
“Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese. De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien (1 Pedro 4:12; 19)”.
En un período muy difícil de la historia cristiana el apóstol Pedro aconsejó a los creyentes no sorprenderse ante el fuego de prueba. Ahora también nos sentimos amenazados por un fuego desatado cuyas llamas pretenden alcanzar a todos. Por ello telefoneé a una anciana misionera para rogarle que orara por mí, pues me sentía afligido y preocupado.
─¿Tú, afligido?─ protestó, y me regañó lanzándome una arenga muy agresiva sobre la fe y la confianza en Dios; aunque poco a poco se tornó comprensiva y terminó diciéndome:
─Imposible no entristecerse ante tantas carencias, enfermedades, muerte y la vez corrupción y desatino humano. ¿Cómo evitarlo? A veces afligirse, hermano mío, no demuestra falta de fe; solo muestra sensibilidad.
De modo que entendemos muy bien las palabras de Pedro antes citadas. ¿Dudas acaso del caos existencial que experimenta la sociedad? ¿Te asombra el rechazo agresivo a los valores que protegen la dignidad humana? ¿Te aflige la egolatría postmoderna, que considera los límites como agresiones inaceptables?
Creo que se pudiera haber evitado la expansión de la pandemia. Si algunos ocultaron o minimizaron la realidad del peligro, otros no adoptaron conductas adecuadas, desoyendo las advertencias de científicos conscientes de la magnitud de la amenaza. Así fue que multitudes hicieron caso omiso de ellas, algunas hasta a nombre de la fe. La sacrosanta “libertad de pensamiento y expresión” nos jugó tan mala pasada, que los propios homo sapiens esparcimos los virus SRAS-CoV-2 gracias a nuestra todopoderosa libertad de movimiento mientras viajábamos felizmente por el mundo. ¡Qué vivan los derechos humanos! Sobre todo aquellos que nos permitan cumplir nuestros deseos aunque un peligro real nos aceche. Tenemos el derecho de esperar que nada suceda. ¿No es así?
Aunque todo lo que veamos en Internet no podemos darlo por cierto ─el placer de mentir, exagerar, calumniar y denigrar parece ser hoy otro derecho soberano─, una ojeada a la Web revelará la insensatez humana al vuelo. ¿Conoces del Ever Given, el portacontenedor que se atravesó en el Canal de Suez? Con 400 metros de largo y 59 de ancho, es capaz de transportar hasta 20,400 contenedores. ¡Qué maravilla tecnológica! Es una mole que emerge sobre el agua hasta la altura de un edificio de diez o más pisos.

Una ráfaga de viento y polvo de 74 Km/h desvió su rumbo y la arena a ambos bordes del canal lo apresó y detuvo, paralizando así gran parte del comercio mundial. El viento, la arena y también errores humanos colapsaron al coloso tecnológico. Egipto confiscó el barco hasta que la naviera Evergreen, su propietaria, compense a las autoridades del canal con mil millones de dólares americanos por las pérdidas generadas durante el bloqueo de la vía acuática. Interesante, ¿no?
Esa noticia me condujo hasta otras que ignoraba del todo. Cada año caen por la borda al océano cerca de 1,300 o más contenedores. ¿Lo sabías? Se ignora cuántos autos y otras producciones se hunden en el mar dentro de ellos. ¡Es difícil imaginarlo! La BBC llama a los súper portacontenedores símbolos gigantes del desequilibrio comercial del mundo y asegura que están creciendo irracionalmente.

No insistiré en ello, más si buscas en internet: contenedores caídos al mar, prepárate a ver horrores. ¡Hoy día ocurren muchas irracionalidades! Me aterró leer que cuando un barco se acerca al mal tiempo los capitanes tienen la opción de alejarse del peligro, pero la actitud más usual es “no evites la tormenta, pasa”. Los barcos modernos son fuertes, están equipados con la mejor tecnología y los largos rodeos para evadirlas provocan enormes pérdidas económicas. ¿Comprendes? Parece que los humanos somos adictos a las emociones fuertes, los riesgos atrevidos y a valorar la riqueza ─y no la vida misma─ como el bien supremo.
La Biblia desde hace siglos enseña que el mundo se encamina a la destrucción y la conducta humana empeorará, pero agrega que los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos (2 Pedro 3:7). También Jesús advirtió que habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo será principio de dolores (Mateo 24:7-8). Ignoramos cuándo y cómo se cumplirán estas profecías y no es sano fijar fechas posibles para tales acontecimientos. De hecho, otras pandemias y calamidades han azotado al mundo, algunas con resultados más trágicos que los causados por la Covid-19 hasta hoy. Es contradictorio que la admirable calidad del conocimiento científico actual y la capacidad tecnológica ya alcanzada hayan sido obviadas por el comportamiento irracional de los seres humanos. Reconozco, no obstante, la dedicación y el heroísmo del personal médico atendiendo a tantos enfermos en todo el mundo y el de los científicos trabajando esforzadamente en la elaboración de las vacunas necesarias. Hay heroísmo también en muchas esferas del devenir humano, pero la impiedad y la insensatez muchas veces invalidan o anulan los más virtuosos empeños.
De todas formas, a más de un año de pandemia, todavía nos agobian el número creciente de enfermos y fallecidos, el mayor peligro de contagio y las insoslayables medidas de distanciamiento y disciplina. Cuidarnos y cuidar a otros no es demostrar poca fe; es vivir el fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gálatas 5:22-23). Razones hay de sobra para ser sensatos. Esta prueba de fuego debe purificarnos y mostrar lo mejor y más noble en nosotros: la realidad y profundidad de nuestra fe, la comprensión y asimilación del amor y la paciencia de Dios, no queriendo que ninguno se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Pedro 3:9).
Cuidémonos los creyentes en Cristo de caer también en irracionalidades y actitudes impropias o egoístas; en controversias condenatorias y despreciativas debido a la cada vez más corrupta condición humana. ¡Nuestra misión es ser portadores de buenas nuevas! Algunos cristianos nos expresamos y actuamos como si anheláramos ardientemente el juicio de Dios para con otros, olvidando que nosotros mismos hemos sido perdonados por gracia. Mostremos a todos el amor de Cristo llamándoles al arrepentimiento. Como el Espíritu Santo jamás entra en cuarentena ─¿alguien creerá que permanece oculto en los templos, incapaz de obrar si no se asiste a ellos?─, él convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Juan 16:8) y nos guiará a toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere y os hará saber las cosas que han de venir (Juan 16:13). Dios no nos abandona en medio de la prueba.
Recordemos también que: Puesto que todas estas cosas van a ser desechas, ¿cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir? (2 Pedro 3:11). Otra de las irracionalidades contemporáneas es que muchos, empeñados en proclamar que son creyentes y aman a Dios, esquivan su compromiso de vivir en santidad. No olvidemos la recomendación paulina: No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien, el mal (Romanos 12:21). Solo así lograremos que esta prueba de fuego haga relucir en nosotros lo mejor de nuestros sentimientos, el poder de la fe y la belleza de una verdadera piedad cristiana.
Solo así el mundo podrá ver el poder del evangelio y nosotros sentiremos más llevadera la aflicción.
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