
JESÚS Y LA SOLEDAD
Tan pronto como Jesús comenzó su ministerio, se vio rodeado constantemente de multitudes. Al mudarse de Nazaret a Capernaún y comenzar a enseñar en la sinagoga, «todos se admiraban de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas (Marcos 1:22)». Para nosotros, tras dos mil años de historia cristiana es fácil de entender: ¡Él era el Hijo de Dios, el Salvador del mundo! Pero sus conocidos recelaron al ver a un coterráneo obrando milagros y compartiendo enseñanzas muy peculiares. No obstante, era lógico que él atrajera a muchedumbres necesitadas y «muy pronto se difundió su fama por toda la provincia alrededor de Galilea (Marcos 1:28)».
Ahora bien, ¿era fama lo que Cristo buscaba? Jesús sanaba a las personas para devolverles su bienestar, no para que otros vieran lo que hacía a fin de aumentar su popularidad. ¿Te parece innecesaria esta última explicación? Con respecto a Jesús, está de más. Con respecto a nosotros, no. Vivimos una época en que la imagen y la popularidad tienen un valor tan absoluto que es fácil sucumbir a la presión imperante. ¿Será por ello que algunos seguidores de Cristo se asemejan más a una impulsiva y petulante farándula que a la humilde manada pequeña a la cual el Padre ha prometido el reino?
Los siervos de Cristo no somos modelos de pasarela buscando impresionar a quienes nos observan en busca del aplauso ajeno. Nuestra única misión es servir con humildad y entrega al Salvador que amamos con todo nuestro ser, nada más. Por lo tanto, cuando nuestro ministerio prospere y sea conocido por todos seamos cuidadosos de cuánto y cómo hablamos de nuestros logros y comportémonos con la humilde dignidad que caracterizó a Jesús.
¿Anhelamos ser elogiados constantemente o que las personas reconozcan el poder y la gloria del Dios que hace maravillas con sus siervos inútiles? Me impresiona que en repetidas ocasiones, después de realizar un milagro Jesús pidiera que no se dijese nada a nadie. Puedes comprobarlo en los siguientes pasajes: Mateo 8:4; 9:30; 12:16; 17:9; Marcos 1:34; 5:43; 7:36; 8:26. Muchos de nosotros, en cambio, luchamos porque todos conozcan en detalle lo que hacemos… ¡y nos sentimos defraudados e injustamente ignorados si nuestros logros pasan desapercibidos!
Jesús tenía razones para pedir prudencia a quienes sanaba. ¿Acaso algunos no quisieron «apoderarse de él hacerle rey» (Juan 6:15)? Como la naturaleza de su misión redentora respondía a un plan divino específico, su fama podría precipitar reacciones o acontecimientos impropios. ¿Comprendes ahora? Tú y yo debiéramos ser prudentes para que otros no juzguen erróneamente las intenciones de nuestro servicio cristiano ─algo que ocurre con frecuencia─, porque puede dañar nuestro testimonio delante de quienes queremos ganar para Cristo. Además, bajo ningún concepto podemos perseguir nuestro encumbramiento personal. Vivimos para exaltar la persona de Jesús y su obra redentora. Sería estupendo que recordásemos las palabras de Juan el Bautista: «A él conviene crecer, más a mi menguar» (Juan 3:30).
¿Cómo resolvía Jesús la tensión resultante de ser una figura pública buscada por todos, y a la vez, no perder la naturaleza redentora de su misión? La Biblia nos advierte que «su fama se extendía más y más; y se reunía mucha gente para oírle, y para que les sanara de sus enfermedades. Más él se apartaba a lugares desiertos y oraba» (Lucas 5:15-16).
Si deseas servir a Cristo y bendecir a muchos, necesitarás aprender que la legitimidad y el prestigio de cualquier ministerio cristiano dependerá de que encuentres un balance equitativo entre las muchas actividades públicas y tu privacidad; entre el actuar a favor de la gente y el cuidado de tu devoción personal; entre tu conocimiento de la Palabra y su aplicación diaria a tu propia vida; entre la complejidad alucinante de una vida pública y el cuidado ineludible de tu vida privada y obediencia a Dios. Jesús, el ser más amoroso y sociable que ha existido, precisó de soledad y quietud, por lo cual se aislaba con frecuencia. Aunque poseía poderes extraordinarios, necesitaba intimidad, privacidad y recogimiento. ¿Podremos hacer como él? Mientras más exitoso y público sea tu desempeño, más necesidad tendrás de privacidad y soledad para encontrarte con Dios y… contigo mismo para mantener la cordura y no se te vayan los humos a la cabeza, algo tan común en la actualidad. Aislarnos de la multitud con frecuencia ─tal como hacía Jesús─, salvaguarda la dignidad y la eficacia de nuestros ministerios.
Tengamos en cuenta que ahora no es solo el contacto personal físico lo que nos convierte en personas públicas con relaciones que reclaman nuestro tiempo. ¿Y qué de las redes sociales? Ni pensar en renunciar a ellas porque usadas con sabiduría y cordura, son una bendición increíble. Ellas amplían el horizonte como nuestros antepasados jamás imaginaron y pueden mantener actualizadas las relaciones con personas que amamos. Sin embargo, ¡urge que aprendamos a controlarlas! Su uso excesivo esclaviza y… corrompe. ¿Piensas que exagero? O dominamos las redes sociales con claras muestras de decencia, prudencia y valores cristianos, o ellas nos infectarán con sus características virales ─altamente contagiosas─ de la frivolidad, el desatino, la falsedad y relatividad ética que caracterizan al pensamiento contemporáneo.
¿Cuánto tiempo de nuestra vida controlan? ¿Qué fotos publicamos y con cuáles propósitos? ¿Qué sentido tiene publicar demasiadas fotos solitarias de mi persona constantemente? ¿Resalta lo que allí compartimos los valores de la fe que profesamos o nuestros intereses, debilidades, frustraciones y excentricidades? ¿Exalta a Cristo todo lo que comento o dedico un tiempo precioso a observar, mientras algunos deberes ineludibles quedan abandonados? La magnitud actual de las redes sociales y su control e influencia sobre nuestras vidas es preocupante. Y repito: Ni pensar en renunciar a ellas, solo que debemos usarlas con cordura y propósito, a fin de dar gloria a Dios y resaltar la belleza, el poder y la seguridad que ofrece la vida cuando él es nuestro Rey y Señor. Usándolas con sabiduría, corrección y bajo la dirección de Dios, nuestra presencia en las redes sociales puede bendecir a muchos.
De todas formas, urge que de vez en cuando hagamos como Jesús y escapemos de la multitud, tanto real como virtual, que cada día tiende a controlarnos e influenciarnos más. Cuando Dios ve que nos apartamos de todo para renovar fuerzas, buscarle y aprender de él, o para atender nuestros deberes familiares con frecuencia abandonados, como conoce el beneficio que recibiremos, casi que podemos oírle comentar desde los cielos:
─¡Me encanta, hijos míos, me encanta!
Permitamos que Dios también haga un “me gusta” sobre nuestras vidas. Enfrentemos con sabiduría y prudencia la influencia perniciosa de la popularidad banal y frívola que entretiene y corrompe a muchos en las redes sociales. Ocupémonos de lo esencial, buscando siempre la dirección de Dios.
Así seremos mejores, y más semejantes a Jesús.
Alberto I. González Muñoz