Dios no se fue de Cuba

Abrumado por los sucesos del año pasado —recrudecimiento de la pandemia, aislamientos, terrible crisis económica y carencias frustrantes, controversias políticas, incertidumbres y malos presagios, nuevo incremento de la emigración— decidí leer de nuevo mi libro Y vimos su gloria, publicado en el 2007 sobre la historia de la Convención Bautista de Cuba Occidental desde 1959 hasta entonces. Factores circunstanciales impidieron una publicación amplia, por lo cual quince años después es desconocido por muchos. Ello me entristece porque para escribirlo realicé un estudio detallado y profundo por varios años.

Según releía mi propia obra, percibí coincidencias actuales con las experiencias que vivimos los cristianos cuando el marxismo y el ateísmo científico se implantó como ideología oficial del país. En poco tiempo mucha gente se declaró decididamente atea y las iglesias enfrentaron grandes dificultades. Muchos cristianos emigraron y no pocos miembros y asistentes negaron su fe atraídos por las nuevas ideas.

Tales vivencias hoy son ignoradas por la multitud de nuevos creyentes que en las últimas tres décadas abrazó la fe cristiana llenando y multiplicando las iglesias. Además, al releer todo lo ocurrido me impresionó un fragmento del libro que bajo el mismo título de este artículo, transcribo a continuación.

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¡Ésta es la gran noticia!: Dios fue echado de Cuba pero no se marchó. Su omnipresencia no abandonó la isla aunque se declaró atea, porque él es el Señor del universo, Dios de la creación, quien no habita en templos hechos de manos más lo hace en los corazones de sus hijos. Seríamos acusados de locos creyendo que Dios mora en nosotros si la Biblia no dijera: ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? (1 Corintios 6:19). Podemos carecer de todo menos de compañía divina.

Los cristianos cubanos vimos partir a mucha gente amada por causas políticas o económicas y por rechazar la ideología ateísta que anunciaba el inevitable fin de la religión. Emigraron muchos pastores, miembros y líderes de iglesias. Era desgarrador despedir en el aeropuerto a quienes emigraban en los años sesenta y principios de los setenta del pasado siglo. Como se marchaban catalogados como apátridas, era un viaje sin regreso, un adiós definitivo.

La angustia era intensa en cualquier corazón, ya fuera que viajara en el avión o lo observara levantar el vuelo. Unos lloraban lo que dejaban por detrás, otros lo que tendrían por delante. Los primeros tenían la esperanza de una vida nueva a pesar del desarraigo y la lejanía. Los segundos, lloraban por la separación y la partida de personas amadas sin más esperanza que acostumbrarse a su ausencia. Los viajeros conquistaron un deseo añorado, lo cual reconforta mucho aunque no evite la sensación de pérdida. Quienes les despedían aumentaron a sus luchas diarias el dolor de ver las casas vacías, los muebles y las pertenencias de quienes se perdieron en el cielo en un pájaro de hierro. Después, cuando el gobierno cubano decidió permitir que los emigrados regresaran a visitarles, las despedidas ya no tenían el signo del nunca jamás, pero permaneció el dolor latente a ambos lados del estrecho de la Florida.

A veces los que quedamos no comprendemos la aflicción de los que se fueron. Una gran amiga, quien realizó la primera edición de este libro —la Dra. Ana María García Alvarado, exiliada desde 1960 y jamás ha vuelto a Cuba—, un día me escribió: si el río Hudson en el área de West New York, que tú has visto, pudiera hablar, mencionaría las millones de lágrimas que recibió cuando el despegue rasgó la vida. Las mías, en profusión, están todavía por ahí. Engrandecí al Atlántico.

Muchas iglesias cubanas vieron partir a sus pastores, sus mejores líderes y los miembros más fieles. Maestros de escuelas dominicales, directores de coro, predicadores laicos, pianistas, coristas, diáconos y personas muy valiosas de sus congregaciones. El esfuerzo de años en preparación de líderes y formación cristiana, se perdía de un domingo para otro. Los bancos vacíos eran un cruel presagio que reforzaba el augurio marxista del fin de la religión. El piano cerrado en algunas iglesias era un recordatorio constante de la ausencia de alguien imprescindible a la hora del culto. Muchos se marcharon tras aquellos que emigraron primero; era una fiebre contagiosa que se esparcía con rapidez.

