la música es un arte funcional, solo un recurso más que puede enriquecer nuestra adoración, pero que en realidad no es imprescindible.

—Eso debe ser porque a usted no le gusta la música—, replicó.

Le contesté que de niño supliqué a mi padre me permitiera estudiar piano, a lo cual se negó. No obstante, como en casa teníamos uno, logré tocar de oído algunos himnos. Años después, estudiando en el seminario y sin ser un pianista virtuoso, aprendí a acompañar el canto congregacional y a dirigir coros. Con el tiempo compuse algunos himnos y canciones para las jóvenes de nuestra iglesia que cumplían quince años. En mi caso, se cumplió el antiguo refrán que advertía: de músico, poeta y loco, ¡todos tenemos un poco!

También le aseguré que si no podemos experimentar la presencia y majestad de Dios a menos que haya música, algo grave sucede. A Dios podemos adorarle aunque no haya un instrumento musical en varios kilómetros a la redonda. El recurso espiritual más poderoso es nuestro propio anhelo de glorificar y alabar a Dios, por lo cual la ausencia del grupo musical no sería ningún impedimento. Si te extraña mi respuesta recuerda que Dios nos proveyó a todos de un  precioso y poderoso instrumento musical: nuestras cuerdas vocales. Sin embargo, creo que podemos utilizar en la adoración cristiana diversos instrumentos y composiciones musicales,  siempre que —como Pablo aconsejó a los corintios con respecto a los dones espirituales, todo se haga de forma apropiada y ordenada (1 Corintios 14:40 NTV). Tal recomendación debe ser inviolable.

Cuando asistí por primera vez a un Congreso de la Alianza Bautista Mundial disfruté muchísimo adorando junto a creyentes de casi todo el mundo. ¡Era tan sublime que me parecía estar participando en la adoración celestial con todos los redimidos! Una noche me sorprendió y aterrorizó un coro africano con ropas típicas, tambores e instrumentos autóctonos. No obstante, la atmósfera espiritual que nos cubrió a todos al escucharlo me llamó a capítulo: ¿De qué otro modo dichos hermanos y hermanas podían adorar? Lloré cuando al final de su presentación cantaron Cuán grande es él magistralmente. La universalidad del cristianismo propicia la existencia de diferentes recursos y estilos en la adoración. Cada país puede aportar a ella sus costumbres musicales y a la vez aprovechar la herencia melodiosa que generaciones anteriores aportaron. Ahora bien, que nos agrade más un estilo u otro no es el problema.

La dificultad que sí reconozco —y sufro— en la adoración contemporánea, es el rechazo total que algunos líderes hacen a los himnos que años atrás influyeron en nuestra formación cristiana y crecimiento espiritual, lo cual a la vez no me impide entender que los más jóvenes y los nuevos creyentes prefieran la música contemporánea. No obstante, ¿no sería justo y bueno que ellos también experimentaran los valores espirituales que los himnos antiguos tienen? He visto a muchos jóvenes profundamente impresionados por el mensaje y la mística que esos himnos contienen. Creo, además, que al usarlos debiera respetarse su estilo original sin alterarlos con ritmos o arreglos que atenten contra la propia herencia espiritual que ellos nos trasmiten. ¡Todos nos beneficiaríamos de una sinergia sabia y respetuosa de ambos estilos de adoración! Para ello, sería necesario respetar la recomendación antes citada de Pablo a los corintios de que todo se haga de manera apropiada y ordenada como dice el texto bíblico ya citado o decentemente y con orden, como lo traducía la versión Reina Valera 1960 de la Biblia.

Será bueno recordar que los antiguos himnarios contenían composiciones que se hicieron imprescindibles y son amadas y recordadas hasta el día de hoy, pero también contenían otras que apenas se cantaban y ya nadie recuerda. Con las canciones más contemporáneas sucederá lo mismo. Algunas perdurarán y otras se irán olvidando poco a poco debido a su pobre contenido teológico, calidad musical o desatino con respecto a las emociones que expresan o provocan en los adoradores. Además, como el talento o el llamado oído musical es un don que no todos tienen, quienes lo posean deben recordar siempre 1 Corintios 4:7: ¿Porque quien te distingue? ¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? Usemos los dones musicales con humildad y sin artificios para que nuestra alabanza glorifique a Dios e inspire a los participantes.

