Actuar como Jesús (8)

¿Podemos odiar a los impíos?

Jesús frecuentaba regularmente las sinagogas. Recordemos que la mayoría de los judíos solo visitaban el Templo de Jerusalén durante las fiestas; mientras otros lo hacían una vez al año y algunos pocas veces en su vida. Sin embargo, había lugares de reunión en muchos pueblos y aldeas ─las sinagogas─, donde los judíos piadosos se congregaran para orar, escuchar la lectura de las Escrituras, y dialogar sobre sus enseñanzas. En la sinagoga no se celebraban sacrificios como en el Templo. Se cree que en el año 70 d.C. existían no menos de cuatrocientas en todo Israel. Jesús, conforme creció su ministerio, era invitado a leer y comentar las Escrituras en ellas. Lucas dice que “se difundió su fama por toda la tierra de alrededor y enseñaba en las sinagogas de ellos y era glorificado por todos (Lucas 4:15)”.

Sin embargo, al regresar en Nazaret a la congregación que frecuentó durante su niñez y juventud, sus palabras provocaron reacciones tan adversas… ¡que planearon matarlo! ¿A qué se debió ese odio repentino hacia el rabí que escucharon muchas veces antes? ¿No eran piadosos los judíos de Nazaret? ¿No le habían visto crecer “en sabiduría, y en edad, y en gracia para con Dios y los hombres”, tal como leemos en Lucas 2:52? ¿Cómo pudo surgir esa repentina antipatía criminal en sus coterráneos y hermanos en la fe? Lamentablemente, el desprecio y el odio que se generan al enfrentarse diferentes convicciones religiosas suelen ser tan virulentos como desproporcionados. ¿Despeñar a Jesús por un precipicio?

Al leer la Biblia, con frecuencia se nos escapan detalles importantes. Piense en las miradas emocionadas de los asistentes al verle de nuevo en su querida sinagoga, tras un recorrido por Galilea, sobre el cual todos escucharon comentarios fabulosos. Jesús abre el rollo del profeta Isaías y lee: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor (Lucas 4:18-19)”. ¿Acaso todo no eran buenas noticias? Aparentemente, “todos daban buen testimonio de él y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca (Lucas 4:22)”. ¿Qué provocó la horrenda reacción de querer asesinarlo?

Se debió, en primer lugar, a su comentario: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros (Lucas 4:21)”. Como el pasaje de Isaías se aplicaba al Mesías de Israel… vamos, ¿no sería una pretensión absurda del niñito que vimos correr y jugar entre nosotros, aplicándoselo a él mismo? Bueno es que enseñara en la sinagoga, pero, ¿pretender ser el Mesías? Hum… ¡es demasiado! Aunque según la Biblia siguieron alabándole por las “palabras de gracia” que pronunció, ya se forjaba un incipiente y peligroso malestar entre los suyos. Jesús, comprendiendo qué sucedía, hizo una declaración proverbial: “De cierto os digo que nadie es profeta en su propia tierra (Lucas 4:24)”. ¿Te extraña que muchos hayan sufrido lo mismo que él? No te aflijas si te toca a ti padecer tal menosprecio. Los primeros que debieran reconocer tus valores y tus victorias, suelen no hacerlo o son los menos entusiastas para ello. Si fue así con Jesús, no es nada extraordinario que te suceda a ti. Acepta la realidad y sigue adelante. El éxito y el valor de tu misión en la vida no depende de quienes la reconozcan o no. Depende del plan de Dios para ti. ¡Y él siempre tiene buena memoria!

En segundo lugar, Jesús, con un corazón universal por su condición redentora, molestó a sus correligionarios, de por sí despreciativos para con las naciones a su alrededor. ¿La causa? Malinterpretaron la elección divina que disfrutaban como nación. Fueron elegidos para ser bendición al mundo y asumieron que la elección era para su exclusivo beneficio propio. Jesús usó un pasaje que traía buenas noticias a los pobres, los quebrantados de corazón, los cautivos, los ciegos y los oprimidos. ¿Solo de Israel, acaso? No. Por ello Jesús presenta ejemplos de bendiciones recibidas por personas ajenas al pueblo judío.

