Actuar como Jesús (7)

SIMILITUDES Y DIFERENCIAS

El evangelio de Juan nos presenta dos episodios de la vida de Jesús que demuestran como él trataba a los seres humanos. El primero es su conversación con Nicodemo, un fariseo “principal entre los judíos (Juan 3:1)”, perteneciente a la aristocracia de Jerusalén. El segundo, su interacción con una mujer de Samaria, la región que los judíos despreciaban hasta el punto de evitar transitar por ella. La mujer, además, no era un ejemplo de virtud. A pesar de la enorme diferencia entre ambos, las dos conversaciones con Jesús poseen características semejantes en cuanto a la profundidad, importancia y trascendencia del mensaje evangélico. Del mismo modo, demuestran el espíritu del Señor al relacionarse con la gente y el valor que concedía a cada cual, con independencia de su posición, creencias y comportamiento.

El primero de los dos encuentros fue en horas de la noche. Tal vez el líder de Israel temiera ser visto platicando con Jesús, cada vez más reconocido por la autoridad de sus enseñanzas y su enfrentamiento con los fariseos. Como miembro del Sanedrín, el encuentro podría ser comprometedor para él y su prestigio como maestro de la ley. No obstante, sus preguntas sinceras dieron pie a palabras y declaraciones de Jesús que han llegado a ser las más amadas y recordadas por los cristianos a través de los tiempos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquél que en el crea, no se pierda, más tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él (Juan 3:16-17)”. ¡Imposible conocer cuántas veces se han repetido de memoria!

El segundo encuentro se realizó a plena luz del día y en un lugar público, usualmente concurrido. Jesús, cansado del camino se sentó junto al pozo de Jacob y la mujer llegó ─como hacía a diario─, a buscar agua. A diferencia del encuentro con Nicodemo, Jesús inició la plática. Él estaba cansado y tenía sed, así de sencillo. “Dame de beber (Juan 4:7)”; le dijo, conmoviendo así a una mujer de malísima reputación, acostumbrada al rechazo y desprecio de todos. Al igual que el encuentro anterior, allí comenzó una de las conversaciones más profundas y hermosas de todo el Nuevo Testamento, en la cual Jesús pronunció palabras que han emocionado a incontables seres humanos a través de los siglos: “Cualquiera que bebiere de esta agua volverá a tener sed, más el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente que salte para vida eterna (Juan 4:13-14)”. ¡Imposible contabilizar ─otra vez─, cuántas veces esas bellas palabras han bendecido a muchos y han sido repetidas con emoción y gozo!

Cuando tengas tiempo, te aconsejo que leas ambas conversaciones que se encuentran en Juan 3:1-21 y Juan 4:1-42. ¡Constituyen sorprendentes diálogos teológicos sobre doctrinas medulares del evangelio, que comenzando con la conversión o nuevo nacimiento, explican el propósito de Dios al enviar a su Hijo al mundo; incluyendo análisis profundos sobre la verdadera forma de adorar a Dios y la urgencia de alcanzar a todos con el mensaje de la salvación en Cristo.

¿Imaginas qué me impresiona más de ambas historias? Un reconocido y aristocrático maestro del judaísmo y una pobre mujer de vida fácil son tratados por Jesús con igual dignidad y respeto, reconociendo que tenían las mismas posibilidades espirituales de asimilar las grandes verdades de Dios. ¡Cómo tenemos que aprender de él! Jesús estaba consciente de la diferente condición de cada uno. Nicodemo era un apasionado de la Ley de Moisés, comprometido con su desempeño religioso. Ella ─a simple vista─, era ajena a tales inquietudes y compromisos; pero sorprende cuan capaz era de dialogar sobre la legitimidad de la adoración a Dios. Cada uno escuchó de labios de Jesús las palabras más amadas y repetidas por los creyentes de toda la Biblia. ¿No es maravilloso? Jamás debiéramos sobrevalorar ni menospreciar a nadie. Mucho menos albergar prejuicios contra alguien, aun en el caso de que conozcamos su historia de vida personal. Cuando la Palabra de Dios llega a un corazón humano, no importa quien sea, suelen ocurrir milagros transformadores… y también frustraciones.

El maestro de Israel y conocedor de las Escrituras fue impresionado por Jesús, no cabe duda. Posteriormente, cuando los sacerdotes y fariseos intentaron prenderle, él se atrevió a decirles: “¿Juzga acaso nuestra ley si primero no le oye, y sabe lo que ha hecho? (Juan 7:51)”. También se presentó con una ofrenda generosa de mirra y áloes a la hora de su sepultura. ¿Amaba a Jesús? Es posible, más nunca llegó a ser un seguidor comprometido. ¡Qué pena! Sin embargo la mujer samaritana, a pesar de su pasado deplorable, se convirtió en la primera ─y muy exitosa, por cierto─, misionera cristiana. Dios la usó para que muchos coterráneos se convirtieran y siguieran al Señor.

