
El título de esta publicación lo tomo de un libro del Dr. Francis Schaeffer —teólogo evangélico, filósofo y pastor presbiteriano estadounidense ya fallecido—, porque lo recordé inmediatamente tras leer un artículo periodístico que compartí hace poco en mi página de Facebook, donde el autor asegura que en los últimos cuarenta años, el campo individual supera al colectivo y la emoción a la razón.
Opino que las conductas irracionales, las emociones negativas y el egoísmo proliferan cada día más. Observo tantas actitudes, prácticas y costumbres que mi cosmovisión cristiana considera ilógicas e insensatas —además de anti bíblicas—, que me pregunto si una locura viral y altamente contagiosa también se ha esparcido por el mundo. Por lo tanto, no me extrañó leer que un grupo de científicos declarara que durante los últimos cuarenta años, el interés público ha experimentado un cambio acelerado de lo colectivo a lo individual, y de la racionalidad a la emoción. Además, el periodista insiste en que los especialistas descubrieron que el cambio de la racionalidad a la emoción en el lenguaje se aceleró alrededor del 2007, coincidiendo con el auge de las redes sociales. ¿Leíste bien? ¡Las redes sociales!
Nadie se asuste que no acusaré de demoníacas a tales redes, pues son un instrumento poderoso con posibilidades infinitas para beneficiarnos si las usamos con racionalidad, sensibilidad humana y dominio propio. Entre otras virtudes, pueden añadir sentido, belleza y alegría a nuestras vidas manteniéndonos en contacto con nuestros familiares y la gente que amamos esparcida por el mundo. ¿Cómo pudiéramos vivir sin ellas? Más cuando sin el menor recato las usamos para volcar en ellas nuestras frustraciones y emociones exaltadas —menoscabando el prestigio ajeno, propagando noticias sin comprobar que son ciertas, o si creemos ciegamente lo que vemos y oímos en ellas sin investigar—, pueden transformarse en un instrumento destructivo que nos desvalora y denigra a todos. A ello se debe la declaración de que el auge de las redes sociales coincidió con el proceso mediante el cual el lenguaje humano perdió racionalidad enfocándose más en las emociones.
Las emociones son procesos psicofisiológicos que experimentamos al responder a estímulos externos y determinadas vivencias. Como podrán ser positivas o negativas dependiendo de las reacciones que generen, ante esta disyuntiva nuestro gran reto es lograr un equilibrio sano entre las emociones y la razón —lo que algunos llaman inteligencia emocional—, pues aunque experimentamos emociones y sentimientos somos seres con capacidad de razonar, discernir, evaluar, delimitar, elegir o rechazar. Por ello la Biblia enseña que debemos ofrecer a Dios un culto racional (Romanos 12:1). ¿Será que hasta en la adoración cristiana actual predomina más la emoción y el sentimentalismo —ambos con frecuencia tan volátiles—, que el desempeño de un culto racional con todo lo que ello significa?
Hay un antiguo consejo paulino que nos conmina a no reaccionar solo emocionalmente ante cualquier suceso sino a usar el raciocinio, ese don precioso e inigualable que Dios concedió en exclusiva a la raza humana: Concéntrese en todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo bello y todo lo admirable. Piensen en cosas excelentes y dignas de alabanza. No dejen de poner en práctica todo lo que aprendieron y recibieron de mí, todo lo que oyeron de mis labios y vieron que hice. Entonces el Dios de paz estará con ustedes (Filipenses 4:8. NTV). También el apóstol hizo una declaración sorprendente: más nosotros tenemos la mente de Cristo (1 Corintios 2:16). Por lo tanto, en cualquier circunstancia —incluyendo nuestro aporte a las redes sociales— debe dominarnos el espíritu de Cristo y no la frivolidad, la falta de pudor e irracionalidad cada vez más presente en el mundo luchando por conquistar la mente y la aprobación de todos.
Es innegable que al observar muchas conductas humanas a veces pereciera que hemos dejado de ser seres racionales. Dios nos ayude a quienes pretendemos seguirle a no ser llevados por tal corriente avasalladora y aportemos con nuestra conducta, decisiones y actitudes todo lo hermoso, digno y esperanzador que el evangelio de Cristo puede ofrecer a la humanidad. Aun en los momentos más difíciles y frustrantes, animémonos recordando que todo aquello que es nacido de Dios vence al mundo: y esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe (1 Juan 5:4).
Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado, pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo al blanco, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (Filipenses 3:13)