
Durante mi niñez disfruté una familia numerosa. Éramos cuatro hermanos que vivíamos en una casa grande con mis padres y quienes conocíamos como abuelos paternos, aunque en realidad, ellos solo criaron a mi padre y a su hermano que fueron huérfanos desde su niñez. Teníamos además a los abuelos maternos, tíos, primos y otros familiares de nuestros abuelos y sus descendientes, tíos segundos —primos de nuestros padres— y además sus hijos, quienes eran parte esencial de la familia.
También lo eran los cónyuges de nuestros tíos por parte de padre y madre y sus parientes allegados, quienes constituían la familia extendida que llenó nuestra infancia de cumpleaños infantiles y encuentros inolvidables. La memoria que conservo de mi niñez y adolescencia es bastante idílica. Aunque existieron sucesos que intentaron ocultarnos totalmente, sí oíamos relatos que los adultos comentaban en voz baja mientras los primos jugábamos entretenidos y ellos —¡qué ilusos!— creían que no los escuchábamos.
En casa éramos presbiterianos y todos los familiares mencionados eran devotos católicos, apostólicos y romanos; tan convencidos de su fe como nosotros de la nuestra, lo cual nunca fue un obstáculo para mantener una relación cálida y amorosa. Salvo que los primos en momentos jocosos nos acusaban de ser protestantes y judíos por no haber recibido el bautismo infantil en la Iglesia católica; y nosotros a ellos de idólatras que adoraban imágenes, jamás hubo desavenencias en familia por motivos de religión. Sin embargo, a principios de la década de 1960 ocurrieron fuertes confrontaciones por discrepancias políticas, las cuales propiciaron un dolorosísimo cisma familiar.
Algunos de nuestros tíos y primos emigraron rápidamente, tras los cuales se marchó poco a poco el resto de la familia, la mayoría sin despedirse de nosotros. ¿Cómo abrazarse y decir adiós amorosamente si ya rota la armonía familiar reinaban la desconfianza y las fuertes desavenencias? En aquellos tiempos a los emigrantes se les despojaba de sus propiedades y eran advertidos de que estas palmas, este cielo y esta tierra no la volverán a ver jamás, tal como expresaba una valla en el aeropuerto de Varadero, delante de la cual pasaban quienes abordaban los Vuelos de la Libertad que los conducían a la ciudad de Miami. Así perdimos en poco tiempo todos los tíos, primos y la mayoría de los parientes. Además, las relaciones con los emigrados —algo que jamás entendí—, eran cuestionadas por muchos. En nuestro hogar no se permitía recibir llamadas telefónicas ni cartas del extranjero. ¡Qué horror! Mi madre y sus hermanos nunca volvieron a verse. Ella, muy temerosa, a escondidas les escribió alguna que otra vez, y me pedía echara su carta al correo en otra ciudad, para no “perjudicar” ni ofender a mi padre.
Mi abuela materna vivió con nosotros tras la partida de sus otros hijos y nietos. Padeció después una rápida demencia senil, pese a lo cual la recuerdo sentada en su sillón habitual repitiendo con frecuencia:
—Tenía más hijos y nietos, pero no sé dónde se han metido…
Lo decía con una ingenuidad pasmosa, como si no fuera consciente de lo que ello significaba.
Mi padre vivía esa etapa de su vida aferrado drásticamente a la opción política que abrazó, por lo cual cuando su hermano —quien diariamente pasaba por nuestra casa para compartir con él—, le anunció que también emigraría, respondió amenazándole:
—Pues te advierto que sí lo haces, habrás muerto para mí. Piensa bien lo que vas a hacer.
Su hermano no creyó esas palabras. ¿Cómo pensar que fuera cierta tan injusta amenaza? Poco después emigró con su familia y mi padre la cumplió al pie de la letra. Mi tío emigrado, quien siempre quiso mantener relaciones con él, enviaba emisarios frecuentes a nuestra casa con la encomienda de preguntar por su hermano querido, los cuales recibían siempre la misma respuesta:
—No tengo ningún hermano en Miami. Tal vez le dieron una dirección equivocada…
¡Cuán complicados y paradójicos solemos ser los humanos! Con facilidad creamos situaciones y tomamos decisiones que van contra nosotros mismos. Jamás consideré a mi padre un hombre de malos sentimientos. Mi impresión era que a pesar de sus extremismos, muchos le querían y admiraban. Él fue un buen padre aunque ambos tuvimos profundas desavenencias. Nunca imaginé que con respecto a él y su comportamiento me esperaban en el futuro algunas grandes sorpresas.