No debiéramos olvidar esta historia de similitudes y diferencias, ya que a veces actuamos gobernados por las apariencias, algo que Jesús nunca hizo. Lo que escribiré ahora, aunque lo creo posible, es pura especulación personal. Aunque la Biblia no dice que los discípulos estuvieran presentes en la entrevista de Jesús y Nicodemo, puedo creer que sí. Me agrada suponer que al ver a un maestro de Israel interesado en hablar con él, se entusiasmaron en gran manera. ¡Cuán importante y prometedor era que alguien así se uniera al grupo de discípulos! Nicodemo, debido a su influencia, preparación y conocimiento de las Escrituras podría hacer mucho por la causa del evangelio. Sin embargo, cuando vieron a Jesús hablando con una mujer en Samaria, aunque no dijeron nada, se extrañaron. Había un precepto rabínico que decía: “Que nadie hable con una mujer en la calle, ni con su propia esposa”. ¿Pensarían que Jesús estaba comprometiendo su dignidad y el futuro de su ministerio hablando con ella? Craso error.

Si fuéramos capaces de actuar como Jesús, nunca seríamos engañados por las apariencias y nuestro compromiso con la obra de Dios nos proporcionaría sorpresas y bendiciones insospechadas. No debemos acercarnos prejuiciadamente a las personas. Ofrezcámosles a todas la consideración y el amor que merecen, tal como hizo nuestro Señor. Un trato digno, inteligente y respetuoso, puede lograr maravillas en quienes menos esperamos. Eso nos permitirá, aunque unos nos defraude, llenarnos de gratitud y gozo al comprobar las satisfacciones que otros nos proporcionan. En la obra de Dios, jamás habrá razones para el desaliento.

¡Aun en estos tiempos tan difíciles y llenos de corrupción!

Alberto I. González Muñoz


Actuar como Jesús (6)

¿LATIGAZOS EN LA CASA DE ORACIÓN?

Según el evangelio de Juan, no muchos días después de la boda en Caná de Galilea, Jesús subió a Jerusalén. Allí “halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y a las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre, casa de mercado (Juan 2:14-16)”.

¿Cómo se explica que el dulce y amoroso Maestro de Galilea realizara un acto de violencia radical? Empuñó un látigo, volcó las mesas, expulsó abruptamente a personas y sus pertenencias. ¿Puedes imaginar la escena?

Hace un año mi esposa y yo presenciamos una obra sobre la vida de Jesús en el teatro “Sight & Sound” de Pennsylvania, Estados Unidos. ¡Qué presentación tan impresionante! Cuando llegó ese momento de Jesús en el Templo casi me paralizó el corazón. Aunque ignoro las veces que he leído esa narración bíblica, pensé que a los creadores de la obra se les había ido la mano. ¿Jesús actuando de forma impetuosa, echando a gritos y golpes de látigo a la gente y sus turbios negocios? No me agradó, aunque poco a poco reaccioné: ¿acaso usaría el azote de cuerdas solo para impresionar?

Al escuchar el primer latigazo salté en mi asiento. Aterrado, vi que Jesús desbarataba de forma violenta los cobertizos y las mesas mientras los actores y animales huían despavoridos por los pasillos del inmenso auditorio. Por primera vez en mi vida y después de 50 años de ministerio pastoral, comprendí los sentimientos de Jesús al actuar así. Él se indignó al entrar en los atrios del Templo y comprender lo que sucedía.

Se acercaba la fiesta de la Pascua y como el deseo de celebrar la fiesta en Jerusalén ─al menos una vez en la vida─, era el anhelo de todo creyente piadoso, los judíos venían de todas partes. Los mayores de 19 años debían pagar un impuesto que consistía en medio siclo galileo, equivalente a día y medio de trabajo del obrero común. Como en Palestina se usaban otras monedas además de la local (romana, griega, egipcia, etc.); los cambistas se ubicaban en el Atrio de los Gentiles para facilitar el cambio de moneda a los que llegaban de lejanas tierras. Los viajeros podían cambiar su dinero en cualquier lugar, pero en el Templo la comisión por tal servicio era más alta.

También se vendían los animales necesarios para las ofrendas y sacrificios: becerros, corderos y palomas. Aunque los peregrinos a veces traían sus propios animales, podrían ser rechazados debido a las exigencias de la ley para ser sacrificados. Por ello, y para facilitar a los peregrinos encontrar todo lo necesario, comenzaron a ofertarse allí, lo cual pronto degeneró en un negocio lucrativo. ¡Las autoridades del Templo, en contubernio con los vendedores, rechazaban los animales traídos por los peregrinos, obligándoles a comprar los que allí se ofertaban a precios exorbitantes! El Atrio de los Gentiles, se convirtió en un bullicioso mercado, extorsionador y corrupto hasta la médula.

Allí, en el único lugar del Templo al que podían entrar todos los visitantes, fueran israelitas o no, los intereses mercantiles terminaron sobreponiéndose a la piedad. Si algún extranjero de visita en Jerusalén, quisiera llegar al Templo para orar y adorar al Dios de Israel, el único lugar donde podría entrar ─el Atrio de los Gentiles─, solo ofrecía una experiencia mercantil bulliciosa, donde las ofertas de precios y las discusiones dominaban el ambiente.

