Actuar como Jesús (17)

¿Sabes qué es longanimidad?

Apenas usada en una conversación corriente, la palabra longanimidad aparece catorce veces en el Nuevo Testamento, la mayoría de ellas traducida como paciencia. Si preguntas a Google te dirá que es: generosidad, amplitud de ideas y conducta, pero el significado bíblico es más profundo. El Diccionario Expositivo de la Biblia (VINE) refiere que es aquella cualidad de auto-refrenamiento ante la provocación, que no toma represalias apresuradas ni castiga con celeridad; es lo opuesto a la ira y se asocia con la misericordia. En otras palabras, es la paciencia para con las personas.

Si buscas los sinónimos de longanimidad encontraras una lista de palabras que por si sola bendicen: nobleza, benevolencia, caballerosidad, generosidad, hidalguía, lealtad, magnanimidad, clemencia, afabilidad, condescendencia, benignidad, bondad, predilección, simpatía, amabilidad, cordialidad, docilidad, dulzura, mansedumbre, sensibilidad, ternura y tolerancia. Obviamente nuestra capacidad de ser longánimos determinará la manera de relacionamos con los demás. Mostraremos “buen carácter” o “mal carácter”, en dependencia de cómo enfrentamos las diversas situaciones que la interacción humana provoca.

Ahora bien, ¿exhibiremos siempre una sonrisa en los labios aunque nos traten a patadas, suframos o veamos injusticias y falsedades? La longanimidad de Jesús fue incuestionable, mas no le impidió airarse con los mercaderes del templo y la falsedad de fariseos y saduceos, pues ellos encarnaban la perversión de la piedad y la hipocresía religiosa. Sin embargo fue magnánimo y compasivo con las multitudes pues las consideraba como ovejas sin pastor. También reprendió a sus discípulos cuando fue necesario. Él increpó a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! (Mateo 16:23) cuando le pidió que evitara su muerte en Jerusalén. Ahora bien, tal reprimenda no impidió que Jesús le amara y lo invitara a la experiencia sublime del Monte de la Transfiguración junto con Jacobo y Juan. También, al anunciarle que le negaría, le dijo: he orado por ti para que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos (Lucas 22:32). ¿Comprendes? Podemos ser generosos y magnánimos con las personas aunque a veces nos defrauden. Jesús sabía cómo demostrar a los suyos que les amaba y confiaba en ellos a pesar de sus errores o inconsistencias. Eso es tener paciencia con las personas.

Después de explicar a sus discípulos que sufriría y enfrentaría la muerte en Jerusalén, mientras se encaminaban a Capernaún Jesús les oyó discutir sobre quién de ellos sería el mayor en el reino de los cielos. ¿Cómo hubieras reaccionado tú en una situación semejante? En mi caso, hubiese explotado ahí mismo:

–¿Y eso es lo único que les preocupa? ¡No han aprendido nada en estos tres años!

Jesús escuchó inmutable la egoísta y absurda discusión. Esperó llegar a donde iban y tomando a un niño en sus brazos, volvió a insistirles con ternura sobre la naturaleza del reino de Dios, en el cual la grandeza depende de la humildad y el servicio. ¡Qué lección!

¿Qué crees del trato de Jesús a Judas? ¿No te sorprende que le permitiera llevar las finanzas del grupo hasta última hora? Cuando puedas, lee los relatos de esa noche en los cuatro evangelios (Mateo 26:1-56; Marcos 14:1-50; Lucas 22:1-53 y Juan 13:1-38). Si los lees uno detrás del otro, verás cómo Jesús trata a sus discípulos –incluyendo a Judas– en los momentos en que él estaba en máxima tensión y angustia. Comprenderás, además de la incapacidad de ellos para entender todo lo que sucedía, como Jesús se lamenta profundamente de lo que implicaría para Judas su rol en los acontecimientos que vendrían: “A la verdad, el Hijo del Hombre va, según está escrito de él, mas ¡hay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido (Mateo 26:24)”. Tales palabras, más que una acusación son un grito de dolor. En mi opinión, Judas solo se separó del grupo al terminar la cena pascual; y no antes como muchos insisten. Por lo tanto, ¿puedes imaginar a Jesús lavándole los pies a Judas? Creo que así él le mostró su amor al igual que a los demás, aun sabiendo que le traicionaría.

