Siempre que estemos aconsejando a alguien nuestra actitud debe ser pacífica, amable, benigna y llena de misericordia. Debemos escuchar amablemente y no expresar palabras condenatorias aunque oigamos de historias y sucesos vergonzosos o decepcionantes. Nuestras palabras deben sembrar paz en el corazón atribulado o herido por el pecado.
En la carta a los Hebreos, hablando del sumo sacerdote, se nos dice: para que se muestre paciente con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de debilidad. Cuando aconsejemos a alguien recordemos que nosotros mismos somos débiles. Podemos caer y equivocarnos.
Nuestra tarea no es juzgar, sino bajo la dirección del Espíritu Santo, ayudar a las personas a encontrar y decidir por sí mismas los pasos necesarios para resolver sus problemas…
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Mensajes de Fe y Esperanza 