En el sitio más añorado y sagrado de Israel, primaba una atmósfera de competencia, enriquecimiento y mercado. Además, el peregrino que llegara emocionado a adorar “en los atrios de la casa de Jehová (Salmo 116:19)”; para ofrecer sus ofrendas y sacrificios, podría ser estafado sin el menor escrúpulo. ¿Cómo Jesús no iba a airarse? Él, que entregaría voluntaria y generosamente su vida para salvar y justificar a muchos (Isaías 53:11); se horrorizó por la usura y mezquindad de vendedores y cambistas. ¿Permanecería impasible viendo extorsionar a quienes buscaban de Dios el perdón de sus pecados? Estudiándolo bien, la reacción de Jesús al echar a los usureros ─aunque tuviera un látigo en sus manos─, fue un acto bondadoso y justo para quienes allí eran engañados. Desde siglos atrás, los profetas advertían sobre la incoherencia del sistema sacrificial del Templo: “¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos (…) no me traigáis más vana ofrenda (…) son iniquidad vuestras fiestas solemnes (…) aprended a haced el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego y estemos a cuenta… (Isaías 1:11-20)”. Si dudas de la justeza y bondad del acto de Jesús, lee en tu Biblia todo este pasaje, del cual solo lo he copiado fragmentos.

El Jesús de Nazareth amoroso y tierno que tenemos en nuestras mentes, jamás reclamó nada para sí, mostrando nobleza inigualable. No merecía sufrir, más lo afrontó todo con humildad hasta lo sumo. “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca. Como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca (Isaías 53:7)”. Clavado a una cruz horrenda, pidió perdón para sus ejecutores pues no sabían lo que hacían. Debiéramos añadir al concepto admirable que tenemos sobre él, su violento desempeño en el Templo, porque en nada demerita al ser más bondadoso y amante que existió. Por lo tanto, opongámonos duramente cuando percibamos en alguien pretensiones de usar la obra de Dios para su enriquecimiento ─aunque no usemos el látigo─, ya que carecemos del carácter impecable de Jesús. Del mismo modo, debiéramos oponernos duramente cuando veamos que algunos usan la obra de Dios para su encumbramiento, abuso de poder o para extorsionar a los más pobres e infelices. En eso también es necesario actuar como Jesús.

Los creyentes actuales enfrentamos peligros inmensos, pues normas empresariales y de mercado cada vez resultan más atrayentes a algunas iglesias y organizaciones cristianas. Años atrás tuve contacto estrecho con instituciones aferradas a su propósito misionero de alcanzar y bendecir personas ─y a la convicción de que existían para dar gloria a Dios─, que no ansiaban más capital que el suficiente para emprender la propia misión. Creían que si eran fieles mayordomos, Dios proveería siempre lo necesario. Hoy los conceptos de rentabilidad y solvencia económica dominan instituciones cristianas que, al no ser productivas al estilo de empresas seculares, venden al mejor postor propiedades icónicas, otrora destinadas a propósitos altamente espirituales. ¿Cambió el Dios en quién creían? ¡Imposible! ¿Cambiaron las convicciones doctrinales y éticas que sustentaban sus proyectos? Tal vez.

Y no es que desechemos o modifiquemos propiedades y proyectos si Dios nos guía a ello, ni que renunciemos a cobrar un precio justo ─sin intención de lucro─, por servicios o materiales cristianos que a su vez, bendigan a quienes los disfruten y ayuden a suplir para la misma obra. Lo inconcebible es el espíritu que da por desechable lo que no permita, a toda costa, fuertes ganancias económicas. ¿Será difícil recordar que la herencia incorruptible en la obra de Dios no tiene nada que ver con las riquezas de este mundo? Permitir que instituciones cristianas se conviertan en mercados altamente lucrativos, las apartará poco a poco de su verdadera misión. Sabemos cómo pensaba Jesús al respecto y como denominó a quienes, pese a todo, continuaron haciéndolo… ¡evitemos ser como ellos y actuemos como él!

Dios continúa siendo el mismo. Él seguirá supliendo lo necesario para su obra y sus hijos fieles. ¿Acaso lo dudas?

Alberto I. González Muñoz.


Actuar como Jesús (5)

¿JESÚS EN UNA FIESTA DE BODAS?

Al leer en los evangelios historias con tanto impacto espiritual como el encuentro de Jesús con Juan el Bautista, su bautismo, su victoria en las tentaciones y el emotivo alistamiento de sus primeros discípulos; nos sorprende verle participar de un evento social tan común y alegre como una fiesta de bodas. Asombra todavía más que su primer acto milagroso fuera convertir el agua en vino y cooperar con el jolgorio general en la celebración de un matrimonio judío. La influencia y herencia puritana en algunos cristianos contemporáneos suele rechazar del todo el “buen vino”, por considerarlo promotor de intemperancia, frivolidad y placer mundano. ¿Sabías que algunas iglesias evangélicas insisten en que para la Cena del Señor se utilice solo purísimo jugo de uvas, servido en minúsculas copitas? Muchas congregaciones ─en Cuba, también por necesidad y carencia de vino─, acostumbran licuarlo para la comunión y convertirlo en un líquido dulzón apenas reconocible. ¡Qué interesante! Así son las cosas en la viña del Señor: Jesús convirtió seis tinajas de agua en el mejor vino y nosotros solemos transformar el vino en minúsculas porciones de agua dulce. ¿Acaso no dice la Biblia que “el vino es escarnecedor, la cerveza alborotadora; y cualquiera que por ello errare no será sabio (Proverbios 20:1)? Así que, obviando la recomendación de Pablo a Timoteo “no bebas de aquí adelante agua, sino usa un poco de vino a causa de tu estómago… (1 Timoteo 5:23)”, a muchos nos inquieta leer que Jesús convirtiera seis tinajas de agua en el vino más exquisito que se repartió alguna vez en Caná de Galilea. Recuerdo a un reconocido predicador cubano que hablando de ese pasaje argumentó que el milagroso vino de Jesús era totalmente libre de alcohol. ¡Los predicadores a veces decimos cosas muy simpáticas!