Como también es válido —¿por qué no?— utilizar otros recursos artísticos en la adoración, nos urge comprender que adorar no significa necesariamente montar un show impresionante que entretenga y maraville a la gente con nuestra ejecución musical, sino cautivar a los adoradores con la majestad y la santidad de Dios y retarlos a una sumisión total a la voluntad divina. Para ello, los músicos cristianos no deben utilizar exclusivamente sus propias composiciones o aquellas que más les agraden. El propósito de la adoración no es que los músicos se complazcan a sí mismos. Por ello insisto en que no deben desechar del todo la producción musical de otras generaciones. ¡Es penosísimo que himnos históricamente gloriosos como Castillo fuerte es nuestro Dios y otros más sean ignorados por los actuales nuevos creyentes. ¡Pareciera que el único lugar donde las antigüedades no son valoradas es en la iglesia a la hora de adorar! Si todo lo antiguo debiera  ser desechado, ¿por qué nos aferramos a La Biblia? Si amamos a Cristo por su muerte redentora hace más de dos mil años, la cual salva y transforma todavía a quienes creen en él, ¿tiene sentido rechazar los himnos antiguos inspirados en él o sus enseñanzas? El ministerio musical eclesiástico no puede enfocarse solo en los gustos y preferencias de sus responsables o de un sector de los creyentes, sino inspirar y edificar por igual a todos los que participan en la adoración.

Otro asunto preocupante es el excesivo volumen en los equipos de amplificación de sonido que, en vez de propiciar el canto congregacional, conspira contra él por causa de un principio musical también inviolable: Si debido al exceso del sonido instrumental y las voces de los cantantes, los creyentes presentes en el culto no se escuchan a sí mismos cuando cantan, tenderán a callarse y se convertirán en simples oyentes. ¿Lo sabías? De ese modo algunos ministros de adoración contribuyen a la debilidad del canto congregacional mientras ellos mismos disfrutan extasiados de sus propias voces y ejecución instrumental magnificados por los altavoces. ¡Y el canto congregacional ha sido una de las fortalezas espirituales más impactantes en las iglesias evangélicas a través de los siglos! Desde mi octogenaria experiencia eclesiástica, también me entristece que los nuevos creyentes al adorar ignoren las enseñanzas espirituales y la profunda inspiración que podrían recibir entonando himnos como “Cerca más cerca, oh Dios de Ti”; “Nunca Dios mío cesará mi labio”; “Jesús yo he prometido”; “Jesús es mi Rey Soberano”;  “Tal como soy de pecador”; “A solas al huerto yo voy” —este último con poesía y metáforas insuperables sobre la comunión espiritual del creyente con su Señor y Salvador—, así como muchos otros hoy totalmente desconocidos e inexistentes para los nuevos creyentes.

Además, me pregunto si los líderes musicales deberían siempre cerrar los ojos y mecerse constantemente hacia los lados como si entraran en éxtasis, o mover sensualmente las caderas o todo el cuerpo para demostrar un legítimo júbilo cristiano. ¿Creemos también que un Dios omnisciente como el nuestro disfruta al escuchar repeticiones interminables de las mismas frases y compases musicales? ¿Será tal costumbre actual una expresión genuina de fe y espiritualidad? Jesús repudió las vanas repeticiones (Mateo 6:7-8), catalogándolas de palabrerías. He escuchado grupos que utilizando una hermosísima canción repiten la expresión “llena este lugar” incontables veces. Cuando parece que ya terminan, vuelven a la carga con la misma letanía. Una vez escuché repetirla consecutivamente por más de treinta veces. ¡Sí!, las conté mientras me preguntaba: ¿Creerán que Dios es sordo? ¿Olvidadizo? ¿Acaso el Espíritu Santo no es una presencia constante? (Juan 14:16).   