La partida casi total de nuestra familia extendida durante la adolescencia me fue desgarradora, pues al mismo tiempo emigraron mis mejores amigos y compañeros de estudios, con quienes compartí las mismas aulas desde la primaria hasta el bachillerato. Como era una institución privada y fue intervenida en 1961, muchos de mis maestros más queridos, de quienes también era alumno en la Escuela Dominical de la iglesia, emigraron en esa misma época. Fue como si todo mi mundo se desplomara.
En las noches al acostarme, lloraba recordando a mis familiares y a los amigos que tal vez no volvería a ver jamás. Con el tiempo conseguí las direcciones de algunos familiares y me comunicaba con ellos. Por mí conocieron de la enfermedad y muerte de la abuela y tenían noticias de sus pocos seres queridos que quedaron en Cuba, sobre quienes siempre preguntaban con evidente cariño. Aunque en 1962 y 1965 decidí emigrar también, fue imposible por impedimentos legales, a pesar de que uno de mis tíos me consiguió una beca para estudiar en un seminario norteamericano.
En 1980, ya pastor, casado y con tres hijos, obtuve un permiso de salida del país para asistir al congreso de la Alianza Bautista Mundial (ABM) en Toronto, Canadá, lo cual me permitió visitar después por tres semanas a uno de los primos por parte de madre que vivía en Quebec. Conocer a su esposa e hijos y rememorar con él tantas vivencias felices de la infancia fue muy especial para ambos. Cinco años después, en 1985, y también para asistir a otro congreso de la ABM en Los Ángeles, CA, obtuve una visa americana y la bendición añadida de visitar a casi todos mis familiares que residían en Estados Unidos, cerrando así, al abrazarlos nuevamente, una herida que sangró por más de veinte años. ¡Cuántos encuentros conmovedores! Entre ellos, visitar al hermano de mi padre, seriamente enfermo, quien me recibió emocionadísimo, preguntándome por su hermano, al que recordaba sin guardar rencor alguno. Al abrazarme, sentí que él abrazaba a su hermano querido, porque lloraba desconsoladamente.
Visité a todos mis tíos y tías, pues todos vivían todavía y disfruté momentos que aún recuerdo con emoción. Los primos nos reunimos con el cariño de siempre y no alcanzaba el tiempo para contestar sus preguntas sobre el resto de la familia y nuestra vida en Cuba. Tanto ellos como los cubanos que visitaba me preguntaban si era posible que aprovechara ese viaje y me quedara en los Estados Unidos, para reclamar después a Miriam y los hijos. Además, una iglesia en Los Ángeles, CA, donde prediqué un domingo, me solicitó que fuera su pastor. No obstante, por esos inescrutables designios divinos, tan significativo y reconfortante viaje culminó con mi decisión de no emigrar, pues tras varias noches de desvelo y oración llegué a la convicción de que debía continuar realizando mi ministerio pastoral en Cuba.
Tuve también una experiencia inexplicable al reunirme con los diáconos de aquella iglesia que me invitaba a ser su pastor. Mientras conversaba con ellos vi los rostros de mi familia y de los miembros de nuestra iglesia en Pinar del Río que me observaban tristemente, como esperando cual sería mi respuesta. ¿Fue una visión? Lo ignoro. ¿Una creación de mi mente, provocada por las implicaciones de lo que estaban ofreciéndome? Tal vez. Jamás he tenido experiencias similares, pero aquella decidió mi futuro. Concluí que Dios me estaba guiando a no abandonar la iglesia que atendía en Cuba.
Regresé muy feliz a los míos y a la congregación que pastoreaba y tan pronto pude visité a mis padres en Cárdenas para mostrarles las fotos y contarles de mis experiencias con los familiares emigrados. Por más que insistí, mi padre rehusó verlas y escuchar mis historias, retirándose solo a su habitación. Entonces ya él había renunciado a su militancia recibiendo fuertes críticas que le afectaron mucho. Anciano, triste y jubilado, pasaba la mayor parte de su tiempo dentro de su habitación, donde según él mismo decía, se sentía feliz hablando con sus muertos y recordándolos a todos. ¿Qué estaba sucediendo?