La celebración matrimonial hebrea era una fiesta que todos querían realizar de la mejor manera, en la cual el vino era imprescindible. Las bodas comenzaban un miércoles por la tarde cuando los invitados se reunían en casa de la novia y compartían alegremente esperando al novio, quien llegaba cerca de la media noche acompañado de sus amigos e iluminado por la llama de las lámparas. Después, la pareja nupcial, sus parientes y los invitados se dirigían en una alegre procesión hasta la casa del padre del novio, donde se realizaría la ceremonia.

El desfile casamentero se acompañaba con música, palmas y ramas mientras la gente arrojaba granos y monedas a los contrayentes. Era costumbre que quienes toparan casualmente con dicha procesión, por cortesía se sumaran al cortejo. El recorrido hasta la casa de los padres del novio se hacía por el camino más largo posible, para que la pareja fuese festejada por la mayor cantidad de vecinos y conocidos. Al llegar a la casa, la ceremonia consistía en un contrato que firmaban dos amigos del novio como testigos y lo entregaban al padre de la novia; detallando las promesas que el novio hacía a su ahora esposa. Tras la entrega del contrato, comenzaba la fiesta. Los casados entraban enseguida a su habitación nupcial ─en la propia casa de la fiesta─, para consumar el matrimonio mientras los invitados continuaban festejando. Entonces se servía comida, se cantaba y se bailaba al son de la música. ¡La fiesta nupcial podía durar toda una semana! Contrario a nuestra costumbre, los recién casados no marchaban de luna de miel, sino que permanecían en la casa, compartiendo la fiesta con los invitados. En términos generales, así eran las bodas hebreas.

Jesús llegó a la casa festiva donde ya estaba su madre María y compartió como uno más la alegría habitual de tales eventos. No predicó ni enseñó durante la fiesta, solo realizó el milagro tras decirle su madre: “No tienen vino (Juan 1:3)”. ¿No te parece extraño? El evangelio de Juan, el único que narra este episodio, nos dice que “este principio de señales hizo Jesús en Galilea, y manifestó su gloria; y los discípulos creyeron en él (Juan 2:11)”. Días antes Jesús rechazó realizar manifestaciones milagrosas cuando el diablo le tentó en el desierto. Ahora, transformó el agua en vino contribuyendo al disfrute de los presentes y evitando el descrédito de la familia del novio por no tener vino en la fiesta. ¿Qué crees de los motivos que propiciaron el primer milagro de Jesús? ¿Osarás pensar que no eran importantes?

Temo que muchos cristianos crean que compartir con alegrías ajenas y ayudar a la gente a resolver sus problemas es una pérdida de tiempo sin sentido. Aunque era el Salvador y el mejor predicador jamás existido, Jesús no pensaba así. Nosotros olvidamos con frecuencia que la interacción con los no creyentes en sus eventos significativos ayuda a acercarlos al conocimiento del evangelio y experimentar el amor de Dios. No siempre se requiere un discurso o un sermón imponente para que las personas conozcan del evangelio si a su lado tienen un creyente humilde y sincero. Es curioso que para la mayoría de los asistentes a la boda, el milagro pasó inadvertido. Según Juan, solo “sus discípulos creyeron en él (Juan 1:11)”. La impresión que quedó en los invitados fue que el dueño de la casa ofreció el mejor vino durante todo el tiempo de la fiesta.

Honestamente, comprendo a los no creyentes que rechazan a cristianos y predicadores que desde un presumido y falso pedestal impoluto, miran con prepotencia a los pecadores de hoy; vociferando siempre un mensaje condenatorio. Aunque debemos instar a las personas al arrepentimiento, tal acción será inefectiva si se hace sin misericordia y comprensión por las múltiples necesidades, contradicciones y complejidades de la conducta humana. Sí, Jesús fue duro y condenatorio para con los escribas, fariseos y los mercaderes del templo. Más fue tan tierno, amoroso y comprensivo con los pecadores que podía sentarse con ellos a la mesa y compartir. Aunque tal actitud provocó que le acusaran como “hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores (Mateo 11:19)”, logró que muchos le siguieran, transformando sus vidas y encausándolas al bien.

¿Entiendes por qué Jesús fue a las bodas en Caná de Galilea aunque allí no abriera su boca para predicar y enseñar? No reclamó que todos supieran del milagro realizado, limitándose a compartir de la fiesta como uno más, inspirándonos a actuar como él. Los cristianos y predicadores no somos estrellas de Hollywood que sobre alfombras rojas, buscamos que se nos reconozca como seres rutilantes. Somos siervos de Cristo, y debemos ser como él.

Será necesario insistir en que actuar como Jesús, puede que en ocasiones solo implique estar en el lugar preciso, gozarnos en compañía de la gente y ayudarle, trabajando para que sean felices y bendecidos… aunque nuestro actuar no deslumbre a muchos.

Y por supuesto, actuar como Jesús es tener sabiduría y gracia a la hora de compartir un evangelio que más que condenar, busca el perdón, la redención y la transformación de los seres humanos.

Alberto I. González Muñoz


Actuar como Jesús (4)

¿CÓMO ACTÚAN LOS VERDADERAMENTE GRANDES?