Beethoven catalogaba a la música como un arte entre dos mundos: el espiritual y el de los sentidos, por lo cual puede motivarnos a actuar espiritualmente o de manera carnal y desordenada. Entonces en la adoración debemos utilizarla con mucha sabiduría. En una sala de conciertos nos extasiamos con la música, pero en la adoración nos extasiamos con la presencia de Dios y no con el desempeño de los músicos, quienes deben ocupar un segundo plano, como siervos y humildes adoradores. Cuando la música se vuelve señora en vez de sierva, ha llegado la hora de que calle. ¡Sabías que según el profeta Amós, Dios mandó callar a los músicos? ¡Fuera de aquí con sus ruidosos himnos de alabanza! No escucharé la música de sus arpas. En cambio, quiero ver una tremenda inundación de justicia y un río inagotable de rectitud (Amós 5:23 NTV). Los músicos cristianos deben concientizar que no son artistas intentando deslumbrar a todos con su ejecución musical o —como también para algunos se ha hecho común—, cansando a los adoradores con larguísimos discursos antes de cada canción, como si tras ellos no viniera el momento cumbre del culto cristiano evangélico: la exposición profunda de la Palabra de Dios. He participado en cultos donde la adoración ha sido tan excesivamente larga y exaltada, que la congregación queda exhausta emocional y físicamente justo en el momento en que debiera estar más dispuesta, alerta y deseosa de adorar a Dios escuchando la explicación y aplicación de las verdades bíblicas. La misión de los ministros de adoración es promover una adoración sincera y racional que renueve el entendimiento y prepare a la congregación para recibir el mensaje bíblico con avidez, profundidad y disposición de obediencia total. Por ello debieran incluir en su desempeño tanto creaciones musicales actuales como aquellas que han inspirado a los creyentes de todos los siglos a ser puros, santos, y fieles al Señor rechazando toda mundanalidad, orgullo y autosuficiencia personal.   

Por último, en la adoración es imprescindible mostrar solemnidad, reverencia y también silencio, valores otrora esenciales pero ahora opacados por la música altisonante, la algarabía, el ruido y hasta griterías a pesar de que Pablo escribió a los efesios que se apartaran de ella (Efesios 4:31). Como vivimos acosados —¿acaso contagiados?— por el bullicio que nos acosa dondequiera, pareciera que huimos del silencio porque nos obliga a conectarnos con nuestro mundo interior. De hecho, aunque el silencio naturalmente aporta paz, estimula el pensamiento y la atención, hoy todo parece concebido para que multitud de sonidos ruidosos y constantes dominen nuestra mente, incluso en las propias iglesias.

Cuando comencé a asistir a retiros espirituales en campamentos cristianos, el clímax de ellos era una fogata durante la cual se nos retaba a tomar decisiones importantes y al final hacíamos un solemne pacto de silencio. Leíste bien: ¡un pacto de silencio! Al apagarse el fuego la última noche del retiro, nos aislábamos unos de los otros para conversar a solas con Dios hasta la hora en que cada cual decidiera irse a dormir, regresando cada uno a los albergues manteniendo íntima comunión con Dios hasta que nos venciera el sueño. Al despertar, manteníamos el pacto de silencio hasta que comenzara el culto matutino antes del desayuno. ¿Te parece aterrador? ¿Una tortura? ¡No me extrañaría! Ahora la última noche de los “retiros espirituales” son las de más bullicio, jolgorio, indisciplina, bromas, juegos y risas estrepitosas. Personalmente, doy gracias a Dios por el enorme impacto espiritual de aquellos pactos de silencio en los que preferíamos comunicarnos solo con él aunque estuviéramos rodeados de otras personas. Sin duda puedo afirmar que tales experiencias definieron para siempre mi vida y ministerio posterior.  

