La ley de la siembra y la cosecha

“No os engañéis, Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare eso también segará. Porque el que siembre para la carne, de la carne segará corrupción; más el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a la familia de la fe (Gálatas 6:7-8)”

En el pasaje anterior hay una declaración bíblica irrebatible: todo lo que el hombre sembrare eso también segará. Aunque a veces disfrutemos de lo que sembraron otros y en ocasiones sembremos sin poder recoger nada; solo recogeremos lo mismo que sembramos, porque el que siembra para la carne, de la carne segará corrupción, más el que siembra para el espíritu, del espíritu segará vida eterna (6:7-8). De modo que cuando Pablo habla de la ley de la siembra y la cosecha no se refiere solo a la producción agrícola sino a una norma irrefutable para toda la vida humana.   

¿Has leído en Deuteronomio 27:15-26 las maldiciones de Moisés sobre determinadas conductas? Pareciera que Dios se goza castigando con crueldad a los transgresores: Jehová enviará contra ti la maldición, quebranto y asombro (v.20); traerá contra ti mortandad (v.21); te herirá de tisis, fiebre, inflamación y de ardor (v.22); te entregará derrotado a tus enemigos (v.24); tus cadáveres servirán de comida a toda ave del cielo y fiera de la tierra y no habrá quien las espante (v.26); te herirá con la úlcera de Egipto, con tumores, con sarna (v.27); con locura, ceguera y turbación de Espíritu; y palparás a mediodía como palpa el ciego en la oscuridad (vs. 28-29). Si no conociéramos las costumbres de los tiempos bíblicos diríamos que eran maldiciones crueles. ¿Es ese el Dios de amor de la Biblia? ¿Cómo Moisés pudo hablar así al pueblo antes de pasar a poseer la tierra a la cual Dios mismo les había guiado para poseerla?

Tales maldiciones eran una costumbre común en la cultura semítica. Al formalizar algún pacto o tratado las maldiciones advertían de cuán catastrófico sería no cumplir con lo acordado. Para nosotros maldecir es desear y declarar que alguien sufrirá males específicos, más para los semitas solo constituían advertencias dramáticas para que todos se ocuparan de cumplir sus pactos. No significaba que quien expresara las maldiciones deseaba que ocurrieran sino todo lo contrario; querían que cumpliendo los acuerdos hechos la vida de todos fuera lo mejor posible. Por eso todo el pueblo decía amén después de escucharlas, expresando así que estaban dispuestos a obedecer lo pactado.

Es en ese sentido que Moisés pronuncia las maldiciones antes de que el pueblo pasara a poseer la tierra advirtiéndoles así de lo conveniente que era que siempre obedecieran a Dios. Por eso es importante conocer que los libros de la Biblia fueron escritos siguiendo los patrones culturales vigentes en las épocas en que se escribieron. De no hacerlo así no podrían ser entendidos por quienes los leyeran u oyeran su lectura en su momento. Si al interpretar pasajes bíblicos en el Siglo XXI desconocemos la cultura de la época en que ocurrieron los hechos, cometeríamos errores similares a los de muchos incrédulos que ignorando la historia y el proceso de su escritura califican a la Biblia como un libro arcaico y obsoleto que nada tiene que enseñar al hombre y la mujer contemporáneos.

Hay varias ciencias bíblicas ─imposible llamarles de otra forma─ que a través de los siglos han logrado la conservación, estudio, traducción y difusión de la Biblia. Aunque algunos científicos lo ignoren, existen disciplinas muy rigurosas como la hermenéutica, la teología, la arqueología, la geografía bíblica, la lingüística, la antropología, la filología clásica y la hebrea, la historia y otras más que han ayudado a clarificar, valorar, entender, interpretar y conservar nuestro libro sagrado. Es inaudito que algunos intenten demeritar las verdades bíblicas mediante acusaciones que al expresarlas solo demuestran una total ignorancia sobre el amado libro. Jamás olvidaré al seguidor y profesor de ateísmo científico, instructor político del campamento UMAP donde me recluyeron en 1965, quien muy arrogantemente me dijo:

  ─A ustedes todos los tienen engañados. Me sé la Biblia completa de memoria y te diré la verdad de una vez por todas: ¡la escribió un señor feudal para engañar a sus súbditos!