Al estudiar los evangelios y tratar de ordenar los eventos que cada uno de ellos nos narra, encontramos que tras vencer las tentaciones, Jesús comenzó a escoger y llamar a sus discípulos. El evangelio de Juan nos narra que los primeros fueron escogidos “al siguiente día (Juan 1:35-42)” de su bautismo. Juan el Bautista cumplió fielmente su misión cuando Jesús apareció en escena, enseñando a sus discípulos que fueran tras él. Después de un ministerio exitoso y multitudinario, ¿sería fácil para el profeta permitir que sus seguidores le abandonaran para seguir a Cristo? Aunque continuó predicando por un tiempo, llamando al pueblo al arrepentimiento y bautizando en el Jordán, siempre tuvo claros los límites de su misión: él era solo un precursor y Jesús el Mesías que todos debían seguir. Son hermosas las palabras que pronunció un tiempo más tarde, cuando algunos le hicieron saber cómo progresaba el ministerio de Jesús: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengue (Juan 3:30)”.

Los cristianos debemos recordar que es Cristo quien debe ser adorado y obedecido de forma incondicional, no los pastores y los líderes cristianos. Aclaremos que ello no significa que sea insano reconocer la labor de ministros fieles, ya que la propia Biblia lo enseña claramente: “Obedeced a vuestros pastores y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes tienen que dar cuenta…(Hebreos 13:17)”. Sin embargo, un ministro fiel nunca trabajará buscando el reconocimiento o la alabanza de su trabajo, ni mucho menos para que otros se sometan a su voluntad en todo. Su misión mayor es predicar el evangelio y velar por las almas de quienes sirve, enseñándoles que la única obediencia incondicional de un creyente es a Cristo y solo a él. Los ministros no podemos exigir ni esperar que nos sirvan y obedezcan ciegamente a nosotros ─algo que algunos hermanos siempre desearán y se gozarán en hacer─, sino luchar porque nuestros seguidores sean siervos incondicionales y comprometidos de Cristo, incluso cuando nos vean fallar a nosotros. Si cumplimos tal misión, estaremos cuidando sus almas, porque de lo contrario, cuando nos vean fallar se sentirán desalentados. ¡Y siempre llega el momento cuando alguno de nosotros decepciona a quienes ministra! Es imposible que tal hecho nunca suceda, debido a nuestra propia condición humana. Por ello, nuestro deber es impedir que alguien nos ponga en el pedestal donde solo debe estar Cristo, porque en realidad no lo merecemos.

Por otro lado, en el pasaje de Juan 1:35-42 es obvio que Jesús recibió amablemente a los dos discípulos que abandonando a Juan, caminaban tras él. Aunque solo se menciona el nombre de Andrés, hermano de Simón Pedro, muchos estudiosos creen que el otro era quien después sería el escritor del cuarto evangelio. ¿Has leído todo el pasaje bíblico antes citado? Los dos comienzan a seguir a Jesús con timidez. Como era “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29)”, ni se atrevían a abrir sus bocas y le seguían a una distancia respetuosa. Fue Jesús quien se volvió hacia ellos y les dirigió la palabra, tomando la iniciativa. El Hijo de Dios siempre valoró a quienes le siguieron, con independencia de quiénes fueran o cuánto supieran. Para el más excelso de los seres han nacido en este mundo, toda persona era valiosa e importante. ¿Aprenderemos alguna vez la lección? No sé por qué algunos nos volvemos tan orgullosos e inaccesibles que las personas pasan trabajo para llegar hasta nosotros. Jesús nunca fue así. Confieso que cuando alguien me dice que le fue difícil conectarse conmigo, me siento un miserable. ¡Y lo peor es que me sucede con frecuencia!

¿Sabías que la pregunta que ellos hicieron al Señor ─Maestro, ¿dónde moras?─, no fue un sondeo impertinente para conocer su paradero, ver cómo vivía o qué posesiones tenía? Era una expresión que los hebreos usaban para con sus rabinos, que denotaba un profundo interés de que continuaran enseñándoles y guiándoles. El encuentro fue prodigioso, porque al otro día Andrés, convencido de que había encontrado al Mesías, muy temprano buscó a su hermano Simón y le trajo a Jesús.

¿Comprendes qué está sucediendo? Andrés, convencido de quien era Jesús, buscó rápidamente a su maleducado, impetuoso, inseguro y voluble hermano. ¿Estaría seguro de que Jesús lo aceptaría a pesar de todos sus defectos? Lo que tal vez no esperaba era que el Señor le dijera al verle llegar: “Tú eres Simón, hijo de Jonás, tú serás llamado Cefas (Juan 1:42)». Todo creyente conoce que Cefas significaba piedra o roca ─y Simón no podía ser catalogado como alguien de fe robusta, firme e inquebrantable. Es más, seguiría siendo voluble ─y cobarde─, por mucho tiempo más. No obstante, al verle entrar al pequeño grupo de nuevos discípulos, Jesús vislumbró quién llegaría a ser tras andar a su lado durante tres años, incluso, a pesar de muchos momentos fallidos durante ese tiempo.

