
Hace varias semanas, me invitaron a escribir pequeños mensajes que serían publicados en un grupo de pastores evangélicos en WhatsApp. Acepté gustoso, porque comprendo que una pandemia afecta totalmente la dinámica del trabajo pastoral y la vida de las iglesias. Ahora bien, ¿acaso la propia Biblia no enseña que no solo los pastores, sino que todos somos ministros del Señor? Si bien los pastores, para ser efectivos necesitan mantener un contacto estrecho con las personas, el mismo reto lo tenemos todos los creyentes en Cristo. Si en medio de una situación tan frustrante y dolorosa como esta no asumimos nuestro deber de ayudarnos y bendecirnos los unos a los otros, ¡todo será más difícil! Como muchas personas me han escrito solicitando copias de esos artículos, he decidido editarlos y publicarlos también en mis páginas de Facebook. Así podrán leerlo, si así lo desean, no solo pastores, sino cualquier persona interesada en enfrentar este difícil tiempo de pandemia con la mejor actitud posible.
Para los que estamos acostumbrados a la vida de las iglesias, la situación epidemiológica actual nos presenta grandes retos para reunirnos y disfrutar del compañerismo cristiano. ¿Imaginamos alguna vez que nuestros templos podrían estar cerrados durante largos períodos? De entrada, la recomendación bíblica acerca de no dejando de reunirnos, como algunos tienen por costumbre (Hebreos 10:25) ha sido invocada por algunos para negarse a asumir medidas que controlan o limitan la libre y espontánea reunión de los creyentes. No obstante, recordemos que no es solo la vida de las iglesias la que sufre en una pandemia tales restricciones, sino todo el universo de relaciones y actividades humanas. ¿Entonces? Creo que absolutamente todos debemos pensar en cómo ayudarnos y servirnos mutuamente ante una situación tan excesivamente larga y frustrante.
Escuché en un programa televisivo una discusión sobre el concepto de aislamiento social porque uno de los invitados argüía que ambas palabras son completamente excluyentes. Aclaró que era mejor hablar de distanciamiento físico o social, ya que el concepto de aislamiento excluye toda relación y los humanos necesitamos interactuar aun en medio de situaciones extremas como lo es esta pandemia. El enfermo que ingrese a un hospital o a los llamados centros de aislamiento, continuará interactuando con personal médico, de servicios y otros pacientes. Más nunca podrá –¡qué enorme tristeza!– ser visitado o acompañado por sus seres queridos durante el proceso de su enfermedad, ni en sus últimos días si al fin no sana.
Por eso el concepto de distanciamiento social es más piadoso y realista. Por lo tanto lo usaré de ahora en adelante para esta serie de mensajes. Debemos aprender a distanciarnos por el bien nuestro y de los demás, sin permitirnos caer en un antihumano aislamiento total. Abstenernos de abrazar, besar y tocar a las personas no significa necesariamente que sea imposible mostrarles o recibir amor, apoyo y comprensión. Tampoco el hecho de usar horribles e incómodas mascarillas y mantener una distancia prudente, significa que tengamos falta de fe en el Señor que nos puede librar de contagiarnos. ¿Acaso él mismo no decretó en el Antiguo Testamento la distancia que era necesario mantener con respecto a los leprosos? En un proceso pandémico el distanciamiento social no demuestra falta de fe, sino de cordura, sabiduría y respeto, cuidado hacia los demás y para con nosotros mismos.
Invitado a predicar en una iglesia y esperando el inicio del culto, alguien vino hacia mí con los brazos abiertos:
─¡Que alegría verlo tras tantos años! Venga un beso y un abrazo que nada nos pasará.
─Mejor me amas con los ojos, ¿no crees? Ahora ellos muestran más amor legítimo que la boca y los brazos. ¿Recuerdas el coro “Una mirada de fe”? Pues una mirada de amor ahora es más segura, hermano─, le contesté.
En ambiente epidemiológico muchas costumbres tienen que cambiar y el verdadero amor está obligado a encontrar nuevas y más seguras formas de expresarse. El distanciamiento físico se impone, pero necesariamente no tiene ni puede significar aislamiento espiritual, emocional ni ministerial. ¿Cómo lograrlo? Sin duda ahora tenemos más posibilidades para ministrar y relacionarnos que las generaciones anteriores y no debemos limitarnos. Por lo pronto, lo primero será recordar que aun viviendo en el peor de los escenarios posibles, Dios sigue en su trono sempiterno. Esta pandemia puede enseñarnos a valorar más nuestra salud y la de aquellos que amamos. También puede demostrarnos que es posible desarrollar relaciones profundas y significativas sin que nos toquemos, besemos o abracemos. ¡Es necesario que aprendamos a usar la fuerza y la belleza de las palabras y la bondad de las buenas actitudes!