Meses más tarde, supe que para asombro de mi madre y mi hermana mayor, él sintonizaba todas las noches una emisora de Miami que anunciaba los nombres de los cubanos que fallecían para que sus familiares en Cuba lo supieran. ¡No podía creerlo! ¿Mi padre oyendo una emisora miamense? Su salud mental, sin dudas, estaba muy afectada.
Semanas más tarde, mi hermana me llamó telefónicamente:
—¿Estás sentado? Debes hacerlo para que oigas lo que tengo que decirte. ¡No imaginas lo que papá hace cada noche! Su mente está peor, pero antes de acostarse se arrodilla junto a la cama y ora. ¿Te imaginas? También a veces agarra su vieja filarmónica y comienza a tocar el himno Me hirió el pecado fui a Jesús y otros que recuerda. ¿Qué te parece?
Él dejó de asistir a la iglesia cuando nosotros éramos niños, pero en la casa con frecuencia tocaba himnos cristianos en su filarmónica, lo cual hacía muy bien.
Otra sorpresa, más inesperada todavía, me llegaría varios meses después cuando me preparaba para viajar de nuevo —al otro día—, hacia Estados Unidos. Al contestar una llamada telefónica, me sorprendió escuchar la voz de mi padre porque él nunca me llamaba directamente. Cuando conversaba por teléfono con mi madre o mi hermana, él solo me saludada rápidamente y devolvía el teléfono a ellas.
—Me dicen que vas otra vez a Estados Unidos, ¿volverás a ver a mi hermano?—, preguntó.
Aunque siempre me resultó incomprensible la actitud que tomó hacia su hermano emigrado, jamás imaginé lo que estaba a punto de escuchar:
—Quiero que vayas a verlo antes de que muera… Sé que está muy mal. Necesito que le digas que siempre lo quise. ¡Yo jamás lo olvidé..! Quiero que me perdone, por favor. Actué así porque cuando me dijo que se iba de Cuba me sentí desesperado, abandonado y solo. ¡No quería que se fuera!
Quedé mudo, porque la emoción no me permitía hablar. Al percibir mi silencio, él insistió:
—¿Me oyes? No resistí que se fuera y me abandonara. ¿Cómo viviría sin él? Dile que me perdone y que lo quiero mucho.
—Tranquilo, papi —contesté con trabajo, porque yo también lloraba impresionado por lo que él me pedía—, iré a verle en cuanto llegue allá y le diré tu mensaje. Pero te aseguro que él nunca dejó de quererte y jamás te culpó.
Gracias a Dios llegué al hospital cuando todavía mi tío estaba consciente aunque no podía hablar. Mientras le compartía el mensaje de su hermano, él lloraba e intentaba sonreír mientras apretaba temblorosamente mi mano. Pocas horas después falleció muy tranquilo y di gracias a Dios por llevarle el mensaje que tal vez añoraba escuchar de labios de mi padre desde que emigró de Cuba. ¿Será que mi tío siempre comprendió el inmenso vacío que su hermano sufrió tras su partida y por eso jamás manifestó rencor, insistiendo en enviarle emisarios aunque fueran rechazados? ¿No fue esa su manera de decirle que lo amaba, ya que mi padre no recibía llamadas telefónicas ni cartas del extranjero?
Esa noche yo también perdoné a mi padre. Comprendí que en el fondo de su alma existían profundas contradicciones y luchar contra ellas debió resultarle abrumador. Perdoné todas sus intransigencias, su dureza e incomprensión para conmigo cuando decidí ser pastor y no arquitecto, como él esperaba. Poco tiempo antes, cuando él renunció a su militancia, visitó varias veces nuestra casa —antes nunca lo hizo porque era una casa pastoral—, ni siquiera cuando nacieron nuestros hijos, a quienes conoció solo cuando nosotros les llevábamos a su casa. No obstante, cuando comenzó a visitarnos desarrolló una relación tierna con ellos. Según mi madre, aunque no se atrevió a entrar a la iglesia que yo pastoreaba, cuando visitaba nuestro hogar se acercaba a la ventana de la cocina y desde allí escuchaba orgulloso mis predicaciones en el templo. ¡Cuán compleja es el alma humana y qué funestas resultan a veces nuestras reacciones!
