El valor de la sagacidad

La parábola del mayordomo impío (Lucas 16:1-15)

Estamos ante un pasaje bíblico que resulta enigmático, una de las muchas historias imaginarias con las cuales Jesús ilustraba verdades fundamentales. Llamadas parábolas, los sucesos narrados eran tan comunes y habituales que podían considerarse hechos verídicos. Para interpretarlas, urge conocer las costumbres de la época y recordar que no eran narraciones para ser leídas, sino para escucharlas. De ahí su sencillez, fácil desarrollo y el rápido final que muestra una lección impactante.  

Su título también dificulta un poco su comprensión. Al leerlo, nuestras mentes etiquetan enseguida al mayordomo infiel, olvidando que los títulos y subtítulos que aparecen en los capítulos de la Biblia no pertenecen al texto bíblico reconocido como inspirado. Fueron añadidos después para facilitar la búsqueda de pasajes y enseñanzas. Aunque agradecemos mucho esa ayuda —¿imaginas leer la Biblia sin los títulos, subtítulos o la división en capítulos y versículos?—, debe quedarnos claro que fueron adiciones posteriores, no siempre determinantes en la interpretación bíblica.  

Según esta parábola, un hombre rico tenía un mayordomo que fue acusado ante él como disipador de sus bienes (16:1), tras lo cual el rico le exigió cuentas y amenazó con despedirlo. Entonces, el mayordomo tomó decisiones que beneficiaron a los deudores, al hombre rico y por ende a él mismo. Lo que más nos sorprende es el análisis de Jesús sobre sus acciones: Y alabó el amo al mayordomo malo por haber hecho sagazmente, porque los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de la luz (16:8).

¿Jesús alabando a un mayordomo infiel? Tras leer de su mal trabajo y su trato con los deudores, le consideramos culpable aunque solo sabemos que fue acusado y la historia no narra si fue despedido realmente. Aunque ayudó a sus deudores y agradó a su amo sin recibir él mismo ganancias económicas, asumimos que realizó una acción condenable. Sin embargo, ¿lo sería ciertamente? Notemos que Jesús no usó la palabra infiel, solo calificó su trabajo anterior como malo.

La cancelación de deudas ha sido común en todas las épocas y en Israel se perdonaban muchas en los llamados Años Sabáticos. El mayordomo no las canceló sino las redujo, beneficiando a los deudores y también a su amo. ¿Por qué Jesús no condena su acción? La astucia del personaje —recordemos que es una historia ficticia—, fue hacer bien a todos aunque él podría ser despedido. Había errado en su trabajo, pero al ser confrontado fue sensible a los intereses de los demás. ¡Pudo ofenderse por la acusación y marcharse sin ayudar a nadie o presionar a los deudores para contentar a su amo! Sin embargo, su acción satisfizo a todos mostrando sagacidad.

¿Conoces el significado de esa palabra? Se refiere a quienes muestran astucia y prudencia en entornos difíciles, logrando bendecir y beneficiar a todos. ¿Te extraña que Jesús dijera que los incrédulos actúan con más sagacidad que los creyentes? El mayordomo, comprendiendo la situacion que enfrentaba, demostró empatía y sensibilidad. A veces los hijos de la luz olvidamos que para atraer la buena voluntad de los incrédulos al predicarles debemos interesarnos en cuanto les concierne, valorando sus problemas y actitudes. ¿Acaso ignoramos que les urge más atender sus necesidades reconocidas que escuchar un discurso sobre algo que nunca les interesó o lo consideran absurdo? Para alcanzar a los no creyentes con un mensaje sobre verdades eternas, urge mostrar que les entendemos y deseamos ayudarles en las dificultades que enfrentan en la única vida que creen tener. Solo entonces se dispondrán a escucharnos.

También nos inquieta la declaración de Jesús al explicar la parábola: Y yo os digo, ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando estas falten, os reciban en las moradas eternas (v.9). En los tiempos bíblicos la expresión riquezas injustas se atribuía a todas las posesiones materiales. Jesús está declarando que en la manera que las usemos —egoístamente o no— ellas harán evidente nuestro destino eterno. No dice que nuestra salvación depende de la manera en que usemos nuestras posesiones terrenales, solo que ello demostrará ante los demás si somos verdaderos creyentes o no. Recordemos que esta parábola fue dicha delante de los fariseos, quienes pretendiendo ser fieles a las Escrituras eran avariciosos y despreciaban a los demás: Y oían también todas estas cosas los fariseos, que eran avaros, y se burlaban de él (v.14). Fue por ellos que Jesús terminó de explicar la parábola diciendo: Ningún siervo puede servir a dos señores; porque aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará a uno y menospreciará a otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas (v.13).