Tal como en el Antiguo Testamento el cambio de nombre significaba una nueva relación con Dios, al cambiarle el nombre a Simón, Jesús le anunció que llegaría a ser una persona diferente. ¿Lo creyó Pedro en ese momento? Por sus múltiples reacciones en la propia historia bíblica me permito creer que sí. La forma en que Jesús lo recibió ganó su corazón, revivió su esperanza de llegar a ser alguien valioso y le constriñó a seguirle fielmente a pesar de todos su defectos, sus tentaciones y también -incluso-, su bochornosa negación. Creo que Pedro sintió muchas veces que si bien él no era digno de estar entre los discípulos, ¡jamás podría abandonar a Cristo porque nadie iba a amarlo como él, tolerarlo como él, bendecirlo, transformarlo y usarlo para bendición de muchos! El ser más grande y digno que vivió en esta tierra, recibió al más indigno, le amó y le abrió las puertas de la gloria. ¿No te parece que conoces alguna ─o muchas─ historias parecidas? La tuya y la mía, por ejemplo.

Y aunque tal vez sea una tonta e improbable fantasía, me gusta pensar que el día de Pentecostés, cuando Pedro terminó de predicar su valeroso sermón, volvió a ver los ojos de Cristo mirándole como el día de su encuentro, diciéndole: ¿No te dije que serías como una Roca? Y probablemente le costó trabajo asimilar que había predicado de una manera prodigiosa, lleno del Espíritu Santo, usado por Dios para que miles de personas creyeran y fueran bautizadas. ¡Nadie podrá jamás imaginar cuánto podrá lograr si, definitivamente, se queda rendido por la fe en los brazos de Cristo! Él siempre termina sorprendiéndonos, tanto al final como el primer día.

Porque Jesús, el más grande, cuando llegamos a él tiene la virtud de ver en los más indignos y pequeños no lo que somos, sino todo lo que llegaremos a ser permaneciendo a su lado. Pienso que quienes de alguna manera nos dedicamos al servicio cristiano, debiéramos desarrollar la misma visión transformadora hacia las personas a quienes ministramos. Mientras más vislumbremos sobre las realidades decepcionantes, las infinitas posibilidades que la obra del Espíritu Santo puede lograr en cualquier creyente, más gozo nos proporcionará servir a Cristo aun en los tiempos y las circunstancias más difíciles. Si así hiciéramos, nuestro ministerio no solo sería más sensato y humilde, ─conociendo que hay logros que no dependen de nosotros─, sino menos quejoso, más bendecido y por ende, muchísimo más emocionante. Al fin y al cabo, si Dios sacó bondades y victorias de nuestras propias vidas, ¿cómo no podrá hacerlo con la obra que realizamos por amor de su nombre? Él se glorificará en las personas que ministremos, sin duda, y ello nos llenará de gozo.

¿Podrás entender este último juego de palabras?: Dios nos conceda la virtud de ser grandemente humildes, porque así jamás nos enorgulleceremos por nada que logremos. ¡Mucho menos dolernos o envidiar lo que otros logren! En el ministerio cristiano, cada cual recibe lo que Dios dispone y todos debemos ser ─sencillamente─, siervos obedientes hasta la muerte, así como lo fue Jesús.

¿Acaso no hemos sido llamados a andar como él anduvo?

Alberto I. González Muñoz


Actuar como Jesús (3)

LAS TENTACIONES DE JESUS

¿Era necesario que Jesús fuera tentado? ¿Qué significaron para él las tentaciones? Ocurrieron inmediatamente después de su bautismo, cuando Jesús fue al desierto llevado por el Espíritu Santo. El evangelio de Marcos es parco al narrarlas, pero ofrece detalles únicos: “y era tentado de Satanás; y estaba con las fieras; y los ángeles le servían (Marcos 1:13)”.

¡Qué historia! Algunos discuten si las tentaciones fueron reales o si todo ocurrió en la mente de Jesús. ¿Por qué algunos creyentes suelen mostrar tantos cuestionamientos? Si creemos en la existencia de Dios, todo es posible. No recuerdo oír hablar de estos ángeles que servían a Jesús en el desierto, ni tampoco sobre las fieras. Examiné varios comentarios bíblicos y hay un silencio casi absoluto sobre estos detalles. Sin embargo, encuentro lecciones preciosas en esta reunión de personajes disímiles junto a Cristo cuando fue tentado.

El primero es el Espíritu Santo. ¿Pensabas que él nunca nos conduciría a lugares difíciles? La Biblia enseña que puede propiciarnos experiencias inesperadas que determinan un propósito excelso para nosotros. Jamás rehusemos seguir la dirección del Espíritu Santo aunque nos lleve a un desierto peligroso.

Satanás es el otro personaje en el desierto. He observado que algunos cristianos hablan de él como si no existiera, mientras otros lo ven dondequiera y casi le confieren omnipotencia. Creo que ambas posiciones son erróneas. No puede ser ignorado pero tampoco minimizado. Satanás tiene poder pero podemos enfrentarlo y vencer.

Un joven con actitudes muy negativas, argüía siempre que intentaba aconsejarle: —Satanás me enredó, pastor. Me hizo decir y hacer lo que no debo.

Así evadía responsabilidades como si el maligno tuviese poder soberano, pero nunca debiéramos conceder a Satanás poderes que no posee. Aunque su estrategia sea hacernos creer que es invencible cuando aparece en escena, si llega la tentación, debemos hacer como incontables creyentes que le enfrentan y vencen siguiendo la voluntad del Padre. “Someteos pues a Dios, resistid al diablo y de vosotros huirá (Santiago 4:7)”.