Siempre me intrigó el hecho de que mientras perdía el control de su mente, él orara antes de dormir todas las noches —aunque por mucho tiempo proclamó ser ateo— e intentaba tocar himnos cristianos en su filarmónica. ¿Tendría que ver todo ello con su decisión de pedir perdón al hermano emigrado, de quien nada quiso saber durante veinte años? Supe entonces que tras su dureza e intransigencias escondía debilidades, temores y frustraciones que le angustiaban en exceso. ¿Habrá sido él mucho más sensible de lo que pensábamos quienes vivimos a su lado? Hoy creo que muchas de sus actitudes se debieron a una niñez difícil tras la muerte de sus padres —ocurrida con pocos meses de diferencia tras penosos sucesos— lo cual pudo producir traumas que no supo ni pudo manejar. Hay profundos misterios del comportamiento humano que a veces somos incapaces de comprender.
Paradójicamente, tales historias en mi familia de origen, me ayudaron junto a mi esposa a fomentar una relación saludable con nuestros hijos mientras ellos crecían en la fe que les enseñamos, por lo cual disfrutamos muy felices sirviendo juntos en la obra de Dios. Así asumimos no solo las preocupaciones normales del ministerio cristiano y de una familia pastoral, sino las carencias y necesidades de tiempos difíciles y las otras olas migratorias cuando tuvimos que despedir a compañeros del ministerio, hermanos en la fe, líderes y miembros de nuestras iglesias y grandes amigos personales.
Del grupo de estudiantes que ingresamos en el Seminario Bautista en 1963 —algunos de ellos mis mejores amigos hasta hoy—, solo yo he permanecido en Cuba. También, por algún tiempo disfruté ser el único pastor bautista de mi generación que conservaba a todos sus hijos, sus cónyuges y nuestros nietos viviendo en el país, todos involucrados y trabajando en la obra de Dios. ¡Qué hermoso privilegio! Las bendiciones recibidas son incontables y constituyen nuestro mayor tesoro. ¿Cómo valorar las experiencias vividas como familia en la Iglesia Bautista Nazaret en Pinar del Río, los felices matrimonios de nuestros hijos con personas idóneas que enriquecieron nuestras vidas y relaciones familiares?
Imposible no mencionar las bendiciones recibidas en la obra convencional sirviendo en diferentes áreas, en la junta directiva, dirigiendo el Ministerio de Educación Cristiana por veinticinco años —durante los cuales prediqué en la mayoría de los casi 30 retiros espirituales que se celebraban anualmente en el Campamento Bautista— y también cuando fui Presidente de la Convención Bautista de Cuba Occidental desde el 2002 al 2007, así como en los años posteriores desarrollando un ministerio internacional a través del ministerio hispano de Radio Transmundial.
Por lo tanto, jamás podré renegar de la decisión que siguiendo la voluntad de Dios, tomé en 1985 de permanecer sirviendo al Señor en Cuba, pues pese a todas las dificultades inherentes a un país como el nuestro, nuestra vida familiar y ministerial nos proporcionó las mayores satisfacciones. El hecho de que la constante migración cubana ya incluyó también a cinco de nuestros siete nietos, a la hija mayor y a su esposo, nos insta a aceptar que ha comenzado una etapa diferente de nuestras vidas, pero el mismo Dios que nos bendijo tanto hasta aquí, nos ayudará a enfrentarla confiando en sus promesas..
Decir adiós no es fácil y mucho más cuando la relación familiar ha sido tan especial. Es imposible ignorar la ausencia y las lógicas preguntas existenciales que asaltaron nuestra mente cuando les abrazamos y besamos antes de que partieran buscando nuevos horizontes. Las despedidas laceran aunque se enfrenten con el mejor espíritu. Sin embargo, las traumáticas experiencias vividas en mi adolescencia con la partida de muchos seres queridos, me enseñaron que para el bien de todos, es importante y necesario poder despedir a los que parten con nuestra mayor bendición y el más natural y amoroso abrazo. ¿Podría, acaso, ser el último? Eso solo Dios lo sabe. No obstante, quienes amamos tienen derecho a levantar alas buscando un mejor futuro sin sentirse culpables, ni recibir quejas de nuestra parte y mucho menos acusaciones injustas. Aunque nada sustituye la presencia física de un ser amado, los sentimientos no mueren con la distancia —¡a veces se acrecientan!— y ahora tenemos la facilidad de comunicarnos, vernos y saber de ellos cada día, lo cual marca una gran diferencia. ¿El futuro? Ese está en las manos de Dios y sabemos que nada es imposible para él.
