
Por el Rev. Rodolfo Rodríguez Matos, Iglesia Evangélica Misionera, La Habana.
El capítulo 11 del evangelio según Juan cuenta una de las fascinantes historias del ministerio público de Jesús. Está nucleada alrededor de la enfermedad y muerte de su amigo Lázaro, cuya familia le era muy cercana en el plano afectivo.
Cuando Lázaro enferma, sus hermanas mandan el aviso de inmediato a Jesús (vv.1-3). Ellas sabían de su amor por la familia y su profunda amistad con su hermano. Este aviso tenía el propósito de que Jesús viniera lo antes posible y sanara al enfermo. Ellas sabían del poder de su Maestro; tantas veces que él estuvo en su casa, de seguro les compartió el testimonio de sanidades hechas en favor del pueblo.
Sin embargo, Jesús no corre de inmediato a Betania, sino que decide ir a Judea, luego de declarar que esa enfermedad es para gloria de Dios (v.4). ¿Por qué no se apuró en ir? ¿Cómo es que deja pasar tanto tiempo, hasta llegar después de muerto su amigo?
Cuando Jesús llegó, a la casa de Lázaro, sus dos hermanas coinciden en el mismo punto: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto” (vv.21,32). Esta afirmación, por un lado, confirma su fe en el Maestro; pero por el otro, implicaba decirle: has llegado tarde.
Para Marta y María estaba claro que Jesús pudo hacer un milagro que recuperara la salud de su hermano; lo mismo creía algunos de los reunidos (v.37); lo cual hubiera sido grande. Pero Jesús ha llegado cuatro días después de sepultado para resucitarle (vv.38-44). Ahora el milagro sería mayor.
Parecía que se tardaba, pero no; el Señor nunca llega tarde, lo que pasa es que nunca anda apurado. Él siempre obra conforme a sus propósitos y estos los lleva a cabo en su tiempo. Somos nosotros los que andamos apurados, queriendo que las cosas se hagan a nuestro modo; aun así, muchas veces llegamos tarde o estropeamos los planes de Dios por la premura.
La gloria de Dios se mostró devolviendo la vida a un muerto putrefacto delante de mucha gente, y abriendo la posibilidad de testificar de Aquel que es la resurrección y la vida; el que da vida eterna a todo aquel que en él cree (vv.23-26).
¿Tienes alguna situación que te apura y crees que el Señor se está tardando porque no lo ves hacer lo que crees debería hacer? No te desesperes. Él sabe siempre lo que hace, y lo que hace, es para gloria de Dios, no para complacer nuestra premura en hacer que las cosas sucedan.
Así que, si ya le has dicho lo que te sucede, como lo hicieron las hermanas de Lázaro, solo espera y déjalo obrar en su tiempo y a su manera. Quizás no haga lo que piensas que debe hacer, pero lo que él haga, siempre será lo mejor. ¡Él nunca se tarda!