
Muchas personas se precian de ser no creyentes, aunque en realidad no puede decirse que sean completamente incrédulas. Ayer conversé casualmente con un vecino que justo al pasar frente a nuestra casa, después de bajarse de un transporte público, se dio cuenta que había sido robado. Como le vi anonadado me le acerqué para ayudarle y animarle. Cuando le mencioné a Dios enseguida me aclaró que tenía sus creencias y me mostró un pulso en su brazo como prueba de ello. Después que le expliqué que era pastor me dijo: todo eso es una mentira.
Entonces me señaló a una iglesia cercana e insistió:
—Los más grandes ladrones del barrio asisten a esa iglesia.
Al preguntarle si sus vidas habían cambiado después de conocer a Cristo, me contestó que eso no lo sabía ni le interesaba. Muchos dudan de la eficacia de la fe cristiana, pero no quieren escuchar a los verdaderos creyentes acerca de su experiencia, ni profundizar en todo lo que la fe en Cristo puede lograr en sus vidas…
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