Esa misma noche, ya en el Getsemaní, Jesús suplicó a Pedro, Jacobo y Juan que velaran orando cerca de él: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo  (Mateo 26:38), peroellos ignoraron su ruego y se durmieron. Jesús vuelve, los despierta e insiste en que oren para que no entréis en tentación (Mateo 26:41), ¡y volvieron a dormirse! En medio de su agonía regresa a ellos, pero esta vez no les dice nada. Ajenos a la angustia del Señor y a su agónico pedido de oración continuaban durmiendo. ¿Cómo fue posible? Entonces Jesús se retira de nuevo y cuando regresa solo les dice: Dormid ya, y descansad (Mateo 26:45). ¡Qué magnánimo el Señor, qué paciencia infinita para con quienes habían dormido todo el tiempo! Más tuvo que despertarlos pues ya llegaban a prenderle. Los tres discípulos más fieles le dejaron solo en su agonía a pesar de sus ruegos. Y en ese momento fatídico, Judas entró al Getsemaní…

Entonces sucedió lo inconcebible: Jesús permite que Judas le bese, le llama amigo y le pregunta: ¿con un beso entregas al Hijo del hombre (Lucas 22:19)? Después, censuró claramente a quienes venían con él: ¿Cómo contra un ladrón habéis salido con espadas y con palos para prenderme? Cada día me sentaba con vosotros enseñando en el templo y no me prendisteis (Mateo 26:55). ¿Sabes qué creo de esas palabras? Fue como si Jesús les dijera: ¡Es indigno que ustedes les pagaran a Judas para que él me entregara! Resaltando de esa manera la impiedad y la vileza de sobornar a uno de sus discípulos, más que la propia traición de este. Judas era culpable, pero Jesús no lo odia ni le muestra desprecio. Se aflige por lo que significaría para él mismo esa acción. Y eso es longanimidad: compasión infinita hacia quien ha caído tan bajo, a pesar de haber tenido las mayores posibilidades.

¿Quieres otra prueba de longanimidad? Esa noche, todos los discípulos, dejándole, huyeron (Mateo 26:56). Sin embargo, cuando volvió a verlos tras su resurrección, no expresó una sola palabra de reproche porque todos escaparon aterrorizados en su noche más oscura. ¡Más sí les reprochó que no habían creído a los que le habían visto resucitado (Marcos 16:14)! Muy interesante, ¿verdad? Jesús comprendió el horror y la turbación de ellos al ver a su Señor camino a la muerte. Como conocía cuán inestables, inseguros y torpes solemos ser los humanos, nuestras debilidades no le sorprenden. Él es amplio para perdonar y muestra una paciencia admirable. No obstante, sí reclama que creamos en él, porque la fe es la que provoca que nos mantengamos seguros a su lado.

Por ello creo que quienes pretendemos seguirle, debemos ser tan pacientes, magnánimos y generosos para con los demás como él fue con sus discípulos y lo ha sido para con nosotros mismos. Muchas personas durante nuestra vida podrán decepcionarnos, engañarnos, traicionarnos o incluso, declararse nuestros enemigos sin que jamás les hayamos hecho daño. No nos extrañemos ni endurezcamos demasiado cuando eso suceda. Si Jesús fue tratado de esa manera, ¿por qué no podría sucedernos a nosotros? Recordemos que si somos intolerantes o vengativos y no estamos dispuestos a perdonar, no seremos como Jesús.

Por lo tanto, bien nos haría obedecer la recomendación paulina: Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia, soportándoos unos a los otros, y perdonándoos unos a los otros, si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros (Colosenses 3:12-13).

Practicar la longanimidad propiciará que seamos más semejantes a Jesús.

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