
Alguien me preguntó refiriéndose al pasaje bíblico que encabeza este artículo:
—¿Por qué la primera epístola de Juan ordena que no amemos al mundo si Juan 3:16 dice: Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito para que todo aquél que en él crea no se pierda, más tenga vida eterna (Juan 3:16)? ¿La Biblia se contradice?
Las palabras hebreas o griegas que se traducen por mundo poseen acepciones diferentes. En Juan 3:16, mundo alude a la humanidad, pero en otros pasajes puede referirse al propio planeta o a las actitudes, costumbres y formas de pensar comunes en la sociedad.
Es asombroso como Pablo describió la conducta humana de los tiempos postreros: Pues la gente solo tendrá amor por sí misma y por su dinero. Serán fanfarrones y orgullosos, se burlarán de Dios, serán desobedientes a sus padres y malagradecidos. No considerarán nada sagrado. No amarán ni perdonarán; calumniarán a otros y no tendrán control propio. Serán crueles y odiarán todo lo bueno. Traicionarán a sus amigos, serán imprudentes, se llenarán de soberbia y amarán el placer en lugar de amar a Dios. Actuarán como religiosos pero rechazarán el único poder capaz de hacerlos obedientes a Dios. ¡Aléjate de esa clase de individuos! (2 Timoteo 3:2-5 NTV).
Por lo tanto, ¿asombra que la humanidad hoy exhiba sin recato —tanto en lugares públicos como en las omnipresentes pantallas digitales—, cualquier proceder humano ignorando el valor de la intimidad, el pudor y la modestia? A mi entender, la apreciación acrecentada que ahora tenemos de la depravación humana se debe al avance tecnológico que hoy propicia la libre exposición de conductas que antes ocurrían en privado y a escondidas. Desde el principio Dios declaró que la malicia de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal (Génesis 6:5).
Cuando Pablo alertó a Timoteo ¡aléjate de esa clase de individuos! no le ordenaba apartarse totalmente de ellos, sino solo advirtiéndole: Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú se sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio (2 Timoteo 4: 2-5).
La misión cristiana no implica alejarnos de las personas corruptas, sino mostrarles el gran amor de Dios, dispuesto a perdonarles en Cristo y salvarles. Cuando los Fariseos preguntaron a los discípulos: ¿Por qué vuestro maestro come con publicanos y pecadores? (Mateo 9:11); era porque él se relacionaba con gente considerada despreciable. Entonces nuestro deber —sin sucumbir a costumbres que comprometan nuestro testimonio—, es lograr relaciones tan cordiales con los no creyentes que propicien poder mostrarles a todos el poder transformador del evangelio de Cristo.
Sin embargo, ¡cuán fácil es contagiarnos del espíritu carnal, vanidoso y prepotente que nos rodea, al cual la Biblia llama la vanagloria de la vida (1 Juan 2:16 RVR). Seguir a Jesús implica sencillez, humildad, misericordia y gracia al relacionarnos con incrédulos sin que nos amedrente cuán belicosos o pretenciosos puedan mostrarse. No recuerdo los detalles, pero hay una historia fabulosa sobre un evangelista que amenazado de muerte por un maleante, le respondió lleno del amor de Cristo:
—Sí, ¡puedes matarme y cortar mi cuerpo en mil pedazos! Pero te aseguro que cada uno de ellos te gritará que Dios te ama y quiere perdonarte.
Responder así parece casi imposible ahora cuando muchos asumen posturas cada vez más radicales y despreciativas, acusando a los creyentes de hipócritas, ignorantes o extremistas. ¿No será que quienes así actúan —cegados por la vanagloria de la vida—, incapaces de ver más allá de su propio entorno, juzgan de esa misma manera a los demás? A su vez, los cristianos no siempre vivimos a la altura de la fe que predicamos y mostramos actitudes que nos incapacitan para influir positivamente en las personas que nos rodean. ¡También existe un inaceptable y petulante orgullo cristiano, tan falso y presuntuoso que en vez de atraer a los no creyentes, los confunde y aleja del verdadero evangelio!
Jesús, sin embargo, enseñó que Dios bendice a los pobres en espíritu, a los que lloran, los humildes, los que anhelan justicia, los misericordiosos, los de corazón puro, los pacificadores y los que por seguirle, están dispuestos a sufrir y ser despreciados. Insistió que seríamos bienaventurados cuando por su causa fuésemos vituperados y perseguidos, recordándonos que debemos ser luz del mundo y sal de la tierra. Algo que para lograrlo, jamás podemos permitir que la vanagloria de la vida nos afecte.
Sé que la ancianidad puede deformar mis percepciones, pero recuerdo himnos hoy desechados que antes cantábamos muchísimo: Uno decía: Sed puros y santos, mirad al Señor, permaneced fieles siempre en orar. Leed la palabra del buen Salvador. Socorred al débil, mostradle amor. Otro, que tenía la virtud de emocionarme al máximo, expresaba: Más santidad dame, más odio al mal, más calma en las penas, más alto ideal, más fe en mi maestro, más consagración, más celo en servirle, más grata oración. Más pureza dame, más fuerza en Jesús, más de su dominio, más paz en la cruz. Más rica esperanza, más obras aquí, más ansia del cielo, más gozo allí. ¿Entiendes? Este último expresa un deseo ardiente por importantísimos valores espirituales. Todo en ambos himnos —incluso las características y el espíritu de sus melodías—, exaltaban la espiritualidad sobre la vanagloria de la vida. Había otro que al cantarlo declarábamos nuestra decisión de negarnos a adquirir actitudes mundanas: Dejo el mundo y sigo a Cristo, porque el mundo pasará, más su amor, su amor bendito, por los siglos durará. ¡Oh, qué gran misericordia! ¡Oh, de amor sublime don! ¡Plenitud de vida eterna! ¡Prenda viva de perdón! Mi dolor no es tanto porque los cristianos actuales ignoren o rechacen esos himnos, es temor a que hoy no se valoren sus enseñanzas, que sin duda con base bíblica, apelaban musical y emocionalmente a los creyentes a una mayor consagración, dependencia del Señor y una vida de santidad y pureza espiritual.
No lo dudes, la vanagloria de la vida nos rodea y acecha constantemente y es fácil sucumbir a ella. Para evitarlo, recordemos que Jesús aclaró muy bien lo que involucraba seguirle a él: Si alguno quiere seguir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí la hallará (Lucas 9:23-24). ¿Comprendes? ¡Una genuina experiencia cristiana rechaza completamente la vanagloria de la vida!
Excelente mensagem Pr Alberto, muito edificante, Dios lê bendiga grandemente.
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