Dios no se contagió. Aunque pudiera ser que algunos pretendieran llevárselo en exclusiva.

—¡Nos vamos! Esta isla maldita ha perdido la bendición de Dios—escuché decir a un pastor.

Dios hizo lo que solo él podía hacer: acompañó, animó, confortó, enjugó las lágrimas y fortaleció  a los que se marcharon, haciendo lo mismo con quienes se quedaron. Donde quede un hijo suyo Dios  permanece. Donde marche otro, él le acompaña. Nadie impide una cosa ni la otra. A él no se le puede encerrar en una maleta ni obligarlo a cruzar una frontera. Por eso y para eso, es Dios. Su poder es infinito y su amor abarca a todos.

Tras la marcha de feligreses en aquellos años, sucedió el milagro: las iglesias de pronto empequeñecidas —tanto por quienes se iban del país como por quienes renegaban de la fe—, resultaron ser una fuente inagotable de nuevos líderes. La ausencia de muchos provocó el desarrollo necesario de otros. Y no faltaron maestros, pianistas, obreros, coristas, diáconos ni predicadores. Los fieles acostumbrados a estar sentados en los bancos, comenzaron a ocupar temerosos y sin brillo los puestos vacantes de las lumbreras idas y al poco tiempo comenzaron a brillar. Al pasar los años, cuando ocurría una nueva oleada migratoria, había líderes listos para marchar en un proceso que ha sido constante durante mucho tiempo. Como la historia bíblica del aceite de la viuda pobre que jamás se termina.

Cuando llegamos a la iglesia bautista de Pinar del Río en 1974, recién había emigrado la generación que impulsó la vida de la congregación por muchos años. Se hablaba de ellos como si aún estuvieran mencionándoles a diario. Años después hallamos una foto del coro que todos recordaban con nostalgia, incluyendo a la pianista y directora, la profesora María Amparo Vázquez. Al ver el número de miembros del coro anterior, me sorprendió constatar que el nuestro era mayor que aquel. También encontré programas impresos de los conciertos de Navidad que antes se realizaban —y salvo la ausencia de papel para imprimirlos— no tenían nada que envidiar a los que ya hacíamos cantando incluso el mismo repertorio.

Habíamos superado la partida de los líderes históricos pero la añoranza nos impedía darnos cuenta de bendiciones recibidas, las cuales nos demostraban que nadie era imprescindible en la viña del Señor. Como Dios da dones a sus hijos, se encargó de suplir y capacitar el relevo siempre que otros partían en oleadas constantes.

Las iglesias cubanas sintieron la emigración de sus mejores miembros como una pérdida sin comprender que podía ser un plan divino. ¿Cuántos líderes y pastores fueron a engrosar las filas de las iglesias hispanas en Estados Unidos? Al emigrar tantos cristianos cubanos, de algún modo repetían la historia del libro de los Hechos: Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes predicando el Evangelio (Hechos 8:4).

La contribución cubana a la obra evangélica hispana en Norteamérica es imposible de cuantificar. Las iglesias en Cuba parecían estar muriendo pero se renovaban constantemente, capacitando líderes con conocimiento bíblico y fidelidad al Señor. Entonces comprendimos lo que escribió Pablo a los corintios: como desconocidos, pero bien conocidos, como moribundos,más he aquí vivimos; como castigados, más no muertos; como entristecidos, más siempre gozosos, como pobres, más enriqueciendo a muchos, como no teniendo nada, más poseyéndolo todo (2 Corintios 6:9-10). Las iglesias que en apariencia languidecían, tenían mucho para dar y no percibíamos la maravilla. Después nos llegaban fotos en colores de los hermanos emigrados sirviendo en sus iglesias y nosotros les enviábamos las nuestras —en caso de lograr hacerlas— en blanco y negro. Recibir fotos hermosas de allá era común. Acá todo era milagroso, hasta sobrevivir.

