
Dirigida a los expatriados en diferentes regiones del Asia Menor, territorios que hoy forman parte de Turquía y que entonces eran parte del Imperio romano, la hermosísima primera epístola de Pedro intenta animar a quienes vivían bajo ataques y persecución, presentando enseñanzas esenciales sobre cómo responder en tales situaciones. Recordemos que Jesús exhortó a los discípulos: El siervo no es mayor que su Señor. Si a mí me han perseguido, a vosotros también os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra (Juan 15:20).
¿Por qué los creyentes nos indignamos al experimentar falsas acusaciones y críticas a la fe que predicamos? Antes de reaccionar, primero debiéramos recordar la enseñanza paulina de que el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las pueden entender porque se han de discernir espiritualmente (1 Corintios 2:14). Después, urgirá también que recordemos el consejo de Pedro: Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese. Así qué, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno; pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello. (1 Pedro 4:12; 15-16).
Cuando era un joven lleno de sueños y me preparaba para servir al Señor, sufrí la vergüenza de ser clasificado en mi país como lacra social y se desplomó mi mundo completamente. Catalogado así junto a millares de jóvenes, mi fe y mis principios fueron puestos a prueba. Agobiado y casi claudicando tras un largo período de intenso sufrimiento, Dios impidió que tomara decisiones que comprometerían mi vida y futuro ministerio. Por ello me emociona que Pedro ofrezca a los creyentes bajo ataque: Gracia y paz os sean multiplicadas (1:2). ¡Viví esa experiencia! Cuando somos desacreditados debido a nuestra fe la gracia y la paz de Dios jamás nos abandonarán. ¡Qué maravillosa promesa para cuando nos sentimos atacados, perseguidos o calumniados!
Pedro afirma que a pesar de ser atacados y perseguidos tenemos una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1:3); una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible reservada en los cielos (1:4); asegura que somos guardados por el poder de Dios mediante la fe para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero (1:5). ¡Ni siguiera la peor persecución puede despojar a los creyentes fieles de tales ganancias!
Atacados por quienes no conocen o entienden nuestra fe, ―algo muy común en estos tiempos― Pedro nos amonesta: De modo que los que padezcan según la voluntad de Dios, encomienden sus almas sus almas al fiel Creador, y hagan el bien (1 Pedro 4:19). Él insiste en que encomendados a la fidelidad divina continuemos haciendo el bien aunque seamos tratados mal. Por lo tanto, quien proclame que el cristianismo incita al odio incentivando radicalismos ancestrales que impiden a los humanos una vida libre y totalmente disfrutable, ignora de raíz los valores de la fe cristiana. ¿Habrá algún otro sistema de pensamiento lo suficientemente altruista e inclusivo como para obedecer la siguiente enseñanza cristiana?: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos (Mateo 5:44-45). El Dios de la Biblia no anhela condenar a todos los no creyentes, pues proclama lo contrario: Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él crea no se pierda, más tenga vida eterna (Juan 3:16). De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es, las cosas viejas pasaron y he aquí son hechas nuevas, Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos enseñó a nosotros la palabra de la reconciliación (2 Corintios 5:12-19).
Penosamente no siempre los cristianos vivimos a la altura de la fe que profesamos al no practicar otra enseñanza bíblica que transformaría nuestro interactuar con quienes erróneamente nos catalogan como sus enemigos: Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos, porque esto es la ley y los profetas (Mateo 7:12). Dicha tristemente hoy casi ignorada Regla de Oro, haría mucho bien tanto a los actuales cristianos como a nuestros acusadores.
Nuestro mundo, cada vez más ególatra y depravado camina hacia su autodestrucción ―algo que algunos científicos y ecologistas declaran sin que muchos les hagan caso―, pero no lo hace porque un Dios odioso así lo desee. En realidad es el mal proceder humano cada vez más enajenado y renuente a corregir errores y conductas fallidas, el que provoca que la vida sea más difícil y contradictoria para todos. ¿Será necesario alargar este artículo enumerando la cantidad de tragedias humanas que ocurren, las calamidades naturales, injusticias, perversidades, actos de corrupción y actitudes ególatras que hoy dañan hasta a los países más desarrollados y que poseen más recursos? ¡Ni hablar entonces de aquellos que carecen de tanto que hasta las más elementales normas morales son obviadas con tal de sobrevivir!
Por ello los seguidores de Jesús en todos los países oramos fervientemente por una intervención divina que transforme corazones, provoque el arrepentimiento necesario y logre para todos y en todas partes la bendición divina. Tal proceder no proviene de un odio radical y fundamentalista como algunos pretenden, sino del amor que brotó a raudales por la humanidad sufriente en la cruz del Calvario. Por ello los verdaderos cristianos ―incluso quienes viven bajo ataques, perseguidos y vilipendiados―, ruegan para sus países una restauradora intervención divina y claman al Señor pidiendo misericordia, arrepentimiento y salvación. ¡Esa es nuestra manera de hacer el bien!
Este mensaje es necesario en días tan difíciles como quizá los cubanos no habíamos vivido antes,por lo que se necesita tener presente qué espera realmente Dios de nosotros y qué estaremos dispuestos a hacer por amor a Él.Muy acertado el texto para ello y con un preciso tratamiento,claro y ajustado a nuestra proyección ya del hoy que estamos viviendo.
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