
Por el Rev: Rodolfo Rodríguez Matos, Presidente de la Iglesia Evangélica Misionera
En momentos que los enemigos de la fe se levantan con fuerza contra la iglesia, debemos afianzar bien en qué Dios hemos creído. No es un dios hecho por manos de hombres; no es un dios atado o disminuido; no es un dios distante e inerte; no es un dios distraído u ocupado en otras cosas que le imposibilitan darse cuenta de lo que sucede; tampoco es un dios con rivales de su categoría que le puedan hacer fuerza.
Cuando Isaías tuvo la visión de Dios, lo vio sentado en el trono, rigiendo como rey, y lo identificó como Jehová de los ejércitos (Isaías 6:1,5), cuya gloria llena toda la tierra (v.3); adorado y proclamado por ángeles del cielo a su servicio (v.2-3, 6-7). Luego, en el capítulo 40, el profeta nos deja ver a Dios en el despliegue de sus atributos y poder; he aquí algunas declaraciones:
“¿Quién midió las aguas con el hueco de su mano y los cielos con su palmo, con tres dedos juntó el polvo de la tierra y pesó los montes con balanza y con pesas los collados? (…) he aquí las naciones le son como una gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo (…) como nada son las naciones delante de él; y en su comparación serán estimadas menos que nada, y que lo que no es (…) Él convierte en nada a los poderosos, y a los gobernantes de la tierra hace como cosa vana. Como si nunca hubieran sido plantados, como si nunca su tronco hubieran tenido raíz (…) Él está sentado sobre el círculo de la tierra, cuyos moradores son como langostas delante de él; el extiende los cielos como una cortina, los despliega como una tienda para morar. Él convierte en nada a los poderosos, y a los que gobiernan la tierra como cosa vana. Como si nunca hubieran sido plantados, como si nunca hubieran sido sembrados, como si nunca su tronco hubiera tenido raíz en la tierra; tan pronto como sopla en ellos se secan, y el torbellino los lleva como hojarazca…” (Isaías 40:12,15,17,22-24).
El libro de los Salmos despliega la grandeza de Dios en bellas poesías y cánticos, y por medio de ellos tenemos una revelación del Dios en el cual hemos creído. En el Salmo 136 encontramos una de las más completas exposiciones de la misericordia y el poder de Dios: Alabad a Jehová porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia. Alabad al Dios de los dioses, porque para siempre es su misericordia. Alabad al Seor de los señores, porque para siempre es su misericordia los señores (Salmo 136:1-3).
Otro salmo declara: Porque yo sé que Jehová es grande, y el Señor nuestro, mayor que todos los dioses. Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos (Salmo 135:5-6). Y al hablar la Biblia de la falsedad e inutilidad de los dioses de los pueblos declara: Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho (Salmo 115:3).
El Salmo 2 presenta a los pueblos, los reyes y los príncipes de las naciones maquinando contra el reino de Dios y su ungido, decididos a acabar con él. Pero el salmista ve el fin vergonzoso que les espera, y dice: El que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos. Luego hablará de ellos en su furor, y los turbará con su ira (Salmo 2:4-5). Y los salmos 93:1; 96:10; 97:1; 99:1 declaran que: Jehová reina.
Pablo escribe sobre Jesucristo: Dios le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor; para gloria de Dios Padre (Filipenses 2:9-11).
El libro de Apocalipsis presenta la victoria de Dios y de su reino, en medio de un mundo de calamidades. La visión que Juan tuvo en su destierro no fue del triunfo del mal, sino del triunfo del Eterno, quien siempre aparece sentado en el trono, y no corriendo sofocado, tratando de resolver contingencias y remendar portillos (4:2,9,10; 5:1,13; 7:9-11,15; 19:4; 20:11; 21:5). Así leemos: Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir; el Todopoderoso (Apocalipsis 1:8).
Si hemos creído en este Dios soberano y todopoderoso, ¿por qué vivir con desesperación? Dios domina sobre todos y tiene el control de todo. Él guarda y sostiene a los suyos y los defiende de los enemigos; en sus manos estamos sus hijos. Quien intente arrebatarnos, tendrá que pelear con él, y sin éxito: Mis ovejas oyen mi voz, y yo les conozco y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre (Juan 10:27-29). Eso debe llevarnos a la confianza y la paz interior, en vez de correr a la desesperada, como acorralados por un enemigo indetenible. Pablo dijo: Yo sé en quién he creído, y es poderoso para guardarme hasta el día final (2 Timoteo 1:12).
¡Cuidado hermanos! No sea que al ver que el mal crece y los malos parecen tener el control, de manera inconsciente nos estemos haciendo una imagen falsa de nuestro Dios, como si el diablo le ganara ventaja o el mal le sobrepasara. Dios es el Señor, y como he dicho otras veces, el punto final de cada capítulo de la historia lo pone él con su propio dedo; pregúntenle a Belsasar (Daniel 5).
Cristianos, en tiempos complejos como los que vivimos, renovemos nuestra visión de Dios. Alcemos nuestros ojos al cielo y allí le veremos, sentado en su trono, rigiendo como Soberano; oigámoslo decirnos: Estad quietos y conoced que yo soy Dios (Salmo 46:10).
¡Que él nos bendiga!