Elías el profeta, aunque había muchas viudas pobres en Israel, fue enviado por Dios a alimentar a una viuda pobre en Sarepta de Sidón y bendecirla con la resurrección de su hijo (1 Reyes 17:8-24). Posteriormente su siervo Eliseo, aunque los leprosos abundaban en Israel, fue enviado a sanar nada menos que a un general del ejército del rey de Siria (2 Reyes 5:1-14). Tales ejemplos enfurecieron a los presentes en la sinagoga. ¿Cómo fue posible? Esas historias se referían a actos prodigiosos de profetas con los cuales bendijeron a ciudadanos de otras naciones que después terminaron reconociendo y alabando al Dios de Israel.

¿Acaso el amor y el poder de Dios estaban limitados para manifestarse en una sola nación? Recomiendo a mis lectores que lean los textos antes citados. ¡Poseen enseñanzas tremendas! Lo increíble es que aquellos judíos de Nazaret, al parecer piadosos ─¿no fueron a la sinagoga a orar y estudiar las Escrituras?─, al recordarles Jesús esas historias se enfurecieron tanto, que faltó poco para empujar al mismísimo Cristo por un precipicio. ¿Ves hasta donde pueden llegar los “piadosos” si no asimilan la profundidad de las enseñanzas bíblicas con respecto a la redención y el generoso perdón que Dios otorga a todo aquel que cree?

Temo resultar repetitivo en estos artículos, más insisto con todo respeto: ¡Me horrorizan las actitudes de quienes ─tras haber sido perdonados─, claman desesperadamente por el juicio de Dios para con otros! Vivimos una ola de odio en el mundo que intenta penetrar y manipular a muchos creyentes en Cristo. Suframos lo que suframos, debemos recordar que “El Señor no retarda su promesa, como algunos la tienen por tardanza; sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Pedro 3:9)”.

Nuestra actitud debe ser la misma de Jesús. Él evitó ser despeñado para seguir adelante con su ministerio. No discutió más con sus airados críticos de Nazaret, solo “pasó por en medio de ellos, y se fue (Lucas 4:30)”. Dios nos de sabiduría, amor, paciencia y habilidad suficientes para evitar batallas y discusiones inútiles con gente enardecida que no desea escuchar. Me impresiona mucho que Jesús fuera más drástico, radical y hasta violento con saduceos, fariseos y autoridades del templo; quienes eran los orgullosos y falsos religiosos de su época. Con los pecadores y hasta con sus ejecutores se manifestó lleno de piedad y amor redentor. ¿Es que no podemos imitarle en eso?

Tal vez sea una suposición mía, pero creo que hubo una razón más para el enardecimiento de los judíos en Nazaret. Cuando Jesús lee el pasaje de Isaías 61:1-2, en su parte final omite una oración. El profeta Isaías escribió: “a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro (Isaías 61:2)”. Jesús, al leerlo, solo usó la primera parte y omitió “el día de la venganza del Dios nuestro”. ¿Sería que los judíos de Nazaret ansiaban ese día de venganza y Jesús ─no podía ser de otro modo─, sabía que con él comenzaba una nueva época, la de la gracia y el perdón?

Es obvio que creemos en un juicio final y en diferentes destinos eternos para los seres humanos. Pero Dios nos ha llamado a ser como Jesús. Lo cual significa que nuestra misión es anunciar las buenas nuevas, a fin de que más hombres y mujeres del corrupto y enajenado Siglo XXI, puedan alcanzar su destino eterno en la casa de nuestro Padre. Como él, no queremos que nadie se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento.

No odiemos ni pidamos juicio para los impíos, amémosles y oremos porque se arrepientan y acepten la redención en Cristo.

Al hacerlo así, actuaríamos como Jesús. ¿Será tan difícil hacerlo?

Alberto I. González Muñoz.


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