¿Embajadores o jueces?

Aquellos que decimos ser seguidores de Jesucristo, debiéramos ser muy cuidadosos. ¿Qué imagen estamos dando al mundo? Hay un versículo bíblico que cuando lo leo me aterra: Dijo Jesús a sus discípulos: Imposible es que no vengan tropiezos; más ¡ay de aquel por quien vienen! Mejor fuera que se le atase una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos (Lucas 17:1). La palabra pequeñitos, que aparece varias veces en los evangelios en labios de Jesús, no siempre alude a los niños, sino a todos los que creen y confían en él con humildad y sin pretensiones.

De modo que, cuando los no creyentes —o los nuevos cristianos— nos observan a nosotros, ¿seremos en realidad un buen ejemplo de lo que significa ser humildes y fieles seguidores del Señor Jesús? Como nuestros hechos suelen ser más poderosos que las palabras, podemos predicar mucho sobre él; pero si cotidianamente no vivimos en verdad lo que creemos, pudiéramos convertirnos en piedra de tropiezo para quienes descubren nuestra inconsistencia.

Cierto es que la corrupción humana presente dondequiera —y la fuerte oposición que se manifiesta cada vez más contra muchos preceptos bíblicos— pueden hacernos sentir incómodos y muy molestos con lo que sucede a nuestro derredor. No obstante, el hecho de que se nos ha llamado a ser embajadores en nombre de Cristo, nos obliga a amar, comprender y perdonar, propiciando que cada día más las personas se acerquen a Dios y puedan conocerle. Muchos que hoy le rechazan no tienen ni la menor idea de la maravillosa transformación que pudieran experimentar si le conocieran y creyeran en él.   

Por ello se requiere que cumplamos con naturalidad nuestros deberes cristianos sin petulancia, altivez ni muestras de insensibilidad hacia quienes nos rodean. Puesto que recibimos el perdón de nuestros pecados por gracia, debemos ser humildes y ofrecer a todos el mismo trato que hemos recibido de Jesús. Bien claro lo escribió Juan: El que dice que permanece en él debe andar como él anduvo (1 Juan 2:6). No hacemos nada del otro mundo cuando tratamos a las demás personas con el mismo amor con el que Cristo nos perdonó. ¡Es nuestro deber ineludible!

No podemos ahora ser jueces de la conducta ajena porque no vemos el corazón de las personas. Aferrados a la cosmovisión cristiana que hemos adquirido por fe —la cual no impide que a veces fallemos—, debemos ser comprensivos ante las debilidades e inconsecuencias humanas. Jesús, siendo Dios, trató con amabilidad y respeto a los pecadores de su época. Al estudiar los evangelios es obvio que él fue muy crítico con quienes pretendían ser extremadamente dogmáticos, pero no cumplían con los preceptos que enseñaban y exigían a otros. ¡Los juicios que expresó Jesús contra los Fariseos fueron los más duros que salieron de sus labios! Sin embargo, fue generoso y tierno para con los pecadores, incluyendo a quienes le crucificaron.  

Al relacionarnos con los no creyentes, debemos recordar que somos embajadores y no jueces. ¿Comprendes la magnitud de nuestra responsabilidad como embajadores? Pablo insiste con una ternura infinita: Y todo esto proviene de Dios, quien nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de reconciliación. Así que somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios (2 Corintios 5:18-20). ¿El Dios desobedecido, abandonado y negado por muchos, rogando a quienes le rechazan que se reconcilien con él? ¡Esa es la maravilla del amor de Dios!

El oficio de embajador es tan antiguo como reconocido. Como representan a sus países frente a gobiernos extranjeros, siempre harán y hablarán lo que se les ordene, pues no les corresponde fomentar ni declarar guerras, sino ayudar a mantener las buenas relaciones. Por lo cual, cuando dos países entran en un conflicto serio, retiran inmediatamente a sus embajadores.

¿Comprendes? Mientras Dios nos tenga como sus representantes en este mundo, aunque nos aterre el incremento de la maldad y la enemistad que muchos muestran —tanto hacia él como para con nosotros—, nuestra misión ineludible será ejercer el ministerio de la reconciliación, rogando a quienes le desprecian que se vuelvan a Dios.

Muy claro lo expresó Pablo en Efesios 3:19: Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cual sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios (Efesios 3:19).

¡Qué bueno sería que jamás confundiésemos la misión que como cristianos tenemos en esta tierra!

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