
Toda la Biblia nos enseña que Dios exige a su pueblo que viva en santidad. ¿Ocupa tal reclamo divino un lugar preponderante en la enseñanza cristiana actual? El asunto no es cantarle a Dios: Aleluya, santo, santo, poderoso, el gran Yo Soy ―como proclama la tan hermosa canción contemporánea―, o el himno que usábamos antaño: Santo, santo, santo, Señor Omnipotente, siempre el labio mío loores de dará. Si bien es necesario reconocer la santidad y la grandeza de Dios en la adoración, ¿cuántos mensajes sobre la santidad en la vida cristiana has oído últimamente? ¿Será imposible cumplir ese reclamo bíblico?
Son incontables las citas del Nuevo Testamento que al referirse a los creyentes usan la palabra “santos”: tus santos en Jerusalén (Hechos 9:13); los santos que habitaban en Lydia (Hechos 9:41); los que estáis en Roma, llamados santos (Romanos 1:7); a la iglesia de Dios que está en Corinto, santificados en Cristo Jesús, llamados santos (1 Corintios 1:2); a los santos y fieles en Cristo que están en Efeso (Efesios 1:1). Y muchísimas más.
¿Pensaremos acaso que es pretencioso llamarnos santos porque al compararnos con la santidad de Dios o con la vida de Jesús nos aterra comprobar cuán lejos estamos de ello? No obstante, al no insistir constantemente en esta enseñanza bíblica estamos dando lugar a que muchas costumbres mundanas terminen adueñándose de nosotros aceptándolas como normales…