
LA COMPASIÓN DE JESÚS
Los evangelios cuentan que Jesús lloró ante la tumba de Lázaro, al ver a Jerusalén el día de su entrada triunfal, y sabemos que su angustia en el Getsemaní le hizo sudar grandes gotas de sangre (Lucas 22:44). La epístola a los Hebreos recalca que Cristo, en los días de su carne, ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas (5:7). Aunque Los comentaristas insisten que se refiere a la experiencia del Getsemaní… ¿Y las tantas veces que él buscó lugares solitarios para orar a solas, alguien presenció y escuchó esas oraciones? Solo el Padre. Como estaba profetizado que él sería un varón de dolores, experimentado en quebranto (Isaías 53:3-4), puede haber llorado otras veces. ¿Alcanzaremos a comprender cuánto significó para el Hijo de Dios habitar un cuerpo humano? Sus sufrimientos terrenales, no obstante, no afectaron en lo absoluto su espíritu compasivo.
Jesús, Dios encarnado, conocedor eterno de todas las respuestas y consciente de su poder divino, podría haber llegado jubiloso a la tumba de Lázaro ordenando a familiares y amigos que no lloraran más, ¡iba a resucitarlo! Más se unió primero al llanto de todos, mostrando una sensibilidad soberana con quienes habían perdido a alguien que —también para él—, era un amigo especial. Jesús, lleno de amor y compasión no permanece impasible ante el dolor humano.
Durante su entrada triunfal a Jerusalén, ¿lloró de emoción por ser aclamado rey que viene en el nombre del Señor (Lucas 19:38)? No, lloró compungido por la maldad de sus habitantes y la destrucción de la ciudad años más tarde: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este día, lo que es para tu paz! Más ahora está encubierto de tus ojos (Lucas 19:42). Aunque cinco días después otra multitud gritara: ¡crucifícale, crucifícale!, tampoco lloró al entrar a Jerusalén porque allí enfrentaría su muerte; sino por quienes al rechazarle se condenaban a sí mismos. Su sacrificio redentor angustiaría su alma, pero él vencería la muerte y la corrupción de la carne. Sin embargo, los habitantes de Jerusalén seguirían aferrados a sus pecados y solo alcanzarían perdón los que creyesen en él. ¿Comprendes? La tristeza y compasión de Jesús, demuestran bondad, empatía, pesar por las terribles consecuencias del pecado y la incredulidad. Como vino a traer vida, y vida en abundancia (Juan 10:10); sufría indeciblemente por la miseria y la iniquidad humanas. Desde el principio de su ministerio, al ver las multitudes tuvo compasión de ellas porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor (Mateo 9:36).
Jesús fue compasivo hasta con Judas, cuando acompañado de una turba infame y armada con espadas y palos, le entregó con un beso. Prefirió rechazar de cuajo la intención de los suyos: ¿heriremos a espada? (Lucas 22:49) y la violenta respuesta de Pedro al herir al siervo del Sumo Sacerdote, asegurándose de que dejaran libres a sus discípulos: pues si me buscáis a mí, dejad ir a éstos (Juan 18:8). Horas después, fue compasivo con el mismo Pedro, a pesar de que él pudo observarlo en el patio de la casa del Sumo Sacerdote, mientras afirmaba tres veces que no le conocía. ¿Puedes imaginar su mirada? Pedro, saliendo afuera, lloró amargamente (Lucas 22:62). Cuando Jesús, ya resucitado le encontró de nuevo, solo le preguntó ¡también tres veces!: Simón, hijo de Jonás, ¿Me amas..? ¿Me amas… ¿Me amas? (Juan 21:15-17); dándole la oportunidad de borrar con tres afirmaciones amorosas sus cobardes y públicas negaciones anteriores. ¡Qué historia! Jesús continuaba amándole a pesar de su cobardía y le encargó siguiera sirviéndole, afirmando a sus ovejas. ¿Qué hubiéramos hecho tú y yo en una situación similar? Sí, Jesús enfrentó momentos dolorosísimos durante su vida terrenal, pero su tristeza nunca fue amarga, resentida ni despreciativa. Su dolor no impedía la esperanza redentora de que los seres humanos pudieran arrepentirse, ser redimidos y transformados.
