
Mientras revisaba los más de 40 artículos que he escrito con respecto a la pandemia del Covid 19, preparándome para escribir el siguiente que se llamará: ¡Ahora sí sabemos!, me encontré con uno que publiqué el 17 de mayo de 2019 en mi página personal de Facebook. Entonces teníamos muchas preguntas e incertidumbres sobre la Covid 19 y esperábamos poder librarnos de ella lo más pronto posible.
Al leerlo, me sorprende que la mayoría de los cuestionamientos que me hacía en él todavía permanecen vigentes en mayor o menor grado. Por ello me decidí a publicarlo de nuevo antes que el otro, el cual hablará de algunas certezas que ahora sí tengo al respecto. Creo que su lectura ayudará e entender más claramente todo lo que expresaré en el próximo…
LA COVID-19: MÁS PREGUNTAS QUE RESPUESTAS.
Desde que oí hablar sobre la Covid-19, me hago muchas preguntas. No deseo atacar ni juzgar a nadie. Al no ser político, científico ni epidemiólogo, soy incompetente para una afirmación autorizada sobre tales temas. Suplico tu generosidad si expongo algún criterio torpe desde mi condición de anciano pastor jubilado, inquieto por tener infinidad de cuestionamientos.
¿Cómo un virus que se desintegra al contacto del agua y jabón, aterra, enferma, y mata a millares de personas? ¿Acaso en los países más desarrollados –a diferencia de lo que pensaba– los hábitos higiénicos brillan por su ausencia? Los que sufrimos por una razón u otra la escasez de jabón, detergente y productos higiénicos, ¿estaremos fatalmente condenados a sufrir la enfermedad?
Esparcido por alguien al hablar, toser, estornudar, besar, abrazar, etc., nos dicen que el virus solo contagia a quien esté a menos de un metro de distancia. No pulula en el aire como los mosquitos. De no alcanzarnos, caerá sobre la superficie más cercana. Por eso se aconseja cuidarnos de todo lo que tocamos. ¡Y la cantidad de tarecos que tenemos! Imposible palpar algo sin limpiarlo antes con cloro. Mala noticia para los alérgicos y para quienes no lo conseguimos tan fácilmente: ¿Deberíamos retirarse a los montes lejos de toda civilización y vivir con lo esencial con tal de evitar el riesgo?
EL virus que se irradia apenas un metro, ¡aborda aviones que sobrevuelan los océanos! ¿Entonces? Creado o no en laboratorio –científicos eminentes lo dudan aunque en las redes sociales tal inculpación es viral–, lo propagan viajeros que, o se creen sanos al embarcar o esconden los síntomas. ¿Será todo una conspiración malévola?
La Covid-19 ha desatado muchos demonios: la desconfianza, el pánico, la acusación ladina, la duda suspicaz ante las noticias oficiales, todo nutrido por una proliferación de pronunciamientos que, asumiendo autoridad y credibilidad total, afirman conclusiones tan discordantes que acrecientan el caos. ¿Será todo un engendro diabólico? Tal realidad, lo confieso, me horroriza. La Biblia dice que Todas las cosas son puras para los puros, más para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidos (Tito 1:1). Cuando mi mente solo percibe el poder del mal a mí alrededor, tiemblo, y ruego a Dios me perdone. ¡Todavía me aferro a la fe de que todo está sujeto a su dominio, por lo tanto, nada debiera ser tan caótico!
Comparando las muertes pandémicas hasta el día de hoy (//www.worldometer.info/) con las causadas por otras enfermedades, las producidas por hambre, cáncer, sida, accidentes, suicidios, malaria y gripes estacionales son muchísimas más ¿Por qué no nos angustian tanto dichas muertes? Y otro número peor supera a la suma de ellas. Creo en el derecho a la vida, por lo cual pregunto a quienes aseguran que un embrión humano todavía no debiera asumirse ya como una persona: si no se interrumpe su desarrollo, ¿alguien duda de que llegará a serlo? Entonces, ¿a cuántos millones de embriones le hemos impedido la vida? ¿Seguirá siendo humana la humanidad?
¿No habrá demasiadas conductas egocéntricas convirtiendo este mundo en un lugar odioso? Siglos atrás Pablo escribió sobre hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán le eficacia de ella, a estos evita (2 Timoteo 3:2-5). ¿Acaso los hijos de Dios podemos ser arrastrados por el mismo espíritu que permite a muchos abandonar la piedad, la misericordia y la bondad humanas?
Aunque la pandemia fuese una producción perversa, o su expansión causada por imprudencia o indolencia, ya nos dañó a todos. ¿No podría ser un suceso fuera de todo control humano, que en algunos contratos legales se cataloga como acto de Dios que libera a todas las partes de responsabilidad? ¿Habrá en este caso más víctimas que necesiten atención y ayuda que culpables merecedores de desprecio, juicio y castigo? Y creo que todos pecamos con frecuencia por conductas desatinadas que causan el desastre.
Sea lo que fuere, no hay otra alternativa para los corazones llenos del amor de Dios: dedicarse a consolar al que sufre, curar al enfermo, animar al que teme, instar al incrédulo a la fe, al malvado al arrepentimiento. Y orar mucho para vencer la cultura del odio. ¿Podremos ignorar algunas palabras que Jesús dijo?: Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:44-45).
Por mi parte, elijo desechar la cultura del odio. ¿Y tú? ¿Acaso me condenarás y criticarás por hacerlo?