
Un refrán muy común en nuestro idioma es: “Pueblo chiquito, infierno grande”. Con él pretendemos decir que en una comunidad pequeña, donde todos se conocen bien, ante cualquier acción o conducta se generan juicios y comentarios sobre la vida de cualquiera; los cuales no siempre son del todo ciertos, aunque tengan parte de razón.
En un pequeño pueblo cubano vivía una mujer cuya vida siempre estaba en boca de todos. Había quedado viuda muy joven debido a circunstancias muy dolorosas y estaba criando sola a sus pequeños hijos. Bastó que uno o dos hombres se acercaran a ella para que adquiriera una terrible reputación y fuera censurada y despreciada por todos.
Cuando mi esposa y yo le conocimos, descubrimos que era una mujer angustiada que solo estaba buscando apoyo en quien se lo brindara. Su lucha por la vida y su necesidad de compañía le habían conducido a una situación muy vulnerable psíquica y emocionalmente. Estaba al borde de un colapso nervioso, buscaba sostén en cualquier camino posible y estaba cayendo lentamente en un resquebrajamiento moral. Cuando le presentamos el evangelio de Cristo, comprendió lo que podría significar para su vida y se entregó al Señor con todo su corazón…
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