
Javier tocó desesperado a la puerta de mi casa una tarde. Tras convertirse a Cristo había vivido un tiempo maravilloso de victoria y transformación. Era otra persona y sus hábitos de vida iban cambiando. Él mismo se encontraba maravillado y muy agradecido a Dios y a la iglesia que le había recibido con tanto amor, a pesar de su pasado un tanto complicado.
Cuando nos sentamos a conversar, sus lágrimas brotaron en profusión:
-Pensé que era cristiano y no iba a volver atrás –dijo casi sin poder hablar.
Él se sentía miserable porque había caído en uno de sus antiguos hábitos nuevamente. Su tristeza era inmensa…
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