
“Porque sé que por vuestra oración y la suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi liberación, conforme a mi anhelo y esperanza en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte. Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia (Filipenses 1:12-21)”.
Nunca imaginamos vivir una experiencia como la pandemia Covid-19. De saber que vendría, hubiéramos clamado: ¡Oh no, Dios, no lo permitas. Ten piedad de nosotros y muestra tu gloria destruyendo esta enfermedad de una vez por todas.
Así recibimos el 2020 esperando un año mejor que el anterior, desarrollando actividades habituales y nuevos proyectos. Y estaba bien: trabajar por llevar adelante nuestros planes resulta un deber ineludible. Pero, ¿y si nuestros proyectos de pronto se van al piso?
Cuando Pablo comprendió que la obra de Dios seguía avanzando aunque él no continuara plantando iglesias, aceptó que el plan divino podía incluir también su prisión aunque ello no estuviera en su proyecto de vida. Entonces exclamó con fe: conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado, antes bien, con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte (1:20).
¿Vivimos para glorificar a Cristo o solo para lograr nuestros planes y deseos? ¿Perseguimos la gloria de Dios o el triunfo nuestro? ¿Buscamos nuestra satisfacción personal o cumplir la voluntad del Padre? ¿Será que ahí radica el problema fundamental del cristianismo contemporáneo? Cuando Pablo escribió para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia (Filipenses 1:21) no imaginó que tal frase llegaría a ser tan amada por todos los cristianos y que sería parte de lo que llamaríamos La Biblia o las Sagradas Escrituras. Solo expresaba su sentir a una iglesia que le ayudaba en la prisión. En espera del juicio que podía condenarle a muerte, solo pensaba en obedecer y glorificar a Cristo. Tal como lo hizo viajando por el mundo plantando iglesias, lo mismo haría si continuaba en prisión, salía libre o enfrentaba una condena letal. Sus circunstancias podían cambiar, pero su razón de vivir permanecería intacta: obedecer y glorificar a Cristo.
¿Sucede así con nosotros? Predicando en un retiro para pastores en Cali, Colombia pregunté cuál era la mayor aspiración de ellos en sus ministerios. Todos hablaron con pasión sobre estrategias, proyectos futuros, la obtención de títulos académicos y también bienes materiales. Durante media hora escuché a siervos de Dios compartir proyectos muy ambiciosos y bien elaborados. Al recordarles la expresión paulina: para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia, exclamaron:
– Ah.., por supuesto, pastor, ¡claro que eso también!
Para Pablo, obedecer y glorificar a Cristo no era claro que eso también, ¡lo era todo! ¿Recuerdas Gálatas 2:20?: Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. Él jamás hubiera dicho frases tan comunes ahora como las siguientes: es mi vida y tengo derecho a vivirla; este lugar es muy pequeño para mí; ya me he sacrificado bastante y merezco vivir mejor; aquí no tengo posibilidad de superarme y estoy perdiendo oportunidades y otras por el estilo. ¿Imaginas al apóstol hablando así?
Sus expresiones eran diferentes: lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí y yo al mundo (Gálatas 6:14). Su enorme poder espiritual y la fuerza de sus enseñanzas radicó en su actitud cautiva a la cruz de Cristo. Hoy nos fascinan las celebridades, los sueños ambiciosos –¡piensa en grande, hermano, piensa en grande!–, la tecnología de punta, la planificación estratégica empresarial, los ministerios globales y todo lo que demuestre potencial para desarrollar un liderazgo de impacto. ¿Olvidamos que debemos cargar la cruz de cada día, obedeciendo y glorificando a Cristo?
¿Habremos fallado al no desarrollar generaciones de creyentes para los cuales la razón de vivir sea obedecer y glorificar a Dios aunque enfrentemos las peores circunstancias? Hasta las mayores aflicciones adquieren sentido cuando podemos servir de bendición e inspiración a otros cuando nos sorprenden pruebas o sufrimientos inimaginables.
De la misma forma, si obedecer y glorificar a Dios lo es todo, hasta nuestra muerte pierde su cara horrenda. Así podrán verla quienes no conocen de Dios y aquellos que dejemos atrás o dependan de qué somos y hacemos, pero nunca nosotros mismos a menos que ─a pesar de ser inteligentes─, olvidemos que morir es la única experiencia de la cual tarde o temprano nadie escapa. Por ello Pablo insiste: Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia (1:21). Para quienes creemos que tras nuestro último suspiro vamos al encuentro con Dios, ¡nada mejor podría ocurrirnos!
No nos desanimemos. La Covid 19 en algunos aspectos nos ha abierto los ojos. A pesar del progreso alcanzado por un mundo en el cual muchos se creen invencibles, un virus invisible puede hacer caer en crisis al planeta. Además, para herir más nuestro orgullo, todavía a año y medio de su aparición la comunidad científica no puede darnos explicaciones probadas y contundentes sobre su verdadero origen; de modo que las teorías conspirativas continúan proliferando con matices inimaginables. ¿Acaso ello no ratifica una verdad bíblica que nuestros contemporáneos prefieren ignorar? Es obvio que hoy muchos creen que borrando la palabra pecado de nuestro vocabulario actual, la bondad humana florecería y todos seríamos felices para siempre. ¡Pobre humanidad! ¿Qué le espera?
Por eso nada debiera apartarnos de continuar predicando a todos el evangelio de Cristo: Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro (Romanos 6:23). Y esta es la condenación; que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas (Juan 3:19).
Nada de lo que está sucediendo puede sorprender a los hijos de Dios. Más bien refuerza nuestro compromiso de continuar proclamando el evangelio de amor, perdón y transformación de vida por la obra de Cristo y el poder del Espíritu Santo.
Además, es el único proyecto que ningún acontecimiento, por terrible que sea, podrá cancelar. Solo Dios lo hará a su debido tiempo.
Claro que es imposible que eso pase…! Nunca podremos olvidar ni su legado, ni su persona. Yo te decia Alberto que ya llevo 27 años de miembro en la Iglesia Bautista Estrella de Belen donde he cosechado muy buenas relaciones y muy buenos amigos, pero que como dice la vieja cancion » Cuando un amigo se va, queda un espacio vacio que no lo puede llenar la llegada de otro amigo » Eliacin, sin que haya sido perfecto, es inolvidable…Por que.. ?, bueno, por tantas virtudes y frutos del Espiritu Santo que no podriamos mencionarlas todas aqui. Su partida dolio profundamente, pero gracias a Dios por su promesa buena, de que algun dia eatara con nosotros eternamente. Yo no lo voy a olvidar, no podria.
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