Dios nunca se fue de Cuba aunque algunos aseguraron que sí. Él comenzó a demostrarnos que todo puede suceder, hasta lo inimaginable. Todo faltar, hasta la esperanza. Todos se pueden ir, hasta los más amados y capacitados. Todo se puede sufrir, hasta decir adiós más de lo que cree tolerar el corazón. Baste con que Dios se quede y su presencia sea real en una isla hermosísima pero que para muchos está condenada. Si Dios permanece en ella sucederá lo inconcebible. Solo es cuestión de tiempo. ¿Quién puede impedir que él se manifieste?

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Hasta aquí el fragmento nombrado Dios no se fue de Cuba del libro Y vimos su gloria. ¿Te preguntas por qué lo cito ahora? Hoy muchos creyentes del país percibimos que conceptos totalmente ajenos a los principios bíblicos que sustentamos luchan por imponerse en la sociedad cubana al amparo de una nueva Constitución de la República. En algunos aspectos, ello crea un escenario semejante para las iglesias como el que sufrimos a mediados de la década de los años sesenta y la posterior. Reiteradamente escuchamos declaraciones en los medios oficiales de comunicación tildándonos como retrógrados y  fundamentalistas que sostenemos doctrinas arcaicas y discriminatorias. Sin embargo, no hay oportunidad en los mismos medios para explicar las razones de nuestra fe y los principios que sustentamos con la misma libertad que disfrutan los que así nos catalogan. Aunque las autoridades han invitado a algunos líderes religiosos a distintas reuniones donde han expuesto sus opiniones en un ambiente de distención y respeto, no todos esos encuentros se han reportado en dichos medios.

Conocemos que tales conceptos no son exclusivos de nuestro país. Se propagan incluso en aquellos que se precian de una profunda herencia cristiana en los orígenes de la nación, un total contrasentido que nos confirma aún más la veracidad de las declaraciones bíblicas sobre el proceder humano en los postreros tiempos. ¿Acaso todo lo que ocurre puede resultar extraño para quienes conocen y creen las enseñanzas bíblicas?  

Nuestro gran reto será actuar sabiamente y estar siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia de la esperanza que hay en vosotros (1 Pedro 3:13). Nuestra mayor y sublime misión es ser embajadores en nombre de Cristo e insistir a las personas que se reconcilien con Dios. Como por la gracia divina cualquier ser humano puede abrazar la fe salvadora, recordemos que muchísimos niños y jóvenes que en décadas anteriores escucharon en sus aulas o en sus casas hablar despectivamente sobre las iglesias y la fe en Dios —o ellos discriminaron a sus amigos creyentes—, son los mismos jóvenes y adultos que inundaron las iglesias cubanas en los últimos treinta años, produciendo el crecimiento jamás antes visto en la historia del cristianismo cubano. ¿Entonces? El evangelio de Cristo sigue siendo poder de Dios para salvación a todo aquel que cree (Romanos 1:16).

No nos asustemos. Cierto es que no podemos discriminar ni despreciar a nadie, viva como viva, haga lo que haga o piense como piense. Seguimos a aquél que cuando le trajeron a una mujer adúltera preguntándole si según la ley podrían apedrearla, advirtió a sus acusadores que solo podían hacerlo quienes jamás hubieran pecado. ¡Y las piedras rodaron todas al piso sin rozar siquiera a la mujer! No es nuestra misión juzgar a nadie. Nuestro deber es mostrar a todos el amor de Dios en Cristo porque sabemos que cualquiera puede ser perdonado y transformado por el poder divino. ¿O es que ya dejamos de creerlo?

Sigo trabajando en “Y vimos Su Gloria”, actualizando datos históricos y subsanando lamentables omisiones. Lo ofreceré gratuitamente en formato digital a quien desee obtenerlo. En tiempos como este, su lectura es necesaria porque nos recuerda que Dios no se fue de Cuba ni se irá. ¡Él es Dios!

Urge que confiemos en él y continuemos sembrando el evangelio con amor y esperanza.

2 comentarios sobre “Dios no se fue de Cuba

  1. Gracias hermano, Pastor Alberto, por está exhortación. Se percibe el espíritu de gracia, de amor, de verdad en este maraviloso mensaje.

    Bendiga Dios este ministerio. Sea glorificado Su nombre porque Él hace que fructifique Su obra. Dios está en Cuba! Su omnipresencia no le deja irse. Alabado sea DIOS!

    Yamile

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