
“Estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no solo las hacen, sino que también se complacen con quienes las practican (Romanos 1:29-30)”
Cuando leemos los antiguos pasajes bíblicos que hablan de la depravación humana, nos parecen descripciones literales de la vida contemporánea. Por lo tanto, es interesante saber que Sócrates haya dicho en el Siglo IV a.C. que los jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su comida y les faltan el respeto a sus maestros. Si el filósofo dijo así cuatro siglos antes de que Pablo escribiera el pasaje citado y nosotros vivimos veinte siglos después de él, ¿pudiéramos esperar que la conducta humana fuese mejor ahora? Y vio Jehová que la malicia de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal (Génesis 6:5). Si esa fue la conclusión divina en los albores de la humanidad, ¿qué diría ahora?
Aclaremos que la doctrina bíblica sobre la depravación humana no excluye que también mostremos bondad y buenas actitudes en algunos aspectos de nuestra conducta. Las personas pueden equivocarse o ser corruptas en algunas áreas de su vida y mostrar virtudes y dignidad en otras; tal como los creyentes más espirituales y consagrados a veces nos sorprenden con conductas inexplicables. ¡Los humanos somos imprevisibles!
Por ello compartiré algunas historias que marcaron mucho la vida de mi familia de origen. Lo hago porque en la eternidad no recordaremos miserias humanas y creo que muchos de sus protagonistas arreglaron sus cuentas con Dios. Ellos se alegrarían si sus experiencias nos ayudaran a comprender las contradicciones posibles en la conducta humana —y sus consecuencias—, debido a nuestra condición pecaminosa.
En un matrimonio de muy buena posición económica, el esposo era líder en su iglesia. Cada domingo, la familia ocupaba el mismo banco del templo junto a su servidumbre y la mejor amiga de la hija menor; la cual acostumbraba visitar la residencia familiar casi a diario, compartiendo y cenando con la familia. Después, la hija y su madre le acompañaban hasta la casa de sus padres para impedir que la joven anduviera sola de noche por la calle. Tanto disfrutaban su compañía que la llevaban con ellos de vacaciones. Un día horrendo se descubrió que ella y el padre eran amantes. No detallo las terribles consecuencias y el sufrimiento provocado por tan impía relación adúltera, pero diré que la familia demostró virtud y mucha dignidad posteriormente. ¿Te extraña? Cosas así sucedían en el Siglo XX antes de la llamada revolución sexual. Aunque durante mi adolescencia estudiaba en una escuela cristiana, conocí de muchas historias ocultas sobre las cuales nuestros mayores se cuidaban de informarnos.
¿Acaso las ignorábamos? Los niños y jovencitos poseen una sagacidad increíble para percibir los secretos que los adultos ocultan celosamente. Por ello cuando al funeral de mi abuelo materno llegó una mujer hermosísima que inquietó a todos, comprendí que estaba ante uno de los secretos familiares mejor guardados. Ir al funeral paterno fue una excepción que se permitió la joven maestra cristiana que —seducida por un personaje importante—, intentaba reconstruir su vida sola, lejos de sus familiares y su ciudad.
La familia y en especial mis abuelos, fieles evangélicos y avergonzados por lo ocurrido, nunca la mencionaban. Debido a su poca instrucción y las costumbres de la época, sufrían en silencio la ausencia de su hija ultrajada, quien lejos de ellos vivía dignamente a pesar de lo sucedido. Una persona como ella nunca mereció sufrir tal ostracismo para no afrentar a una sociedad que condenaba algunos pecados mientras con otros se hacía de la vista gorda. ¿Ves? Todos podemos perder la cordura y la bondad. ¿Cómo no apoyaron a la joven seducida y luego abandonada?
Otra de nuestras historia ocultas era un medio hermano de mi padre. Le conocíamos, pero no su origen. A diferencia de cómo hacíamos con otros tíos y primos más allegados, apenas compartíamos con él y su familia. No recuerdo cuando supe que su historia incluía el suicidio de mi abuelo paterno, la quiebra económica familiar, su nacimiento posterior y la muerte de su mamá —mi abuela paterna—, tras el parto. ¿Acaso las intrigas novelísticas superan la vida real? Nos ocultaron su historia porque era vergonzosa para todos. No obstante, en el funeral de mi padre su medio hermano lloraba desgarradoramente, lo cual me impactó muchísimo.
También teníamos un primo, muy respetuoso, culto y pianista excepcional cuya sola mención en la familia provocaba gestos, sonrisas y muchos silencios. Cuando visitábamos a sus padres —tíos predilectos de mi madre, con quienes él vivía—, nos recibía cortésmente pero jamás se unía a la tertulia familiar. Nunca se casó y murió relativamente joven. Jamás nos hablaron claro sobre él, solo mohines y miradas cruzadas. Creo que debe haber sufrido mucha soledad y si guardaba algún secreto lo llevó a la tumba. ¿Comprendes cuánto podía esconderse tras la imagen respetable de cualquier familia en aquellos tiempos? Era obvio que los problemas existían pero se trataba de proteger a niños y adolescentes aunque a veces nos llegaran informaciones distorsionadas, que podían confundirnos más. Era el tiempo increíble cuando los niños venían de París en míticas cigüeñas que jamás lográbamos ver, sin que a nosotros se nos ocurriera indagar por qué el vientre de las mamás crecía tanto cuando las prodigiosas aves estaban por llegar. ¿Acaso mi papá tuvo un medio hermano porque la cigüeña se equivocó de casa a la hora de dejar su precioso bulto?

¿Comprendes por qué comparto estas historias? A pesar del dolor o la vergüenza que causaron en mi familia, parecen nimiedades comparadas con los daños que la sexualidad ahora desatada y el pudor inexiste causan a la humanidad. Cuando como pastor me preguntan si la gente ahora es más corrupta que antes, insisto en que todos nacemos con la misma naturaleza depravada. La diferencia es que las generaciones actuales tienen facilidades para pecar que nuestros antepasados jamás imaginaron, por lo cual hay más peligros.
Además, existe un sospechoso interés de que los infantes accedan demasiado pronto a las informaciones que —si acaso—, debieran conocer cuando con edad y madureces suficientes puedan tomar decisiones responsables. También se les pretende convencer sobre la sexualidad con teorías imposibles de comprobar científicamente y que si fuesen aplicadas a otras esferas de la vida, es obvio que resultarían totalmente absurdas. Seguiremos ampliando y profundizando sobre este tema. Hay tanta enajenación, malignidad y soberbia en los enfoques actuales sobre la sexualidad humana que cualquier aberración parece ser posible.
Mientras tanto, Dios nos ha encargado predicar un evangelio que libera a las personas, perdona sus pecados y les convierte en nuevas criaturas por el poder del Espíritu Santo. ¡De ello no hay duda! A su vez, se hace urgentemente necesario que quienes conocemos tal evangelio, recordemos las palabras de Jesús: Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso (Lucas 6:36).
Continuará…
-Esta publicación es una selección, condensación y edición del segundo capítulo de Vivir la Sexualidad, titulado: Las estadísticas del desastre. Por su extención será publicado en varias partes.
