
Muchos piensan que adorar es solo un acto que hacemos cuando nos reunimos con la iglesia, cantamos alabanzas, oramos y escuchamos las enseñanzas de la Palabra de Dios. En programas anteriores hemos insistido en que adorar es mucho más que eso.
Si todas las emociones que experimentamos y el reconocimiento que hacemos sobre la grandeza y el poder del Dios a quien decimos amar con todo el corazón, no las mostramos también después en nuestra conducta diaria, algo ha fallado en nuestra adoración.
Más que en el templo y junto a los hermanos en la fe, donde todo nos incita a glorificar a Dios, el gran reto de los verdaderos creyentes es adorarle a él mostrando una conducta que dignifique nuestras creencias cuando estemos realizando las actividades cotidianas, y mucho más cuando nos relacionemos con personas no creyentes para quienes la fe en Dios no signifique absolutamente nada.
No es necesario cantar, levantar las manos o extasiarnos escuchando enseñanzas hermosas en un culto cristiano para demostrar a otros que adoramos a Dios con todo nuestro corazón, pues a él también le honramos con nuestras acciones y actitudes para con los demás dondequiera que estemos. La calidad de nuestra conducta y la manera en que practicamos nuestra fe en las disímiles ―y a veces frustrantes― circunstancias de la vida común, son un poderoso testimonio. Solo así demostramos a familiares y conocidos que de verdad adoramos a Dios en cada momento de nuestra vida y que “adorar” para nosotros, no es solo una hermosa costumbre que tenemos cuando vamos al templo y nada más…