Ahora bien, ¿podemos entristecernos los cristianos cuando los problemas y las frustraciones nos acosen por todas partes? ¿Será —como dicen algunos—, que debemos estar rebosantes de gozo siempre, sin importar qué ocurra? Creo que cuando la Biblia nos dice estad siempre gozosos (1 Tes. 5:16), de ningún modo impide que podamos entristecernos como el Señor ante situaciones dolorosas que nos sorprendan. Es más, hay ocasiones en que no entristecernos sería una reacción impía. Ser cristiano no significa estar inmunizado contra el sufrimiento humano, ya sea nuestro o ajeno. ¡Y líbrenos Dios de sufrir solamente las aflicciones propias! Debiéramos mostrar la misma sensibilidad y compasión de Jesús, incluso, hasta con aquellos que padecen a causa de su propia impiedad. Al fin y al cabo, aunque la tristeza nos domine ocasionalmente, Jesús será siempre la fuente de nuestro gozo. No obstante, creo que hay situaciones en la que es inevitable, justo y piadoso experimentar tristeza.
Me avergüenza confesar que a veces, al ver sufrir a alguien debido a conductas pecaminosas, con dureza y falta de compasión me he atrevido a exclamar: ¡Bien que lo merece! ¿Lo has hecho tú? Tendemos entonces a experimentar cierta satisfacción porque la persona sufre lo merecido, y mucho más si le aconsejamos o advertimos antes lo que sucedería. Jesús obraba de otro modo; las personas podrían ser culpables, pero él se conmovía al verles sufriendo. Revisa los evangelios y verás cuantas veces mostró simpatía y comprensión hacia personas que en realidad, no la merecían. Era compasivo y muy sensible al sufrimiento humano.
¿Por qué nos será tan difícil a sus actuales seguidores mostrar la misma compasión que él brindó a los pecadores de su época? Aunque nos preciamos de odiar el pecado, pero amar al pecador, me parece que tal expresión peca de presunción. Dicha así, de forma tajante y absoluta —en mi opinión—, huele a fariseísmo. Pienso así porque cansados ya de la corrupción, las injusticias y el impúdico desatino que nos rodean, oigo a muchos cristianos anhelar que el juicio divino acabe de llegar de una vez por todas. ¿Muestra tal actitud el amor que decimos tener hacia los pecadores? ¿Ignoramos que cuando así hacemos nos alejamos del sentir de Cristo? Sería bueno recordar que sus palabras más condenatorias no fueron dichas contra comunes pecadores: las expresó sobre los religiosos más radicales, fanáticos e intransigentes de su época. Lo sabías, ¿verdad? Tras leer este artículo, ¿te animarías a buscar Mateo 23:13-35? Jesús tildó de hipócritas y llamó generación de víboras a quienes pretendiendo ser seguidores y maestros de la ley divina, no obraban en consonancia con lo que creían y enseñaban. Entonces, si nosotros tampoco cumplimos con todo lo que él pide y espera de quienes le siguen… ¿no pudiéramos ser también culpables de lo mismo?
La sociedad que nos rodea, corrupta hasta la médula, es cada vez más egocéntrica, violenta y desenfrenada. ¿Alguien lo duda? Más no creo que debamos airarnos y elevar un clamor justiciero por su rápida y definitiva condenación. Conscientes del juicio que les espera, haríamos mejor doliéndonos por su dureza y corazón no arrepentido. Con angustia y compasión debiéramos clamar por misericordia, tanto para ellos como para con nosotros. Así, orando para que se arrepientan, sean perdonados y transformados antes de que sea tarde, actuaríamos conforme al espíritu de Cristo. Y si padeciésemos injustamente, ¿no mandó Jesús a orar por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos… (Mateo 5:44)? Debiéramos ser más compasivos y más consecuentes con la sublime experiencia de haber sido alcanzados por la gracia de Dios.
Y por favor, al escribir esta meditación no pienses que te estoy juzgando a ti si piensas diferente, y menos que estoy vanagloriándome de ser como en realidad no soy. La escribo, puedo asegurarlo, mirando al fondo de mi corazón. ¿Sabes por qué? Son tan comunes el odio, el rencor, la venganza, la violencia y la soberbia en este mundo, que a veces es imperceptible el momento cuando comenzamos a dejar de ser humildes, compasivos y misericordiosos, tal como Dios espera de nosotros.
¡Si fuésemos capaces de sentir y actuar siempre como Jesús hizo, nuestro testimonio cristiano sería más poderoso! De eso sí estoy seguro.
Alberto I. González Muñoz