
Por el Rev. Rodolfo Rodríguez Matos, Iglesia Evangélica Misionera, La Habana
¿Puede un cristiano sufrir los embates de la tristeza y la depresión emocional? ¿Acaso tal experiencia solo la padecen los no creyentes? ¿Implican tales sentimientos falta de fe o pérdida de confianza en Dios? Cuándo nos sentimos así, ¿será que Dios está lejos y su misericordia falta?
El Salmo 42, escrito por un líder espiritual que supo guiar a su pueblo hasta la casa de Dios en adoración y alabanza, nos revela los sentimientos de su autor: Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; de cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, entre voces de alegría y de alabanza de pueblo en fiesta (v.4).
Notemos que habla en pasado: me acuerdo…, yo fui… conduje; mostrándonos que su estado actual es muy diferente a aquellos tiempos. Es importante considerar este salmo con cuidado para no arribar a conclusiones precipitadas y simplistas a partir de análisis superficiales. ¿Cómo entender que un líder de tal calibre pueda entrar en un estado de desánimo y depresión? ¿Acaso los líderes espirituales no son humanos? Como tales, también podemos ser afectados emocionalmente por las situaciones difíciles.
La Biblia está llena de grandes hombres de fe que en determinadas circunstancias se vieron igual que el salmista… ¡y la historia reciente también! Quizás usted y yo ya lo hayamos experimentado. Quizás en este mismo instante, alguien que lee, está pasando por ese momento. Entonces, veamos la situación del salmista poniéndonos nosotros en su lugar, y así lo entenderemos mejor.
Cuatro declaraciones nos revelan su estado presente. Primero nos dice: Mi alma tiene sed de Dios…” (v.2), aclarándonos que es tan profunda su necesidad de él que se compara con un ciervo jadeante que, desesperado, brama mientras busca las aguas (v.1). Después nos testifica: fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche” (v. 3), describiendo la realidad de que solo atinaba a llorar, mientras los que le veían cada día le increpaban con una pregunta punzante: ¿Dónde está tu Dios? (vv.3,10). A su vez confiesa con toda sinceridad: Mi alma está abatida dentro de mí (v.6); y lo corrobora cuando dos veces se pregunta a sí mismo, como si dialogara con otro: ¿por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? (vv.5,11). También describe dramáticamente: Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí (v.7), lo cual nos revela que, en su turbación, llegó a ver a Dios como castigándole.
Es en ese momento tan difícil cuando el salmista recapacita y experimenta la misericordia de Dios: Pero de día mandará Jehová su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi vida” (v.8). Volver en sí, en su reflexión interna, le lleva a descansar en Dios como siempre ha creído. No se trata entonces de que hubiera perdido la fe, sino de que estaba cegado y desalentado por tantos problemas. Notemos que durante todo el Salmo menciona trece veces a Dios, pues sabe que en él está la solución que necesita. De la misma manera que con honestidad nos dejó conocer su depresión en medio del sufrimiento, también nos permite ver su confianza en la bondad divina: ¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía, y Dios mío” (vv.5,11).
Así cuando recapacita y se vuelve a Dios experimenta la resurrección de su ánimo perdido al enfrentar sus situaciones adversas. ¡Dios no es la causa de sus problemas, sino la solución de los mismos! Tal convicción le permite pasar de un estado de desaliento y desesperación a uno de confianza y reposo en la misericordia divina.
Otras dos declaraciones en el libro de los Salmos nos permiten apoyar esta enseñanza: Desde la angustia invoqué a Jehová, y me respondió Jehová, poniéndome en lugar espacioso (Salmo 118:5). Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento (Salmo 23:4)
Vivimos tiempos muy difíciles. ¡En estas condiciones a cualquiera se le decae el ánimo! Si así nos sucediera, renovemos nuestra visión de Dios, descansemos en él y dejemos que su misericordia fluya en nosotros. Eso cambiará nuestro valle de lágrimas en fuentes de bendición.
Bienaventurado el varón que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo corazón están tus caminos. Atravesando el valle de lágrimas, lo cambian en fuentes, cuando la lluvia llena los estanques. Irán de poder en poder, verán a Dios en Sion (Salmo 84:5-7).
Que él nos bendiga.
Que buena meditación pastor gracias por compartirla. Mañana mismo se la leo a una hermana anciana q tiene covid y no tiene internet, está en esa condición inicial q describe el salmista. Dios lo bendiga aun más.
Me gustaMe gusta