La Biblia está llena de experiencias migratorias. La emoción que nos causa leerlas y las lecciones espirituales que contienen, a veces impiden percibir el dramatismo que incluyen y la manera en que tales acontecimientos pueden responder finalmente a propósitos divinos. Solo por mencionar unas pocas, recordemos que Abraham fue llamado por Dios a salir de su tierra y su parentela. Por su obediencia, el lugar que él ocupa en la historia bíblica y del pueblo hebreo es primordial. Jacob fue un fugitivo en Harán, al sudeste de la actual Turquía y aprendió más de Dios durante sus años de destierro por todo lo que vivió y sufrió, que en su propia casa paterna. José su hijo —caso penosísimo y cruel—, comprendiendo al final que la acción de sus envidiosos hermanos al venderle como esclavo tuvo repercusiones positivas, fue capaz de perdonarles y mucho más, pues pudo decirles: Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien (…) para mantener en vida a mucho pueblo (Génesis 50:20); asegurándoles que él los sustentaría a ellos y a sus hijos. Ester, otra heroína bíblica indiscutible —pese al dudoso papel que una doncella judía desempeñaba en un harén persa—, fue el instrumento divino para librar a sus connacionales de un cruel edicto exterminador. Daniel, otro de los personajes bíblicos más admirados, quien de joven fue obligado a abandonar su tierra, desempeñó un papel estelar como funcionario de imperios paganos, lo cual no impidió su rol profético ni el impacto de su fidelidad absoluta a su Dios.
Lo importante es la fidelidad que mantengamos donde quiera que vayamos o estemos y nuestra obediencia irrestricta a lo que Dios desee y disponga para nosotros. La primera epístola de Pedro en el Nuevo Testamento fue dirigida a los expatriados de la dispersión deseándoles que gracia y paz os sean multiplicadas (1 Pedro 1:2).Siempre habrá emigrados y expatriados. El hecho de que el mundo actual sufra crisis migratorias nos revela que las personas asumen instintivamente que su país de nacimiento no puede ni debe ser una prisión de la cual jamás debieran salir. Por lo tanto, no es posible —ni justo—, considerar a nadie traidor, delincuente, insensible o despreciativo de su país de origen por el solo hecho de buscar mejor vida en otros horizontes. El tráfico de personas podrá ser considerado un delito, pero la voluntad o la necesidad de emigrar es un derecho humano. Por supuesto, los países que reciben emigrados tienen su propio derecho de establecer filtros, protecciones y requerimientos legales. Ello también es incuestionable.
Deseemos a todos las emigrantes gracia y paz multiplicadas. Las palabras bíblicas gracia y paz tienen un poder inmenso, pues no solo bendicen a quienes las reciben, sino que ennoblecen a quienes las otorgan, acercándoles cada vez más al corazón de Dios. A la vez, no alberguemos jamás resentimientos ni traumas no resueltos porque lejos de dañar a otros, nos hacen sentir desgraciados a nosotros mismos. Hay una enseñanza de Cristo casi olvidada: Así que todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos, porque eso es la ley y los profetas (Mateo 7:12). La traducción de la Biblia en lenguaje actual conocida por las siglas TLA, lo expresa de esta manera: Traten a los demás como ustedes quieren ser tratados, porque eso nos enseña la Biblia. En mi niñez y juventud la conocíamos como la prodigiosa regla de oro que aseguraba las mejores, más felices y bendecidas relaciones humanas.
Todos los emigrantes, quienes les vean partir, quienes les reciban y también ellos mismos, deben obedecer esa antigua regla de oro cada vez más ignorada. ¡Es un recurso divino del cual nuestro mundo actual está muy necesitado!