Era obvio que este orgulloso ateísta científico jamás tuvo una Biblia en sus manos y aunque desconocía totalmente cómo había sido escrita, se atrevió a decir un disparate tal a un estudiante de tercer año de un Seminario Teológico. Otras aseveraciones como que la Biblia solo contiene leyendas y tradiciones patriarcales desconocen la profundidad de las investigaciones lingüísticas, hermenéuticas, históricas y arqueológicas que avalan la veracidad y el valor de las Sagradas Escrituras. Aunque nuestras convicciones se basan y sostienen por fe, las enseñanzas bíblicas están afirmadas por un estudios críticos, exhaustivos y profundos de la Biblia realizados por eruditos a través de los siglos. Todo lo cual nos permite con la ayuda del Espíritu Santo, interpretar sus antiguas enseñanzas y aplicarlas para nuestras necesidades actuales.

Hoy es imposible maldecir como Moisés retando a los suyos a la obediencia aunque me temo que a algunos de nosotros nos encantaría hacerlo. Apenas aparecen maldiciones en el Nuevo Testamento pues en labios de Jesús se convierten en lamentos por lo que sufrirán los malvados. Él repite varias veces la expresión: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos…! en Mateo 23:13-33. También se lamenta por la ciudad de Jerusalén: ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina junta sus polluelos debajo de sus alas y no quisiste! (Mat 23: 37). Y por Judas: ¡Ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado, más le vendría a aquel hombre no haber nacido! (Mat 26:24). Por último, no maldice a quienes le crucificaron, sino ora por ellos: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lucas 23:34). Un buen ejercicio espiritual ─si estás tentado a proferir maldiciones─, sería leer primero los capítulos 27 y 28 de Deuteronomio y después los ayes de Jesús en Mateo (23:13-33) y captarías la profunda diferencia entre ambos pasajes. Proferir crueles maldiciones hoy en día no es lo mismo que lamentarse por las consecuencias inevitables del pecado y la maldad en otros.

Las maldiciones de Moisés son diferentes a las palabras de Pablo aunque este mencione la ira de Dios al escribir el texto bíblico más explícito sobre la pecaminosidad humana: Porque la ira de Dios se rebela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad… (Romanos 1:18 y siguientes). Moisés hablaba desde la inexorable rigurosidad de la Ley y el apóstol siempre lo hizo consciente de la inmensidad de la Gracia: Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro (Rom 6:23).

¿Qué piensas de las siguientes palabras de Jesús? Oísteis que fue dicho: Pero yo os digo, amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y os persiguen para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos (Mat 5: 43-45). ¿Entenderemos alguna vez el corazón de Dios?

Quienes hemos sido perdonados por gracia no tenemos otra opción que mostrarla hacia los demás aunque nos sea difícil. Pablo también escribió: Bendecid a los que os persiguen, bendecid y no maldigáis (Rom 12:13). Es significativo que en sus escritos no haya una sola maldición hacia los emperadores romanos de su época aunque todos dieron sobradas razones para ello. ¿Por qué se cuidaría de hacerlo? Sería indigno pretender que lo hizo debido a su ciudadanía romana, la cual le permitió apelar al César cuando lo acusaron los judíos, porque sería dudar de su total entrega y obediencia a Dios y su comprensión del evangelio de amor y perdón que predicaba. ¿A quiénes se refería cuando escribió a Timoteo que debía orar por todos los hombres, por los reyes y todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad (1 Timoteo 2:1-2)?   