El apóstol Pablo, después de una vida activísima y un multitudinario impacto debido a sus viajes misioneros, terminó encerrado en Roma y encadenado a un soldado romano. ¡Imposible estar más distanciado y reducido! No obstante, su alma y su fe continuaron radiantes, lo cual mostró en las cartas que escribió, en las oraciones que elevaba por los demás y en la forma de interpretar los acontecimientos. Reducido, sí –y sufriendo un nada agradable distanciamiento social–, se las arregló para continuar bendiciendo a los creyentes de su época. También siguió predicando y compartiendo su fe con gozo, aunque en menor escala, con las personas que tenía a su lado o las que pocas que llegaran a visitarle.
¿Te das cuenta? Distanciado y reducido al máximo, aprovechó su nuevo escenario y se negó a vivir lamentándose por lo que ya no podía hacer. Así logró seguir ministrando y declaró sin angustias que las cosas que me han sucedido han redundado más bien para el progreso del evangelio (Filipenses 1:12). Sin sufrir por lo que era imposible de realizar, se ocupó en aprovechar su tiempo haciendo, sencillamente, solo lo que estaba a su alcance. Así nos enseñó una lección inigualable: los lamentos no tienen el poder de consolarnos, pero la fe y nuestras buenas actitudes son capaces de redimir y embellecer la peor tragedia.
Si tú y yo somos fieles, –a pesar de todas las tensiones y limitaciones que nos impone la pandemia–, podemos aprender lecciones valiosas. Recuerda que no solo predicamos con nuestras palabras; también lo hacemos con nuestras actitudes y hasta con un piadoso y amigable silencio en momentos cruciales. No podemos conceder a la pandemia que nos impida bendecir, ayudar y mostrar el amor de Dios a los demás porque nos encerremos en nuestros propios temores y preocupaciones.
A pesar de la limitación de reuniones y del distanciamiento físico que las normas epidemiológicas exigen, enfoquémonos como Pablo en hacer humildemente todo el bien que podamos a quienes estén a nuestro alcance. Si es imposible reunirnos y abrazarnos como antes, alcancemos y cubramos a muchos con nuestras oraciones, buenos deseos, llamadas telefónicas, palabras de amor, aliento, afirmación y mensajes de fe, todo lo cual hoy puede hacerse gracias al desarrollo tecnológico y las redes sociales. Preocupémonos por presentar en todas partes nuestro testimonio de fidelidad y vida consagrada sin aspavientos, hipocresías ni críticas desmesuradas y escasas de bondad. Recordemos que Jesús dijo que toda palabra ociosa que hablaren los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio (Mateo 12:36). Aprovechemos los pocos contactos personales posibles y usémoslos para bendecir y animar a los demás. Si así hacemos, cuando esto pase tendremos la misma experiencia del apóstol: declararemos que todo ha redundado para nuestro bien común y el progreso del evangelio.
Sigamos adelante con fe y confianza. Dios tiene un propósito con cuanto ocurre aunque no lo entendamos ahora. A pesar de la condición preocupante que nos amenaza hace más de un año, Dios continúa siendo Todopoderoso. ¿Lo dudas? Y nosotros seguimos siendo sus hijos amados. Su gloria también sigue llenando toda la tierra aunque en la actualidad nos sobrecojan el desplome ético de la sociedad, la violencia, el desatino y la corrupción imperantes en todas partes, incluyendo un virus implacable negado a desaparecer. Dispongámonos a ver más allá de las limitaciones que la vida nos impone y llenemos de fe, amor y buenas actitudes el reducido espacio donde nos encontremos. ¡Dios hará lo demás! Como él solo sabe y puede transformar las mayores tragedias en bendiciones, logrará que se cumplan en nosotros las muy consoladoras y sabias palabras bíblicas: Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas (2 Corintios 4:18). Amén.
¡Excelente! Las puertas de los templos están cerradas, pero la Iglesia del Señor sigue en VICTORIA.
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