
La epístola de Pablo a los Filipenses ha sido recibida por los cristianos de todos los siglos con devoción y simpatía. Muchos de sus pasajes se repiten de memoria porque conquistan el corazón de todos. Es admirable que una carta escrita hace dos mil años bajo un férreo distanciamiento físico contenga palabras tan cálidas y amorosas. La adversidad que el apóstol sufrió en esos momentos no dañó su fe, su espíritu gozoso, ni su decisión de ayudar y bendecir a las personas con quienes se relacionaba a pesar de todo. ¿Sería fácil para él asumir la enorme disminución que sufrieron sus relaciones personales y su ministerio? Solo alternaba con quienes le custodiaban y con visitas ocasionales.
Sabemos que permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento (Hechos 28:30- 31). Ello no implica que se reuniera con multitudes, pues era un prisionero solitario sin vida social activa. Solo predicaba y enseñaba sin estorbo a quienes les visitaban. Aunque leamos rápido la expresión dos años enteros, ¿recuerdas cuán largo y frustrante nos resultó el año pasado? Ahora sabemos que probablemente durante el actual se mantendrá esta situación. ¡Solo Dios sabe si disfrutaremos nuevamente de una vida normal! Ni hablar de las afectaciones económicas en todas partes y que en nuestro país —recrudecidas por el actual reordenamiento económico—, han resultado abrumadoras.
Entonces, ¿cómo enfrentar tan difícil experiencia sin angustiarnos? El refrán a mal tiempo buena cara proclama una verdad irrefutable: la reacción que mostremos frente a las dificultades determinará cuánto nos afectarán los actuales acontecimientos y sus consecuencias. Incluso ante pérdidas irreparables, la fuerza y el consuelo para continuar adelante dependen de la actitud y las decisiones que tomemos.
¿Sabías que nuestro instinto gregario nos insta a mantener una conciencia colectiva a toda costa? No fuimos creados para vivir en soledad aunque a veces las circunstancias nos obliguen a hacerlo. Pablo, no por su voluntad sino debido al triunfo de sus intrigantes enemigos, vio reducir al mínimo sus actividades y relaciones personales. Y en vez de amilanarse por lo que no podía hacer, escogió escribir: Doy gracias a Dios siempre que me acuerdo de vosotros, siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros (Filipenses 1:4). Tal vez yo hubiera escrito: ¡Cuánto dolor no poder verles ahora ni estar junto a ustedes, hermanos míos! Sin embargo, él prefirió escribir: ¡Qué alegría me da recordarles, y qué gozo orar por ustedes! ¿Notas la diferencia? Su actitud amorosa transformó tanto su realidad como la de los filipenses al leer sus palabras. ¡Nosotros pudiéramos hacer lo mismo ahora! Conscientes de la imposibilidad de relacionarnos como siempre con quienes amamos, expresemos gratitud por los buenos tiempos vividos y oremos con gozo por quienes ahora no podemos ver ni abrazar. Aun en las peores circunstancias es posible encontrar motivos por los cuales gozarnos.
El concepto de distanciamiento social o físico crea muchos cuestionamientos al pensamiento cristiano. ¿Será pecado no reunirnos? Leí en algún lugar: Cerrar los templos es ceder ante Satanás. Y aunque comprendo el razonamiento, no lo veo así. Todos los templos no han cerrado durante la pandemia, pero hay momentos y lugares cuando urge hacerlo para evitar infecciones masivas. Aunque a veces exclamemos como el salmista: Me acuerdo de estas cosas y derramo mi alma dentro de mí, de cómo yo fui con la multitud y la conduje a la casa de Dios, entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta (Salmo 42:4), es legítimo adoptar una disciplina responsable, no por falta de fe, sino para honrarla cuidando la salud y la vida de todos, pues el peligro es cierto. ¿Podríamos cerrar los ojos a la realidad y actuar como si nada sucediera? Como escribí en el post anterior y dijo Jesús al hablar de los tiempos finales y esto os será ocasión para dar testimonio (Lucas 21:13).