Por ello creo que el silencio, la reverencia, la solemnidad y la quietud son poderosísimos recursos espirituales que nos acercan a Dios y debieran continuar siendo parte de la adoración actual, pues apelan más profundo al alma humana que la música más hermosa, atronadora y vibrante. Como dijo el profeta Amós, la música debiera callar si tras deleitarnos y exaltarnos con su ejecución no mostramos después una rendición total a la voluntad divina. Otro profeta insigne, Elías, escuchó la voz de Dios animándole en un silbo apacible y delicado —apenas un susurro imperceptible—que transformó su corazón desesperado proporcionándole una nueva visión de servicio (1 Reyes 18:4-13). Aunque la adoración puede ser jubilosa y entusiasta, no permitamos que la estridencia y el bullicio lo dominen todo. Hay mucha música cristiana que eleva el espíritu y nos aleja de la mundanalidad. Seamos celosos al escoger las composiciones musicales que usemos para adorar a Dios prefiriendo aquellas que —ya sean contemporáneas o más antiguas— proclamen enseñanzas bíblicas y teológicas que profundicen nuestra comunión con Dios instándonos a liberarnos de la carnalidad, la superficialidad y el opresivo ruido ensordecedor que constantemente nos rodea.

¡Solo así evitaremos que Dios mande de nuevo a los profetas a callar los músicos!              

11 comentarios sobre “Música, músicos y adoración

  1. Realmente, una clase sobre genuina adoración. No podemos confundir la finalidad de la adoración, su esencial rol de conexión con Dios; y no, la de un concierto de hombres que desempeñar habilidades musicales.
    Se trata de ofrecer grato acto a Dios, no agradar o deslumbrar, ni entretener a un público.
    Se trata de una iglesia elevando fragancia agradable a Su Señor.

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  2. Hermano Alberto, el Señor siempre te usa e inspira de una forma maravillosa, que bueno que muchos puedan pensar seriamente en tu inspirada reflexión. Cuando sufrimos en los cultos con los músicos actuales. Bendiciones.

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  3. Hermano Alberto.
    Gran mensaje de fe y esperanza!!
    Sí, de ambas cosas. Porque tengo la esperanza de ver cómo llega de nuevo a las iglesias evangélicas la «onda retro», aunque sea con modificaciones lógicas de ciertas formas para la nueva generaciones, pero que rescaten la esencia maravillosa del estilo de adoración y alabanza que edificó nuestras vidas desde la niñez.

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    1. Hermano Alberto aunque entiendo perfectamente el español, no soy elocuente para escribirlo, pero doy gracias a Dios al ver que alguien de su capacidad piensa como yo en todos los sentidos que ya usted ha explicado. No creo necesario que para mantener «la nueva generación» entretenida debemos los mayores adaptarnos a los que ellos imponen. Cómo bien dijo usted se puede compartir, para que ellos reciban el gozo de nuestros himnos. Que Dios le continue bendiciendo y espero que está reflexión también sea leída por los pastores de muchas iglesias. Que el Señor le continue bendiciendo y le de la salud necesaria para continuar su obra . Gracias🙏

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      1. Gracias a Dios por su vida y ministerio Pastor Alberto. Sus palabras hagan reflexionar a muchos, jóvenes y no tan jóvenes, a entender que Adorar es mucho mas que solo música, Adorar es lo que haremos por la Eternidad, y lo haremos en compañía de todos los redimidos, de todas las épocas, todas las naciones y todas las edades. Que el Espíritu Santo le continúe guiando a ayudarnos a encontrar en la Palabra de Dios, la manera en que a Él le agrada, pues para Él, es nuestra Adoración.

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  4. Maravilloso pastor, pero que, podemos hacer, los que recivimos, ese jolgorio, y la bulla? Escuchar un piano cuando se esta orando, no puedo escuchar la voz del que ora, no puedo seguir sus palabras, mucho menos apoyarlas. Y que decir del sonido ensordesedor.
    A penas la Congregacion canta, al menos yo no lo hago porque dañaria mis cuerda vocals al tratar de competir con la potencia de los alta voces.
    DIOS le continue bendiciendo e iluminando, su mente y corazón para que continue siendo un instrumento del SEŇOR que nos hablé a todos.

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  5. Estoy muy de acuerdo con todo lo expuesto. Yo tambien he ecuchado dos personas decirme que les agrada mucho la predica pero que no podían disfrutar ese momento de adoración congregacional debido al volúmen tan alto de la música.

    A mí particularmente me causa un ligero dolor en el oído cuando ponen el volúmen muy alto. Y la extención exagerada me agota. Pienso que se debería tocar este tema en las conferencias de pastores y otros eventos donde se pueda discutir estos aspects tan importantes.