Sorprende la observación de Marcos de que Jesús “estaba con las fieras (Marcos 1:13)”. Este es un detalle —como otros en la Biblia— que nos causa preguntas imposibles de contestar, lo cual frustra a muchos al no poder explicar todo en las Escrituras. Me gusta aclarar que si reconozco a Dios como su autor e inspirador, me es fácil asumir que algunos detalles bíblicos no resulten claros para mí. Por ello insisto en que la Biblia tiene enseñanzas muy claras con respecto al daño que el pecado nos hace, por lo tanto, debiéramos enfocarnos más en esas enseñanzas que en los detalles que no entendemos.

No obstante, mi opinión sobre las fieras es elemental, ya que siempre las hay en los desiertos. Cada situación que afrontemos tendrá peculiaridades que debemos afrontar como normales aunque sean peligrosas, pues propician que ejercitemos nuestra fe. Si enfermas lidiarás con malestares, medicinas y la urgencia por curar o sobrellevar el malestar con gracia. Si un ser querido muere, habrá tristeza y duelo inevitables. Si llegas a la vejez, asumirás realidades ineludibles. Aceptando las adversidades y peligros de la vida con naturalidad demostramos sabiduría y convicciones firmes. No convirtamos en tragedias los infortunios que otros han desafiado por fe y vencido antes que nosotros. Sobrellevar imponderables con entereza es sin dudas una valiosa virtud cristiana.

¿Y los ángeles? Unos anunciaron la concepción y el nacimiento de Jesús. Otro consoló en Getsemaní su agonía inmensa. Otro removió la piedra del sepulcro, dos anunciaron su resurrección y otros predijeron su retorno a la tierra cuando ascendía a los cielos desde el monte de los Olivos. ¿Cómo no estarían a su lado en la hora oscura de las tentaciones? Ellas no fueron un mero intercambio de palabras fáciles sino, una batalla cruenta. El inmaculado Hijo de Dios enfrentó la maldad satánica intentando impedir su obra redentora. Satanás atacó la naturaleza humana de Jesús presumiendo que podría caer en debilidades, egoísmos e intereses terrenales y así desviarlo de su misión. ¿Cómo se sintió Jesús al escuchar las argucias diabólicas ofreciéndole glorias humanas a cambio de desobediencia al Padre?

Alabemos a Dios porque Jesús padeció tal embate satánico, engañoso y brutal. Ahora podemos acercarnos “confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (Hebreos 4:16). Por cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados (Hebreos 2:18)”. Por lo tanto, nunca seremos tentados más allá de nuestras fuerzas.

Cuando recordamos los sufrimientos de Jesús solemos pensar en la traición de Judas, los juicios y los azotes, la corona de espinas y la incredulidad e incomprensión de los discípulos que llegó hasta el abandono cuando le prendieron, la agonía y los dolores de la crucifixión. ¿Acaso comprendemos la magnitud de su sacrificio? Él mismo dijo a sus discípulos después de su resurrección: “Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese (Lucas 24:46)”. No obstante, pocas veces reconocemos que las propias tentaciones fueron una colisión feroz de Jesús con las maquinaciones diabólicas desde su condición humana. ¿Entenderemos eso alguna vez? Era Dios, vivía en gloria y santidad. Para salvarnos, asumió limitaciones físicas y emocionales impropias para un ser omnipotente y eterno que incluyeron ─para colmo─, lo más desconcertante: las tentaciones. ¿Puedes asimilar, en verdad, esta enseñanza?

Consciente de su ahora doble naturaleza, tal hecho fue desgarrador. La Biblia enseña que “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado (Hebreos 4:15)”. Quienes padecemos el pecado como posibilidad cotidiana, no comprendemos cuanto agonía pudieron provocarle a él las tentaciones, lo cual fue evidente después en el Getsemaní. ¿Cómo experimentar dentro de su ser santísimo la horrorosa insinuación satánica de incumplir con su misión?

Sin embargo, ver a Jesús instigado por Satanás a la desobediencia nos asegura que tenemos un Salvador capaz de comprendernos. ¡Tú y yo jamás estaremos solos! Cuando llegue la tentación bastará recordarlo a él sufriendo nuestra vergüenza, para recibir fuerzas y obtener la victoria.

Jesús nos mostró cómo reaccionar cuando el diablo aceche ofreciéndonos maravillas deslumbrantes, tan atrayentes como indiscutiblemente falsas. Sin importar qué suframos, debemos ser obedientes a Dios hasta el final.

Es la única forma de actuar como él.

Alberto I. González Muñoz


Actuar como Jesús (2)

─Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?─, expresó asombrado Juan el Bautista.

Llamado a preparar al pueblo para la llegada del Mesías, Juan predicaba el bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados. Conmovido por la llegada de Jesús para bautizarse en el Jordán, rehusaba hacerlo, porque en todo caso, ¡Jesús debía bautizarlo a él!

─Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia ─, contestó Jesús.

En otras versiones de la Biblia tales palabras se traducen “déjalo así por ahora”, “hazlo así por ahora” o “permítelo por ahora”, lo cual aclara mucho de lo que allí sucedía. Juan decía que tras él vendría uno mayor y más poderoso, que a diferencia de bautizar a las personas en agua para arrepentimiento, los bautizaría con Espíritu Santo y fuego (Mateo 3:11).