Cuando nuestros intereses materiales y personales van primero que nuestra fe y obediencia a Dios, actuamos con insensatez y avaricia, razones por las cuales él acusó a los fariseos. ¡Eran maestros de la Ley pero no la cumplían a plenitud! No sorprende entonces que Jesús fuera más severo con los religiosos hipócritas que con los pecadores de su época. ¿Comprendes? El único ser perfecto que pisó jamás este planeta, fue tan gentil, paciente y comprensivo con los impíos, como crítico y condenatorio con quienes pretendiendo ser virtuosos, no eran capaces de mostrar amor y sensibilidad humana, como los fariseos. Por ello acusó con fuerza a los insensibles maestros de la Ley, pero siempre mostró una actitud de gracia y bondad inefable para con los pecadores a quienes vino a salvar.

A veces me pegunto cómo queremos ganar al mundo para Cristo si lo que este percibe de nosotros es desprecio, reproches y una urgencia desesperada porque el juicio divino llegue y envíe a los impíos a la condenación eterna. ¿Intentaremos alguna vez ponernos en el lugar de esas personas y pensar cómo perciben nuestras palabras y actitudes? ¿Nos pareceremos más a quienes llevaron ante Jesús a la mujer adúltera —horrorizados por su pecado de adulterio y dispuestos a apedrearla—, que a quien le dijo, sencilla y amorosamente: Ni yo te condeno, vete y no peques más (Juan 8:11)?

Hasta para compartir y modelar el evangelio de Cristo en estos tiempos catastróficos es imprescindible ser sagaces. Aunque esa palabra suele percibirse como picardía, tiene que ver más con tratar a nuestros semejantes con discernimiento, agudeza, lucidez, raciocinio, perspicacia, previsión para lo apropiado, lo justo, lo que atrae y bendice a otros, como hizo el mayordomo de la parábola. Debido a que ante circunstancias adversas tendemos a manifestarnos como somos, sin máscaras, hipocresía o simulaciones; la gente ahora puede comprobar cuán real es nuestra fe y veraz nuestra declaración de que odiamos al pecado pero amamos al pecador, lo cual define el impacto real de nuestro testimonio. Si fallamos en ello, nos percibirán como religiosos fanáticos y acomodados —puros fariseos— aferrados a enseñanzas y un discurso que amenaza con la condenación eterna… ¡pero olvidando nosotros mismos que hemos escapado de ella por pura y soberana gracia divina, jamás por nuestras virtudes!

Nadie me malinterprete: no es que vivamos o proclamemos un evangelio fácil que ignore las terribles consecuencias del pecado o la regeneración total de la conducta tras la conversión. Me refiero a relacionarnos y tratar a las personas —sean quienes fueren—, con una actitud de gracia y empatía que marque la diferencia entre la aceptación o el rechazo que hagan no solo de nosotros mismos, sino del Salvador en quien creemos. Acerquémonos a todos sin pretender superioridad, impecabilidad o justicia propia, intentando comprender sus necesidades y luchas reales, dispuestos a ayudarles como corresponda para bendecirles. Recordemos que los más encumbrados y soberbios pecadores, pueden también ser objeto del amor y la gracia divina. ¿Acaso no lo fuimos nosotros? 

Si queremos que las personas se interesen en el mensaje cristiano, deberá ser obvio que nuestras decisiones  —más que nunca en las circunstancias actuales— coincidan con las creencias que profesamos y predicamos con insistencia. De otro modo, nunca lograremos impactar a los no creyentes aunque usemos las palabras más hermosas y las historias más impresionantes. Si de algo está cansado el mundo contemporáneo es de las palabras huecas y falsas. ¿Creerás que necesita escuchar más?

Este es un tiempo en que los hijos de la luz, obligatoriamente, debemos ser muy sagaces.

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