Los cristianos enfrentamos ahora tiempos muy difíciles pues nuestras convicciones están siendo atacadas como nunca por diferentes formas de pensar elaboradas por proyectos globales con poder político y mediático para promocionarlas y establecerlas. ¿Tendrá que ver todo esto con la ley de la siembra y la cosecha? A mi entender, fue descrito por Pablo hace dos mil años: porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír; se amonestarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas (2 Timoteo 4:3-4). ¡No podría el anciano apóstol haberlo escrito más claro! 

La Biblia enseña que los seres humanos nacemos dotados de un sexo específico. Hoy sabemos también que tal diseño sexuado lo determina nuestra constitución genética; la cual permite que hombres y mujeres igualmente valiosos, pero con características sexuales diferentes, hayamos sido creados a semejanza de Dios para señorear en común la creación, tener hijos, crear familias y llenar la tierra.

No obstante, una parte de la ciencia contemporánea ─negándose a aceptar las opiniones de otros científicos y el poder corruptor del pecado en la conducta humana─, ha construido nada menos que 112 géneros distintos hasta hoy. Por eso no te asustes si escuchas que el género es una construcción social. ¿Cómo no va a serlo? Comenzó por dos y ya tenemos la increíble suma antes mencionada. Por ello se realizan en el mundo costosas cirugías que son antecedidas y seguidas por persistentes terapias hormonales a fin de que cada cual disfrute a plenitud del género que libremente se auto perciba. Todo ello con independencia de la constitución genética (ADN), la cual define el sexo como una peculiaridad irreductible. Sin embargo, el mismo razonamiento científico que propicia cambiar el sexo biológico por un género auto percibido, considera lesivo a la dignidad y los derechos humanos ayudar a quienes manifiesten confusión entre su sexo y su género para recibir terapia a fin de lograr que ambos coincidan y todo funcione como Dios lo planeó. ¿No es contradictorio?

Lo peor es que la comunidad científica muestra oídos sordos a los problemas que tales conceptos crean a nombre de los derechos humanos. Aunque coincidimos en que es inaceptable cualquier discriminación o maltrato a personas con diversas conductas sexuales, resulta intrigante que los promotores del enfoque de género también cierren sus oídos a las historias ─que no son pocas─ de quienes han sufrido mucho por seguir tales corrientes, no tanto por la discriminación recibida sino por sus propias luchas y contradicciones internas. Tampoco están dispuestos a valorar las experiencias de múltiples ministerios e iglesias cristianas que ayudan a tales personas a reconstruir sus vidas mediante la fe en Cristo, del mismo modo que todo el que busca a Dios y se arrepiente hace, ya que los pecados que causan infelicidad y destruyen la vida de cualquiera no son solo los relativos a la sexualidad. Preocupa e indigna muchísimo también la insistencia de ayudar e influir en niños y niñas menores a decidir sobre su género y orientación sexual con independencia de su sexo biológico antes de tener la edad que les concede responsabilidad legal por sus decisiones.    

No obstante, creo firmemente que nuestro deber jamás será maldecir ni condenar a ninguna persona sino bendecir a todos predicándoles el evangelio de Cristo, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree (Romanos 1:16). Conscientes de la ley irrebatible de la siembra y la cosecha, y convencidos de que nada puede hacer un mayor bien a la humanidad que el bendito evangelio de Cristo sigamos adelante con fe y confianza, obedeciendo el consejo bíblico: No nos cansemos pues de hacer le bien, porque a su tiempo segaremos, si no hubiésemos desmayado. Así que según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos y mayormente a la familia de la fe (Gálatas 6: 9-10).

¿No creemos en la ley de la siembra y la cosecha? ¡Continuemos sembrando pues!

«Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplacará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia (2 Corintios 9:10)»

Himno: Sembraré la simiente preciosa.

-Si desea descargar el himno toque los tres puntos a la derecha del archivo de audio.

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