
Le conocí en 1966 en un campamento UMAP en “Las Marías” donde estábamos siete alumnos del Seminario Bautista de La Habana. Paradójicamente, expulsado de la universidad en 1965 y truncados sus anhelos de ser médico debido a su fe, fue designado como sanitario a cargo del local de la enfermería para cuidar la salud de los allí confinados.

Líder nato como era, enseguida se convirtió en el mentor de nuestro grupo. No lo logró por ser un poco mayor que nosotros ni por su audacia intelectual, la cual fascinaba a todos. Nos cautivó más todavía su espiritualidad profunda y eminentemente bíblica; a veces atrevida, sí, un poco pragmática e irreverente. No obstante, tales características suyas nos ayudaron mucho a conservar nuestra fe en aquel lugar horrendo.
Con él aprendí a jugar ajedrez y leí por primera vez a Don Miguel de Unamuno. En dicho campamento estuvimos juntos apenas un año, en el cual desarrollamos una amistad profunda. Allí ambos planeamos casarnos con nuestras respectivas novias en la misma fecha cuando nos dieran el primer pase. Él y María lo harían en San Luis (antigua provincia de Oriente) y nosotros en Ciego de Ávila, antigua Camagüey. Viajaríamos de luna de miel a La Habana y coincidiríamos al otro día en el Hotel Riviera. Tales sueños nos permitieron sobrevivir durante la larga y terrible zafra de 1966, cuando los reclutas UMAP trabajábamos desde el amanecer hasta la media noche.
Cuando llegó la fecha del pase, en el cual el grupo de bautistas esperábamos salir juntos, el jefe de la unidad canceló el mío la tarde anterior, aunque sabía de la boda programada. No averiguó cuán cierta o no era la acusación que un recluta me hizo. Me humilló frente a toda la tropa y destruyó la ilusión de casarme tres días después. Algunos reclutas ─Rubén el primero de ellos─, intentaron defenderme, pero no se les permitió. Más tarde, cuando cerca de la media noche daba vueltas angustiosas en mi litera sin poder dormir, él se acercó y me dijo:
─Duerme tranquilo, todos los oficiales dicen que es injusto. Ten fe. Verás que mañana se arregla.
Me dormí, pero no se arregló. Imposible olvidar el abrazo silencioso de Rubén y la angustia de su mirada cuando nos despedimos al amanecer. Le rogué que llamara a Miriam y le informara lo sucedido. Y viví la mañana más horrenda de mi vida trabajando en el campo después que mis compañeros salieron de pase. ¿Cómo era posible que una acusación infame impidiera sueños tan largamente acariciados?
Pero Dios… ¡es Dios! Y ocurrió el milagro. No por bondad de los jefes sino por sucesos imprevistos, sorprendí a Miriam llegando a su casa justo después de que ella recibiera la llamada de Rubén. ¡Apenas podía creerlo! Nos casamos en la fecha fijada y al día siguiente, ya instalados en el Hotel Riviera, llamé al cuarto de Rubén y María. Minutos más tarde estábamos juntos tal como planeamos, muy felices y riéndonos de los trabajos y aflicciones que sufríamos en Camagüey. Sabíamos que pese a todo, los planes de Dios nunca pueden ser estorbados.
Después de las UMAP, ellos emigraron a España y nosotros quedamos en Cuba. Allá él se hizo médico y marcharon luego hacia Estados Unidos. Nuestros encuentros posteriores fueron pocos, breves e impredecibles, más la distancia física jamás borró la cercanía afectiva que nos permitió forjar sueños e ilusiones comunes, vencer frustraciones, injusticias y desesperanzas. Entre los incontables valores que iluminaron la vida del Dr. Deulofeu, brilló el de ser un fiel amigo, abierto, franco, generoso, leal y disponible. Envejecimos encontrándonos esporádicamente con varios años de por medio, pero su abrazo, como aquel del día nefasto en Las Marías, no necesitaba palabras para demostrar sus sentimientos. Seguro estoy de que muchos concuerdan conmigo: ¡él sabía ser amigo!
Del mismo modo que un himno antiguo proclama que no hay amigo como Cristo; los que tuvimos el privilegio de ser amigos del Dr. Deulofeu, también podemos decir igual: no hubo amigo como él. La amistad con Rubén nos ayudó a ser mejores.
A un año ya de su partida el 13 de abril del 2020, continúo agradeciendo a Dios la fructífera vida de mi inolvidable amigo y amado hermano en Cristo. Como muchos de nuestra generación ya están marchando uno tras otro a la casa del Padre, ¡cuán bueno es saber que un amigo como él también nos espera tras las puertas eternas!
Éste testimonio está en su libro Dios no entra a mi oficina lindo y con mucha enseñanza cuando hay una amistad verdadera no importa el tiempo. Díos le bendiga y siga dando vida a sus servicios 🙌🙌🙌
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Así mismo es.
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