La emoción de Juan era intensa. ¿Recuerdas el anuncio de su nacimiento? El ángel dijo a su padre Zacarías: “…porque será grande delante de Dios, no beberá vino ni cidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre (Lucas 1:15)”. No en balde cuando María, ya embarazada, visitó a los padres de Juan en su casa, Elizabeth expresó que “…tan pronto como llegó la voz de tu salutación al oído, la criatura saltó de alegría en mi vientre (Lucas 1:44)”. La conexión espiritual entre Juan y Jesús era tal, que ambos se reconocieron mutuamente, aunque no hay evidencia bíblica de que se hubieran visto antes aunque eran parientes. Cuando Jesús oyó que Juan estaba predicando, supo que era el momento de comenzar su ministerio público y se fue al Jordán. Juan, al verlo llegar exclamó sin sombra de duda: “He aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Después de mi viene un varón, el cual es antes de mí, porque era primero que yo (Juan 1:29)”.

¿Podrías imaginar la situación? Juan predicaba que el Mesías vendría, que debían arrepentirse, confesar los pecados y bautizarse como única forma de escapar de la ira venidera. ¡Y ve a Jesús entrar al río para recibir el bautismo! ¿Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías Prometido, bautizarse como un pecador más de Israel? Él no necesitaba confesar pecados ni dar frutos de arrepentimiento, como insistía el profeta en sus mensajes. Aunque el ministerio de Juan impactó al pueblo, él sabía que “alguien más grande” vendría tras él, del cual no era digno ni para desatar las correas de su calzado. ¿Bautizar al Mesías para que fueran perdonados sus pecados? ¡Imposible! Por ello Mateo insiste en que Juan se oponía a hacerlo.

Desde entonces, muchos se han cuestionado la razón del bautismo de Jesús, pues a primera vista resulta inusitado e irrelevante. Los judíos solo bautizaban a los gentiles que quisieran ingresar al judaísmo, pero no a los descendientes de Abraham, pues la circuncisión era la señal del pacto. Por eso conmovió a muchos que Juan apareciera requiriendo la confesión de pecados y el bautismo, lo cual provocó en el pueblo un movimiento de vuelta hacia Dios. ¿Qué necesidad tenía Jesús de bautizarse?

Sucedió lo inesperado. El más grande pidió ser bautizado por el menor; reconociendo el ministerio profético de Juan y de algún modo, recibiendo su bautismo como un penitente más. Para Jesús no era un problema, porque “era necesario cumplir toda justicia”. ¿Comprendes? Jesús se identifica con el pueblo pecador y rebelde que viene a redimir. Si en definitiva va a cargar los pecados de todos los que creyeran en él, ¿no era justo que también se bautizara como después pediría a todos los que en él creen? Tal vez Juan creyó que era humillante para Jesús si él lo bautizaba. No atinó a ver que nuestro salvador“…se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y estando en condición de hombre se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2:7-8). Por lo tanto, fue hermoso que sin reclamar autoridad ni superioridad alguna, se comportara como uno más del pueblo y se bautizara. Imagino que Juan temblaba de pies a cabeza mientras bautizaba al Mesías de Israel.

Pienso que aquí hay una lección inmensa. Los ministros del Señor ─de hecho todos los creyentes lo somos─, a veces creemos que siempre tenemos que jugar el rol prominente y vemos en los triunfos de otros una amenaza. ¿No has sentido en algún momento algo así? Cuando algunos ven a otros triunfar, suelen experimentar sentimientos de recelo y desvaloración. Juan, el precursor, tenía un ministerio prodigioso y arrastraba multitudes, pero Jesús decidió ser uno más del pueblo que venía a bautizarse, afirmando el ministerio del profeta y su predicación. Así Juan fue humilde al intentar negarse, porque él sabía quién era Jesús. Y Jesús fue humildísimo al dejarse bautizar, porque él sabía quién era Juan. ¿Qué importaba que otros le vieran como un israelita más en la cosecha del profeta? Me gusta como la Nueva Biblia de las Américas traduce la respuesta de Jesús a Juan: “Permítelo ahora, porque es conveniente que cumplamos toda justicia”. ¿Cuándo acabaremos de entender que una actitud humilde siempre es la más conveniente a los hijos de Dios? Nos abre la puerta a la bendición del Padre y su manifestación gloriosa en nuestras vidas.

El temor de Juan a hacer algo incorrecto, terminó al ver la milagrosa respuesta de Dios, al ver descender el Espíritu Santo en forma de paloma y escuchar el mensaje celestial: “Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia (Mateo 3:17b)”. Nadie pregunte más por qué Jesús tuvo que bautizarse. El Padre mostró con magnificencia su aprobación al Hijo y la acción humilde conque comenzó su ministerio.

¿Continuarás conmigo en este recorrido por los evangelios para ver cómo reaccionaba el Hijo de Dios? Su primera acción revela toda su esencia de vida. Es penoso que muchos, aun siendo cristianos, sigamos siendo orgullosos y soberbios… ¡nosotros que todo lo recibimos por gracia! Y que conste, comprendo que el mundo a veces casi nos obliga y arrastra a actuar así, lo cual no nos justifica.

¿Será por ello que ya no nos atrevemos a cantar aquél viejo himno que decía: “Más semejante a Cristo quiero ser, manso y humilde como él siempre fue”?

Por nuestro bien y para bendecir a quienes nos rodean, es hora de que comencemos a actuar como Jesús

Alberto I. González Muñoz.