    Yo he percibido la necesidad de balancear el repertorio de la alabanza y adoración congregacional con canciones contemporàneas y los hymnos o canciones de muchas décadas atràs para poder conducir a todos en la adoración especialmente cuando es una Iglesia que está mixta compuesta por personas de avanzada edad y por jovenes y media edad. Como líder de alabanza he observado la desconección por parte de los de edad màs avanzada y pienso que los estamos ignorando en este aspecto. Me siento impotente porque como líderes nos han dado instrucciones de traer canciones contemporàneas. Cómo podré influenciar
    si no tengo apoyo? Hay canciones preciosísimas y bíblicamebte basadas con las que me gustaría ministrar pero no puedo.

    Ese aspecto del silencio, de las pausas tampoco es bien recibido. Me he dado cuenta que es como un formato a seguir sin darle espacio al Señor durante la ministración. Tiene que ser tantas canciones y una tras otra porque los minutos están contados en la orden de servicio. Yo me siento como una paloma que quieren que vuele pero con las alas atadas.

    Estoy muy agradecida por este tema de la adoración en estos mensajes. Yo he sido ministrada por medio de estos mensajes.

    Gracias tambien por mencionar canciones antiguas y por los Momentos de pausas con canciones durante los mensajes. A mí me encanta esa forma que conducen el programa.

    Muchísimas gracias.
    Yamile

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    1. Gracias, Yamilé. Tu problema es el mismo de muchos. Me he cansado de decir en muchos lugares que el asunto del volumen tan alto es incluso dañino para los oídos… pero escuchan, sonrién y me dicen que sí, pero estoy convencido que lo toman como caprichos de un anciano. Para mí los tiempos de quietud y recogimiento son imprescindibles en la adoración y no soy de los que rechaza la música contemporánea si las letras tienen buena teología, sentido común y propician nuestro acercamiento a Dios y crecimiento espiritual. Claro, seguiré insistiendo mientras pueda pero te confieso que a veces he estado en lugares que lo que me ha dado deseos es de marcharme y no lo hago por testimonio y simplemente me pongo a orar para no formar parte del bullicio y manifestaciones que a mi entender, muestran más carnalidad que espiritualidad. Dios te bendiga. Creo que mañana en la tarde podemos hablar por zoom. Estaré al tanto. Dios les bendiga mucho.

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  6. Joven de 30 años y 15 en la cultura cristiana: Estimado Alberto, que bueno que ofrece su sabio y sincero consejo sobre este asunto. Dios quiera y sea atendido! Recuerdo cuando recién conocía la cultura cristiana los himnos no me resultaban tan atractivos, (como si solamente para mi oido fueran) hasta que conociendo más al Señor comprendí el tesoro que son. Poco se escuchan cánticos actuales con la capacidad enunciativa y exposición teológica propia de la mayoría de los himnos. Cuando además uno conoce la historia detrás de muchos de esos clásicos, queda más asombrado y conmovido. A veces las profundas palabras que encierran estos cánticos era lo único que me hacía unirme al coro congregacional.
    Leer su libro sobre la experiencia UMAP y ver cómo se aferraban a los himnos y como aquel jefe los suzurraba me ha motivado a proponerme aprenderlos con regularidad…Dios me ayude.

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    1. Gracias por su comentario, hermano. En realidad creo que cada generación puede, y tiene el derecho de componer sus cantos de adoración al Señor. Hay muchas canciones contemporáneas que me gustan, disfruto y yo mismo he usado y enseñado. Pero el abandono total de los himnos lo considero un error muy lamentable, porque muchos de ellos tienen grandes enseñanzas espirituales. Todo es cuestión de balance y sabiduría y a la vez, de búsqueda de profundidad espiritual y sentido común. Una virtud de los himnos antiguos es que fueron escritos específicamente para ser usados como canto congregacional y eso tiene sus normas. No soy enemigo de los grupos musicales, de ningún modo, pero sí de cierto desatino que a la vez reconozco como producto de la época y circunstancias que vivimos. ¡Es un tema

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