Muchísimas gracias por estás palabras, han sido un bálsamo a mi corazón en este día, pues soy un pastor cubano que ha emigrado en los Estados Unidos con la firme convicción de que Dios me llamó a hacerlo, aunque muchos no lo entendieron así. Gracias pastor y amigo, sabe que amo y admiro profundamente a usted y a su familia. Un fuerte abrazo en la distancia. José Luis Milián Sánchez
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Muchas gracias y bendiciones Pastor por esta reflexión que es tan cierta y hoy más que nunca en nieto nación .
Sabe en mi reparto cada sabemos de vecinos y conocidos que se van da la impresión que nos quedamos solos , aunque también pienso en algún momento poder salir también con mi familia si así nuestro Dios lo permite.
Y es cierto siempreeeee orando por aquellos que están emigrando que Dios les bendiga y les guarde
Traducción Lenguaje Actual
Salmos 121:2, 3, 5, 7 y 8
2. Mi ayuda viene de Dios, creador del cielo y de la tierra.
3. Dios jamás permitirá que sufras daño alguno. Dios te cuida y nunca duerme.
5. Dios te cuida y te protege; Dios está siempre a tu lado.
7. Dios te protegerá y te pondrá a salvo de todos los peligros.
8. Dios te cuidará ahora y siempre por dondequiera que vayas.
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Pastor, sabe usted que siempre le he admirado. No repito lo que un día le exprese en Yumuri (no se si lo recuerde) por no herir sentimientos de quienes puedan leer este comentario.
Soy de los que siempre con orgullo disfrutaba verle a usted y Mirian como tronco familiar con todos sus hijos, nueras, yerno y nietos sirviendo en Cuba.
Hoy, experimenta la separación física de su familia y por tal motivo he orado por ustedes. Dios les fortalezca en esta experiencia.
Gracias por cada reflexión suya, todas producen bendición a mi vida. Esta es una de ellas.
Un fuerte abrazo.
Saludos a toda la familia.
DIOS LES BENDIGA!!!
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Gracias infinitas doy a Dios por su vida. El Señor lo utiliza de una manera poderosa para traer bendición a quienes buscamos permanecer en Su voluntad a pesar de nuestras debilidades.
Gracias pastor Alberto por traer esta palabra a mi vida hoy.
Un fuerte abrazo para Miriam de parte de mi esposa.
Seryesky, Kenia, Marcos y Lucas
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Estimado pastor, esta lectura me recuerda q Dios es fiel, siempre nos ha sustentado y lo hará aún más allá de la muerte. En esta nueva etapa q vive y que se avecina, también verá Su Gloria, y nos seguirá enseñando con sus testimonios. Muchísimas gracias y bendiciones a su familia.
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¡Este ha sido uno de los contenidos más nobles que he leído sobre despedidas y emigraciones! Una real mirada integradora y descriptiva de una realidad inherente a la vida misma y que toca a todos en uno u otro sentido; pues, ¿quién no ha tenido este tipo de experiencia en uno u otro sentido,momentos y circunstancias?
Mi hermano del alma felicito tu sensibilidad humana y espiritual.¡Dios seguirá transitando a tu lado y al de tu red familiar! Les amo con todo mi corazón.
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Alberto le pido a Dios bendiga a los que emigran y también le pido bendiga a los que se quedan.
Este peregrinar por la vida terrenal es tan difícil aquí o allá que solo de la mano de Dios caminaremos por el camino estrecho que nos llevará a su presencia.
Dios te bendiga mucho hermano.
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Querido Alberto gracias por ser nuestro hermano y amigo por darnos la oportunidad de orar por ti y tu familia, gracias por hacernos parte de tus experiencias a menudo, por tener en cuenta a lo que no están
A la altura de tu ministerio y preparación (entre ellos nosotros) y sin embargo siempre nos tienes en cuenta con tus hermosas experiencias, en los grandes desafíos, y en la dependencia de qué tus hermanos pueden orar y el cielo abrirse una y otra vez sobre tu vida, mostrándote el camino, ese camino que el diablo no ha podido sacar de la mirada de Dios y que hará que todos los signos de interrogación ????? que tengas por delante, se conviertan cuando la mano de Dios lo enderece en signos de admiración !!!!!!para decir “ Grandes cosas ha hecho el Señor estaremos alegres” amén
Con el mismo amor para ti y tu familia Dinora lima
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