
Para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo (Filipenses 2:14)
Si Pablo pensaba que su generación era maligna y perversa, ¿qué diremos nosotros? La corrupción humana comenzó en el Edén, cuando la primera pareja traspasó los amorosos límites impuestos por el Creador. Desde entonces, todo ha ido de mal en peor. ¿Recuerdas la causa del diluvio universal?: Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era solamente el mal (Génesis 1:5). Al leer las descripciones de la conducta humana que encontramos en Romanos 2:18-32 y en 2 Timoteo 3:1-9, ¿no te parece que fueron escritas en el Siglo XXI? No obstante, creo que la generación actual, dotada de conocimientos y posibilidades que las anteriores no tuvieron, podría ser la más impúdica de la historia. Si bien el pecado ha sido constante en la humanidad desde la caída, es obvio que los límites para conductas delictivas y licenciosas son cada vez más más difusos. El comportamiento humano con respecto a la actual pandemia, entre otras razones, me obliga a pensar de ese modo.
Si el virus SARS-Cov-2 solo es trasmisible de persona a persona entre contactos cercanos, es obvio que muchos han preferido ignorar los riesgos y desechar las recomendaciones de autoridades sanitarias. ¿Cómo es posible? La mentalidad hedonista contemporánea, odia las restricciones, persigue las emociones fuertes y minimiza los peligros, insistiendo en satisfacer los antojos más pueriles y extravagantes a toda costa.
En estos tiempos que son proféticos, y en espera del cumplimiento del plan divino, recordemos las palabras de Pedro: Puesto que todas estas cosas han de ser desechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir (2 Pedro 3:11). No podemos dejar de enfatizar el llamado a la piedad y pureza de vida, lo cual incluye una conducta responsable, disciplinada y cuidadosa de nuestro cuerpo y su salud. ¿Acaso no lo hemos enseñado siempre? ¿O ignoráis que el cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y vuestro espíritu, los cuales son de Dios (1 Corintios 6:20-21). ¿Cómo glorificamos a Dios en nuestro cuerpo si no cuidamos de él?
Cierto es que Dios puede librarnos de plagas y enfermedades. Por ello nos emociona leer el Salmo 91: Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus plumas de cubrirá y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad. No temerás al terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni pestilencia que ande en la oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya. Caerán a tu lado mil y diez mil a tu diestra, más a ti no llegará (Salmo 91:3-7). Aunque algunos insisten que éste es un salmo puramente mesiánico, proclama verdades que todos hemos experimentado alguna vez. Dios nos ha ayudado y librado de muchos males. Tambien tenemos listas desconocidas de enfermedades y adversidades que pudimos haber sufrido, pero como Dios nos libró de ellas, las ignoramos. Sin embargo, en los mismos Salmos también leemos: Porque mis días se han consumido como humo, y mis huesos, cual tizón están quemados. Mi corazón está herido, y seco como la hierba, por lo cual me olvido de comer mi pan. Por la voz de mi gemido mis huesos se han pegado a la carne (Salmo 102:3-5). Lo cual quiere decir que los creyentes también nos enfermanos, sufrimos y morimos. ¿O no?
Nuestra salud puede afectarse por causas genéticas, hereditarias o circunstanciales, como no alimentarnos adecuadamente. Si nos descuidamos en invierno, padeceremos resfriados o neumonía, etc. En sentido general, de acuerdo a cómo nos cuidemos disfrutaremos mayor o menor calidad de vida. Por lo tanto, conociendo de un virus capaz de enfermarnos y causar la muerte, no es sabio ignorarlo creyendo que debido a nuestra fe, Dios está obligado a librarnos, ya que todo depende de sus propósitos soberanos. Por lo tanto, cualquier decisión que tomemos que nos exponga a un contagio, no estará demostrando una fe vigorosa, sino una insensatez que más bien la deshonra.
Vivir de forma cuidadosa y responsable es una manera santa y piadosa de glorificar a Dios, tanto con nuestro cuerpo como con nuestro espíritu. Así también testificamos del amor del Señor y de todo lo bueno que él hace en nosotros. Recordemos que el pecado del Edén fue creerle a Satanás cuando le aseguró a Eva: ¡No morirás!, pese a la advertencia divina de que si comían del árbol prohibido iban a morir. ¿Comprendes? Como un comportamiento piadoso y responsable nos libra de muchísimos males; no creamos que declarar no me pasará nada, nos librará automáticamente de un peligro que nosotros debiéramos evitar. Cuidándonos también honramos al Señor y damos testimonio de obediencia a su Palabra.
Conozco un matrimonio que la esposa estaba de visita en Estados Unidos y allá le agarró la pandemia. No pudo regresar hasta nueve meses después. Ellos decidieron que el esposo abandonaría la casa de ambos antes de su arribo y no se reunirían hasta que ella tuviera el resultado de los análisis necesarios. ¿No anhelaban estar juntos? ¡Claro que sí! Más quisieron ser responsables y cuidadosos, cumpliendo las normas sanitarias vigentes. Así fue que disfrutaron un reencuentro feliz días después sin tener que lamentar males posteriores, cuando ella ya estaba segura de no haberse contagiado durante su viaje de regreso. Penosamente, sé de otros creyentes que, confiados en que nada pasaría, provocaron una cadena de contagios lamentable. ¿Dios les abandonó a ellos? En lo absoluto: no fueron prudentes, ni actuaron con sabiduría. Y añadieron aflicciones a personas que amaban mucho y pudieran haber evitado con un comportamiento responsable.
No lo dudes, hermano o hermana, el oído que escucha las amonestaciones de la vida, entre los sabios vivirá (Proverbios 15:1). Si evitamos el contagio glorificamos a Dios. ¿Sabes por qué? Actuar con sabiduría es mostrar una virtud cristiana que, por cierto, la Biblia enseña que debemos procurar: Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada, porque el que duda es semejante a la onda del mar; que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra (Santiago 1:5-6). Preocupémonos por cumplir nuestras responsabilidades pero siempre comportándonos con mucha sabiduría y prudencia. Bien nos advierte la Biblia: Mirad, pues, con diligencia como andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo porque los días son malos. Por lo tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor (Efesios 5:15-16).
Creo firmemente que debemos cuidarnos unos a los otros y hacer todo lo posible por no contagiarnos. Si nos enfermamos, que no se deba a una actitud irresponsable o burladora de normas sanitarias que desde la antigüedad, y hasta en la propia Biblia, se han puesto en práctica cuando hay epidemias.
No ofendemos a Dios con ello.
Recientemente en nuestra familia de 5 se enfermaron 3 con el COVID ; pero Alabamos al Señor porque cómo dice la Palabra “ Antes que clamen Yo habré oído “; el Señor propició la vacuna y responsablemente acudimos a recibirla ; sino hubiera sido así quizás hoy estaríamos lamentando males peores . Gracias a Dios ya esta tormenta va de paso…🙏
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