
Reconocido como héroe de la fe y padre del pueblo hebreo, la historia de Jacob es cautivante. Durante el difícil embarazo gemelar que experimentó su madre, a ella se le reveló que dos naciones hay en tu seno y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas; un pueblo será más fuerte que el otro pueblo y el mayor servirá al menor (Génesis 25:23). Como Jacob fue el segundo al nacer, fue obvio que Dios le escogió para ser prominente sobre su hermano Esaú y con un propósito especial para su nación.
No obstante, cuando ya ambos eran adultos, Jacob se valió de subterfugios para que su padre Isaac, engañado, le bendijera como primogénito y no a su hermano Esaú. ¿Sería necesario sobornar al hermano hambriento por un plato de lentejas, conspirar con su madre y fingir que él era Esaú ante su padre ciego para que se cumpliera la promesa divina? Ladino, patrañero, y desacertado después al formar familia y criar a sus hijos, Jacob parece ir de mal en peor. ¡Cuántas cosas terribles le suceden! No obstante, pese a sus flaquezas Dios tenía un propósito especial con él y siempre le amó.
Por ello, cuando Jacob huyó horrorizado temiendo morir a manos de su hermano, escuchó palabras divinas que debieron sorprenderle: Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente. He aquí yo estoy contigo, te guardaré por donde quiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que no haya hecho lo que te he dicho (Génesis 28:13-15). ¿Piensas que con tal mensaje, Dios le mostraba su aprobación por sobornar a su hermano y engañar a su padre? Dios solo estaba afirmándole que cumpliría su propósito con él a pesar de todo.
¿Te extraña tal proceder divino? La inefable gracia de Dios se muestra en la Biblia desde el Antiguo Testamento y el mensaje para Jacob lo confirma. Él sufriría las consecuencias de sus acciones, pero la gracia y la compañía de Dios jamás le abandonarían. ¿No sucede igual a veces para con nosotros? Con frecuencia erramos tomando malas decisiones, pero nada impedirá que los propósitos de Dios se cumplan a su tiempo a pesar de nuestros desatinos si nos mantenemos aferrados a la fe. No solo con Jacob y otros personajes bíblicos Dios mostró su gracia infinita aunque pecaran y sufrieran por ello. Del mismo modo sucede con todos los que creemos en él y le amamos pues la bondad de Dios es inagotable. ¿Creeremos que Dios nos ama y bendice porque lo merecemos? Muy claro dice la Biblia que es por la misericordia de Jehová que no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias (Lamentaciones 3:22). Si fuéramos infieles, él permanece fiel, él no puede negarse a sí mismo (2 Timoteo 2:13).
Es impactante el reencuentro de Jacob y Esaú varios años después. Sintiéndose aún culpable y aterrado, Jacob lucha implorando la bendición de Dios para encontrarse de nuevo con su hermano, enviándole varias embajadas con regalos para ablandar su corazón. Angustiado, ¡se inclinó hasta la tierra siete veces delante de él mientras se acercaba! Para su sorpresa, Esaú corrió a su encuentro y le abrazó, y se echó sobre su cuello, y le besó y lloró (Génesis 33:5). ¡Qué historia! Abrazando al hermano que traicionó vilmente y que juró matarle, Jacob exclama: porque he visto tu rostro, como si hubiera visto el rostro de Dios, pues que con tanto favor me has recibido (Génesis 33:10). ¿Entiendes eso? A pesar de nuestros errores, podremos ver a Dios obrando en cualquier circunstancia, siempre a favor de quien por la fe y la confianza en sus promesas le sigue y adora. Los humanos somos volubles pero Dios es fiel y jamás nos falla.
Tras una vida de muchos errores y sufrimiento, Jacob obtuvo la bendición mayor de su vida cuando tenía ciento treinta años. ¡Reencontró a su hijo preferido, a quien creía muerto y aún lloraba sin consuelo! ¿Cómo imaginar que sus hermanos, por envidia, le habían vendido como esclavo a una caravana madianita? El antiguo engañador fue engañado también por sus impíos hijos. Sin embargo, José, su hijo que más sufrió, aparece convertido en funcionario prominente de Egipto y se echó sobre el cuello de su padre amado llorando largamente cuando este menos lo esperaba. Jacob, pensando que moría de emoción dijo: Muera yo ahora, ya que he visto tu rostro y sé que aún vives (Génesis 46:30). No obstante, viviría mucho más —probablemente los mejores años de su vida—, comprobando que la tragedia ocurrida a José, por la gracia de Dios se convirtió en la provisión divina para salvar del hambre a toda su familia y asegurar el destino posterior de la nación hebrea. ¡Dios tiene caminos muy peculiares para cumplir sus propósitos! Nada es imposible para él.
Diecisiete años más tarde, Jacob falleció rodeado de todos sus hijos, bendiciéndoles y a la vez, profetizándoles: He aquí yo muero, pero Dios estará con vosotros y os hará volver a la tierra de vuestros padres (Génesis 48:21). Lo que Dios le prometió a él cuando huyó temeroso de su casa, Jacob lo profetizó a sus hijos manifestando así su profunda fe declarando que el pueblo hebreo volvería a la tierra de sus padres. Tal como deseaba, fue sepultado en la cueva de Macpela en Canaán, junto a sus abuelos Abraham y Sara, sus padres Isaac y Rebeca, y Lea, su primera esposa. ¿Imaginó Jacob cuando salió huyendo cuán idílico sería el final de su vida?
¡Qué historia tan llena de matices y enseñanzas fabulosas!
Tú y yo al igual que Jacob podremos errar y fallarle a Dios debido a nuestra condición humana; ya sea instados por circunstancias incontrolables que nos desconcierten o por tentaciones que logren envolvernos. También puede que sin darnos cuenta cometamos errores que dañen nuestro crecimiento y testimonio cristiano. ¡Más la inefable gracia de Dios nos sostendrá y nos levantará! Como Pablo, si identificamos aguijones en nuestra carne que nos abofetean, sabemos que solo cuando somos conscientes de nuestras debilidades es que puede reposar en nosotros el poder de Cristo.
He comenzando a vivir mi octava década de vida y han transcurrido más de sesenta años desde aquella tarde de abril de 1960 cuando sentí que Dios me llamaba al ministerio pastoral. Entonces, muy asustado, protesté:
—¿Por qué a mí, Señor? ¡No sirvo para eso y mis planes son otros!
La insondable gracia de Dios, sin embargo, transformó mis planes y todavía intento ser fiel al llamado divino a pesar de mi incompetencia. Sí, he fallado muchas veces, pero como Jacob, me aferro al ángel de la fe, consciente de que Dios me ha bendecido más de lo que merezco. Cuando miro hacia atrás —algo muy fácil a mi edad— me emociona constatar que los propósitos de Dios siempre se cumplieron.
Por ello me aferro cada vez más al maravilloso misterio de la gracia divina, don incomparable, fuente inagotable, mi alma puede allí su sed calmar, tal como decía el antiguo himno. He comprobado que meditar en la gracia de Dios me da paz en las situaciones más difíciles. Te invito a que medites en la gracia de Dios e intentes hacer la lista de las muchas bendiciones inmerecidas que has recibido en tu vida.
Te aseguro que ello te dará paz, la bendita paz que solo Dios te puede dar.