
Puede que no sepas que hasta mediados del siglo pasado se acostumbraba llamar sábado de gloria al día después de la muerte de Jesús. Nunca entendí por qué se denominaba como glorioso ese día que resultó angustioso para sus seguidores. Las emociones que vivieron desde el jueves anterior durante la celebración de la última cena pascual más los acontecimientos posteriores en el Getsemaní, fueron devastadores para todos. Allí Jesús sufrió tan agónicamente que Dios envió un ángel a consolarlo y ocurrió la abominable traición de Judas, quien acompañado de mucha gente con espadas y palos para prenderle, provocó que todos los discípulos, dejándole, huyeron (Mateo 26:56). ¿Podemos imaginar cómo se sintieron ellos mismos después de tanta infamia?
Aunque desconocemos los detalles del comportamiento de los doce durante la madrugada del viernes mientras Jesús era juzgado por el concilio, escupido, abofeteado y azotado, imagino que de algún modo sabrían lo que acontecía. Sus ausencias durante todo el proceso —salvo la presencia de Pedro negando conocerle—, revela el estado espiritual y emocional en que se encontraban. Al parecer, durante la crucifixión solo estuvieron presentes su madre, algunas mujeres que le seguían y Juan, el discípulo amado. ¿Tiene explicación tal proceder de sus más cercanos y fieles seguidores en ese momento terrible? De ellos, el relato bíblico solo informa que el domingo en la noche permanecían escondidos a puertas cerradas por miedo de los judíos (Juan 20:19), aterrorizados por la crueldad de los acontecimientos. Por ello siempre pensé que en vez de llamar sábado de gloria al día posterior a la muerte de Jesús, deberíamos llamarle sábado vergonzoso.
No obstante, tal día comenzó a reconocerse como sábado santo cuando la Iglesia Católica realizó una reforma litúrgica llamándole de esa manera, aunque ese día los discípulos permanecieron desanimados y temerosos a pesar de que él anunció su resurrección reiteradamente. Tampoco la esperaban las mujeres que en la mañana del domingo fueron a la tumba con especies aromáticas para ungir su cadáver.
Sin embargo —¡qué contradicción!—, los enemigos de Jesús sí recordaban su anuncio de que resucitaría al tercer día y maniobraron para impedirlo a toda costa alegando que sus discípulos robarían el cuerpo para al menos, simularla. Por ello durante la mañana de ese triste sábado aseguraron la piedra que sellaba su tumba para que no pudiera ser removida. ¿Será que desde entonces la humanidad vive en un confuso e interminable sábado vergonzoso? Los cristianos, aunque creemos en la resurrección pues tal como Pablo escribió: Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también nuestra fe (1 Corintios 15:14), seguimos sin entender ni obedecer del todo los requerimientos de Jesús, por lo cual tras más de dos mil años de historia, sufrimos penosos desatinos, divisiones interminables y muchas inconsecuencias. Además, gran parte de la humanidad no solo desprecia a Cristo sino que se empeña con fuerza e impudicia en combatir sus enseñanzas. ¿Ignoran que así actúan como aquellos que sellando la piedra del sepulcro creyeron asegurar que las enseñanzas de Jesús quedarían sepultadas para siempre?
No obstante, los primeros discípulos,—pese a sus dudas e incredulidades—, se rindieron ante la evidencia gloriosa de ver a su Señor resucitado y fueron tan exitosos proclamando su fe que miles de años después no solo creemos y proclamamos su resurrección, ¡sino que también anunciamos y esperamos su segunda venida en gloria al final de los tiempos! De modo que celebraremos el Domingo de Resurrección proclamando gozosamente que él se levantó de los muertos aunque sus discípulos no lo esperaban y sus enemigos intentaron evitarlo. Además, ¿acaso podríamos dudar ahora del triunfo final del Reino de Dios tal como proclaman las enseñanzas bíblicas?
Mañana, cuando recordemos con gozo inmenso la resurrección del Señor, proclamamos el cumplimiento también inevitable de la profecía bíblica: Y el séptimo ángel tocó la trompeta y fueron hechas grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos de este mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos (Apocalipsis 11:15).
Demos gracias a Dios porque más de dos mil años después de la resurrección de Cristo, a pesar de nuestras imperfecciones seguimos aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras (Tito 2:14).
¡Preparémonos para un feliz y bendecido Domingo de Resurrección!
Gracias por este bosquejo y la exhortation. Dios los bendiga abundantemente hermanos míos.
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