Lejos de catalogar su distanciamiento físico como una tragedia, Pablo lo asumió como una oportunidad que Dios podía usar y se gozaba porque el evangelio continuaba predicándose —incluso por motivos no legítimos—, tal como narra en Filipenses 1:15. Seguro de que Dios continuaría obrando, recuerda a los creyentes: Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo (1: 27). Él descubrió una verdad consoladora: es iluso pensar que solo nuestro activismo constante hace prosperar la obra de Dios. Por favor, ¿querrías leer de nuevo esa última oración antes de seguir adelante?
¿Tememos que la obra del Espíritu Santo no convenza al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Juan 16:8)? Con el fin de evitar la propagación de una enfermedad que puede ser mortal, ocasionalmente podremos abstenernos de algunas reuniones porque sabemos que el Espíritu Santo “enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho (Juan 14:26)? ¿Acaso la obra de Dios se limita a que los pastores prediquen desde el púlpito cada domingo o a lo que cantan los grupos de alabanza? ¡Por favor! Algunas actitudes que asumimos en nombre de la fe, podrían esconder incredulidad y nulidad espiritual. Las reuniones son necesarias y expresan nuestra obediencia y amor, pero no olvidemos que ningún acontecimiento es ajeno al señorío del Dios Omnipotente que adoramos. Por lo tanto, gracias a la obra del Espíritu Santo, muchos buscarán al Señor arrepintiéndose de sus pecados aunque nuestras reuniones y planes misioneros estén afectados. Recordemos lo que Jesús dijo a la mujer samaritana: la hora viene cuando ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre (…) más la hora viene y la hora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en verdad, porque el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren (Juan 4: 21; 23-24).
A su vez, la situación actual nos permite reevaluar cómo vivimos nuestra fe y nuestros ministerios, ya que podemos aprovechar las facilidades tecnológicas actuales para mantener el contacto con las personas. Las redes sociales –a pesar de la superficialidad, corrupción y violencia que pueden inundarlas–, son plataformas utilísimas si las usamos con la dignidad y el respeto que corresponde. La formación de grupos afines, familiares o de intereses comunes nos ayuda a mantener comunicación estrecha y constante con los que amamos donde quiera que estén. Si utilizamos las redes para el testimonio y la inspiración cristiana podremos promover motivos de oración de una forma exponencial. ¡En minutos miles de personas estarán conectadas espiritualmente, orando por motivos específicos!
En los lugares donde podamos reunirnos debemos cumplir las normas sanitarias. A Dios no le ofenden nuestra sensatez y responsabilidad, pero… ¿le agradarán nuestra intemperancia y prepotencia al asumir que va a librarnos del contagio aunque nosotros mismos no nos ocupemos de ello? Él podría hacerlo, sin duda, pero La Biblia reclama que mostremos dominio propio y que actuemos con sabiduría y prudencia. En tiempos de pandemia, el amor fraternal y el compañerismo cristiano se muestran más con actitudes y compasión que con abrazos y besos. Cuando después de su resurrección Jesús le dijo a María Magdalena no me toques (Juan 20:17), no entendemos con claridad la razón de su negativa, pero seguramente no fue por falta de amor.
Al comenzar la epístola Pablo desea a los filipenses: Gracia y Paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo (Filipenses 1:2). Ahora todos necesitamos gracia y paz para asumir de forma piadosa los inconvenientes de esta situación. Gracia es un vocablo hermosísimo que significa favor inmerecido, actitud favorable, la belleza o la gracia de la personalidad; de la que procede una disposición amistosa, buena voluntad en general, como la de Dios hacia nosotros. En el diccionario de la lengua española, su primera acepción es: Cualidad o conjunto de cualidades que tiene alguien o algo que le hace agradable o atractivo. Entonces, gracia es también el don que tienen algunas personas para mitigar la angustia de una situación opresora por medio de una actitud favorable. Quienes en momentos difíciles manifiesten gracia y paz serán una bendición para los demás, así como Pablo fue para los filipenses escribiéndoles una carta tan atractiva, positiva e inspiradora. Nos corresponde, pues, a nosotros hacer lo mismo.
Seamos portadores de gracia y paz en todo momento. Los demás nos lo agradecerán y nosotros nos sentiremos mejor en medio de la aflicción.